El Barrio de Araceli está de luto pero a Rafaela no le gustaban los duelos y pasó por la vida cantando y disfrutando de su familia y sus vecinos, porque decía “eso es lo que nos vamos a llevar”. Ha dejado una huella imborrable y justo lo que ella quiso siempre: una familia feliz.
En casa costaba llegar a final de mes como en tantas del barrio, pero Pepe y Rafaela, siempre abrazados a su familia, como en esos buenos bailes de El Acordeón, salieron adelante. Se casaron jóvenes y se fueron a vivir a un barrio del que salieron ya abuelos en dirección al de Los Ángeles, que además les pillaba a un paso. Su única hermana, Carmen, ya la está echando de menos.
Rafaela era muy querida por sus vecinos que la echaron de menos cuando se marchó, como tantos días y tantas tardes cuando en la Residencia de El Zapillo ella miraba a su barrio y los suyos la visitaban para darle un cariño que pudo recibir, porque el paso de los años nunca le afectó a la mente, que la tenía llena de familia.
Se ha marchado a los 76 años luchando desde joven con la enfermedad, a la que vencía a base de pastillas para no faltar a la cita con los suyos y al baile con su Pepe en El Acordeón. La familia Rodríguez-Montoya era el reflejo sus padres. Trabajadores, alegres... pero por encima de todo buenas personas que es algo que suelen llevar de serie la gente sencilla. Cuando aterrizaron al Barrio de Araceli a esas casas del Obispo Ángel Suquía empezaron a llegar niños al mundo y por este orden: Loli, Carmen, Juan, Rosa, y Abraham y Salvador en un mismo ‘viaje’, ya que eran mellizos. Con una familia numerosa había que llenar la olla cada día y las manos de Rafaela eran un primor porque siempre ha cocinado de maravilla.
Familia
Rafaela Montoya Sánchez y José Rodríguez Ortuño remaron juntos hacia un mundo mejor para sus hijos. Él, trabajó de forma incansable y ella pegada a la casa para que nada les faltara a los suyos. La merienda, como el desayuno o la cena, era opcional, pero la comida de olla nunca faltaba en casa de los Rodríguez Montoya, y las recetas de mamá pasaron a sus hijos que ahora las muestran como un tesoro.
Rafaela tenía siempre un día de la semana señalado en rojo, y era el domingo. Se enfadaba si alguien faltaba porque le gustaba verlos a todos con novios y novias para disfrutar de esos platos que preparaba desde que salía el sol. Era su forma de hacer familia y estar bien informada de todo lo que pasaba en su casa, que era la de todos. Sus hijas siempre arrimaban el hombro y los niños preparados para ayudar. Si alguien faltaba Rafaela no era la misma y con el paso de los años juntarlos a todos se hizo misión imposible.
Baile
Los sábados por la noche en el ahora Abén Humeya estaba El Acordeón, muy frecuentado por las familias del Barrio de Araceli para escuchar buena música y bailar. Era Rafaela a juicio de sus vecinos buena cantante y le gustaba mucho bailar. Su Pepe la acompañaba y poco a poco se aprendieron los mejores pasos de baile para pasar esas noches de sábado al calor de las canciones de su vida que sonaban una y otra vez. Pasodobles, baladas, boleros y la copla española que tanto le gustaba a Rafaela y se lanzaba a cantar por lo ‘bajini’ al oído de su Pepe.
Rafaela era feliz solo con ver la obra de su vida: sus hijos. Pero un baile le sentaba de maravilla y mientras la salud se lo permitía no faltaba. Y si no podía, dos o tres pastillas... Y a bailar. La madre de familia numerosa no tiene tiempo libre y los sábados a bailar y los domingos todos a comer en familia. Esa era su felicidad.
Huella
Rafaela se fue una mañana de verano y ha dejado lo mejor de su vida: seis hijos que la recuerdan con infinito cariño. Suele pasar que cada hijo es diferente pero en el caso de los Rodríguez Montoya tienen todos un enorme parecido porque son el reflejo de sus padres.
Todos se muestran tristes pero saben que Rafaela está bien. Se les va a pasar el momento como a todos y la van a despedir con lágrimas, siempre, pero saben que su madre hizo todo lo que pudo por ellos y los quería ver felices. Por ello, en cada gesto y en cada sonrisa estará presente esa madre que cantaba, bailaba y cuidaba de seis hijos que no le dieron tormento, porque fueron educados en la sencillez de ese Barrio de Araceli que ha perdido a su sol.
Rafaela no tuvo sueños (no tenía tiempo) pero sí muchos lujos, esos que te regala vida en forma de un buen marido, unos hijos muy queridos y unos nietos que echan de menos a la abuela Rafaela que estaba en El Zapillo, porque la enfermedad pudo con su cuerpo pero nunca con su mente. Este momento pasará pero su huella es eterna.
Mañana saldrá el sol, pero no el de Araceli.
Rafaela descansa en el Tanatorio El Centro y la Misa será este domingo a las 11 de la mañana en la capilla.
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