En septiembre todo volvía a la normalidad después del largo verano que nos alborotaba los cajones de la vida. La ciudad se despedía del estío, las playas se iban quedando desiertas, los niños regresaban a la escuela y volvían las colas a las puertas de los cines en las tardes de domingo.
La mayoría de las salas de cine de Almería inauguraban la temporada a finales del mes de septiembre después del parón obligado de julio y agosto, cuando el calor convertía los patios de butacas y los gallineros en auténticas saunas. Cuando llegaba julio los grandes cines que marcaban el pulso de los fines de semana durante el invierno no tenían otra salida que irse de vacaciones porque el público dejaba de acudir a las salas y no era rentable mantenerlas abiertas.
El Hesperia, que durante varias décadas fue el cine más popular de la ciudad, cerraba cuando ya no quedaba ningún valiente que se atreviera a meterse a las tres de la tarde a ver una película. Cerraba el Imperial, cerraba el Liszt y también el teatro Cervantes, que solía compensar la crisis veraniega con las revistas de variedades que venían para la Feria.
Cuánto disfrutábamos los niños cuando nos colocábamos entre los jardines de la Plaza Conde Ofalia para mirar a los balcones de los camerinos del teatro y ver cómo se cambiaban de ropa las artistas. Nos bastaban dos segundos de un cuerpo medio desnudo para llevarnos un recuerdo inolvidable. Cuánto pasaba calor la gente de las revistas entre el bochorno que se había ido acumulando en la sala después de un eterno verano, los bailes que ejecutaban y las vestimentas que tenían que soportar.
En mi barrio también cerraba el cine Roma, pero sus empleados seguían trabajando, ya que la empresa ponía en funcionamiento su terraza de verano para compensar el parón por el calor. Era una de las terrazas más hermosas de la ciudad. Cuando se inauguró, el domingo cinco de julio de 1959, la terraza Roma venía con la vitola de ser de verdad la única terraza de cine ubicada en una azotea. Todas las terrazas de cine de Almería, que eran muchas, estaban situadas en grandes patios que con sillas de madera, un ambigú y una pantalla, se convertían en salas al aire libre cuando llegaba el mes de junio.
Almería entró en la década de los sesenta con una única sala de cine moderna de verdad, adaptada para poder soportar las altas temperaturas veraniegas. Ese cine adelantado a su tiempo fue el Reyes Católicos, que se podía permitir el lujo de colgar en su publicidad el cartel de ‘refrigerado’ y estar todo el año abierto. El mismo año que abrió sus puertas, 1961, ya presumía de aire acondicionado y ya se llenaba los domingos del mes de julio cuando para la primera sesión de la tarde, a esas horas en las que el sol castigaba en la calle, la sala se llenaba de soldados del campamento de Viator que después de haber almorzado en los bares del centro disfrutaban del placer de la siesta al fresquito en las cómodas butacas del cine Reyes Católicos.
Para poder sobrevivir en verano, los empresarios de los cines sabían que no tenían otra salida que embarcarse en la gran inversión de climatizar sus salas. Aguantaron todo lo que pudieron hasta que al final, a comienzos de los años setenta, casi todos los cines de Almería apostaron por renovarse.
En 1972 un cine de barrio, el de los Ángeles, climatizó su sala. El sábado 16 de noviembre de 1968 se había puesto en marcha con todos los honores el gran salón de cine del barrio con la proyección de la película ‘Fedra West’, una del Oeste rodada entre Italia y España. En su tiempo, el cine de Los Ángeles fue una sala de lujo con cómodas butacas, una gran pantalla con las últimas innovaciones de sonido y un confortable ambigú donde los niños se gastaban las pocas monedas que les sobraban, pero le faltaba un detalle importante: la refrigeración para que el público pudiera llenar sus asientos también en verano.
Aquel verano del 72 en el que llegó el fresquito al cine los Ángeles, también pusieron el aire en el teatro Cervantes y en el cine Roma. El Liszt, que era un señor cine, no se climatizó hasta 1974, lo mismo que el cine Moderno de la familia Asensio.
Montar un sistema de refrigeración moderno fue una inversión muy costosa para los empresarios, pero estaban obligados a dar el salto en una época donde el cine había perdido fuerza en relación a décadas anteriores. La aparición de la televisión, instalada ya en todos los hogares, le fue restando público a las salas que empezaron a vivir de los grandes estrenos de los fines de semana y de los populares programas dobles.
En aquellos veranos en los que cerraban los cines del centro por el sofocante calor, el protagonismo se lo llevaban las terrazas, que estaban repartidas por todos los barrios de la ciudad. Entre una sala de cine y una terraza había una diferencia fundamental, además de que una tenía techo y otra estaba al aire libre. Esa diferencia era que a la terraza no se iba solo a ver cine. A la terraza íbamos a convivir, a relacionarnos, a ponernos cerca de la niña que nos gustaba para hablarle o rozarle una mano, a disfrutar de ese placer incomparable de comprarnos una gaseosa y una bolsa de cacahuetes en compañía de los amigos de nuestro barrio a esas horas de la noche en las que en invierno ya teníamos que estar acostados.
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