El sanitario de las prostitutas

Luis Díaz Plaza (1893-1944) trabajó como practicante en el Instituto de Higiene

Luis Díaz Plaza se hizo un experto en enfermedades venéreas trabajando junto al doctor Limones.
Luis Díaz Plaza se hizo un experto en enfermedades venéreas trabajando junto al doctor Limones. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
22:18 • 08 ago. 2024

Estuvo empleado en una notaría cuando era un muchacho, hasta que se sintió atraído por la enfermería y fue aprendiendo el oficio de practicante en el Hospital Provincial viendo como trabajaban los veteranos. 



En 1917 aprobó las oposiciones de asistencia pública domiciliaria y pidió que le concedieran la plaza de Cabo de Gata. Los años vividos en aquel retiro en contacto con la gente de la mar fueron decisivos en sus primeros años de profesión y también en su vida sentimental. En Cabo de Gata conoció a Francisca Gómez, la mujer con la que contrajo matrimonio en 1918.



Allí estuvo ejerciendo su oficio en un tiempo en el que los practicantes de los pueblos pequeños y de las aldeas tenían que tener conocimientos de medicina porque la gente los requerían como si fueran doctores. Lo mismo tenían que poner una inyección que sacarse de la chistera un remedio para bajar la fiebre o colocar un hueso que se había salido de su sitio.



Cuando regresó a Almería ingresó en el Instituto Provincial de Higiene, plaza que mantendría hasta el último día de su vida.En los años veinte, cuando Luis Díaz Plaza llegó a su nuevo destino, el Instituto de Higiene estaba situado en un viejo edificio de la calle Beloy, cerca de la casa de los Jesuitas, donde permaneció hasta  su traslado a la calle de Gerona. Por las mañanas era el secretario de la oficina de Higiene y por la tarde se dedicaba a ejercer su vocación de practicante en el distrito quinto. Entonces, los practicantes recorrían la ciudad a pie o en coches de caballos si las distancias eran largas o si se trataba de un caso urgente. Había un servicio de cocheros de guardia durante toda la noche que era utilizado a diario por médicos, practicantes y comadronas para desplazarse.



Luis Díaz visitaba toda la zona de Duimovich y las calles próximas al Quemadero y a la Rambla de Alfareros. Iba a las casas donde lo llamaban y allí donde tenía un enfermo al que había que atender a diario. Ponía inyecciones, cosía las heridas y practicaba todo tipo de curas, desde infecciones de la piel hasta dolencias de la boca. A veces, si el paciente se lo pedía, tenía que quitar una muela infectada sin apenas recursos.



En el Instituto Provincial de Higiene trabajó durante años al lado del prestigioso doctor Juan Antonio Martínez Limones, que era el Jefe de los Servicios de la Lucha Antivenérea en Almería. Tenía consulta pública por las mañanas y por las tardes tenía su consulta privada en la calle Álvarez de Castro. 



Un día a la semana, el médico y el practicante tenían que atender a las mujeres  que ejercían la prostitución. Se trataba de un reconocimiento semanal al que estaban obligadas para poder seguir trabajando. La proliferación de enfermedades como la sífilis, la gonorrea o el chancro, obligó a las autoridades a extremar las medidas preventivas entre las prostitutas, como grupo de riesgo más elevado. 



Se les exigía tener al día lo que entonces se llamaba la cartilla sanitaria, que era el salvoconducto que las autorizaba para seguir ejerciendo su profesión. En aquellos años, las casas de citas abundaban por los alrededores de la calle Real y la Plaza de Marín, además de la prostitución de barrio que tenía su centro de operaciones detrás del Ayuntamiento, en el popular arrabal de Las Perchas


El día que tocaba  pasar el reconocimiento, una procesión de meretrices llegaba hasta el Instituto de Higiene, donde el doctor  Martínez Limones y su practicante de confianza, Luis Díaz, iban examinando con detenimiento los órganos genitales de aquellas mujeres. Si no se les detectaba ninguna anomalía les sellaban la cartilla y a seguir trabajando, pero si había indicios de una enfermedad, las mandaban al Hospital acompañadas siempre de un agente de policía para asegurarse de que se retiraban del oficio durante las semanas que durara la obligada cuarentena.


Luis Díaz Plaza fue represaliado después de la guerra civil por sus ideas políticas y durante meses estuvo suspendido de empleo y sueldo, aunque nadie le impidió seguir poniendo inyecciones y curando heridas de casa en casa. Cuando le devolvieron su puesto en el Instituto de Higiene y tuvo la oportunidad de recuperar de nuevo todo su prestigio profesional, la vida le tenía preparado un final inesperado. Un ictus cerebral se lo llevó el 8 de octubre de 1944, con 51 años recién cumplidos.


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