Había que volver a la normalidad cuanto antes, que Almería recuperara el pulso, que se notara de verdad que había terminado la guerra y que empezaba un tiempo nuevo. para una ciudad derrotada que había quedado marcada por su resistencia al golpe de Estado del 18 de julio de 1936.
Unos días después de terminar la guerra civil, el seis de abril de 1939, el Alcalde de Almería, Vicente Navarro Gay, decidió publicar un manifiesto dirigido a la clase patronal para que pusiera en movimiento sus negocios con el objetivo de “establecer en el más breve plazo posible la normalidad de la ciudad”.
En esa misma sesión celebrada en el ayuntamiento, se acordó designar con el título de Paseo del Generalísimo Franco la que entonces era Avenida de la República y con el de Parque de José Antonio Primo de Rivera al llamado Parque de Nicolás Salmerón, “en tributo de gratitud y admiración a los que de un modo desinteresado han contribuido a la salvación de España”, reflejaba el acta municipal de aquel día.
El acuerdo vino seguido de una orden para que se cumpliera inmediatamente. Las autoridades no podían permitir que nuestro querido Paseo, que había tenido tantos nombres a lo largo de su historia, siguiera recordando los años de la República. Tres días después los operarios municipales ya estaban colgando las lápidas de piedra como el nuevo nombre: ‘Paseo del Generalísimo”.
En aquellos primeros días de la posguerra una de las prioridades de las autoridades locales fue cambiar también la rotulación de las principales calles de la ciudad para enterrar los nombres que había proclamado la República. El 21 de abril se acordó por unanimidad sustituir las denominaciones de las calles de la Reina, Granada y Concepción Arenal con los de General Queipo de Llano, General Saliquet y General Rada, “en atención a los servicios que han prestado a la patria los expresados generales, los cuales se han hecho acreedores a que Almería les manifieste en la referida forma su admiración”, quedó escrito en el acta de la sesión. También se aprobó, a propuesta del alcalde, nombrarlos hijos adoptivos, y se propuso al jefe provincial de Falange que escogiera tres calles de la ciudad para designarlas con los nombres de Calvo Sotelo, Alejandro Salazar y General Tamayo, indicándole que por el “prestigio de los nombres dichos, sean calles céntricas e importantes de la ciudad”.
El día 12 de mayo de 1939, el cronista de la ciudad, Joaquín Santisteban y Delgado, presentó un oficio en el que propuso que se designara con el nombre de Calvo Sotelo la calle de las Tiendas por ser la más céntrica. La propuesta del cronista no tuvo éxito y don Arsenio Lacal Fuentes, gestor municipal, manifestó que le parecía improcedente rotular con el nombre de Calvo Sotelo la calle de las Tiendas “pues nadie adoptaría este cambio de nombre por estar muy arraigado el que tiene en la actualidad”, y que sería más conveniente que fuera la Avenida de la Estación la que llevara el nombre de Calvo Sotelo. El señor Lacal propuso a su vez que la plaza que debía ser designada con el nombre de Alejandro Salazar era la de Manuel Pérez García, y darle el nombre de General Tamayo a la antigua calle de Sagasta, aprobándose estas propuestas en la sesión del 19 de mayo de 1939.
La idea de cambiar los nombres de las calles surgía en ocasiones de los propios ciudadanos. El 22 de junio se recibió en el ayuntamiento un escrito firmado por varios vecinos del distrito cuarto, solicitando que se bautizara a una calle del barrio con el nombre de Antonio Núñez Martínez, vecino del lugar “en premio a las penalidades sufridas por la causa nacional”. Se acordó denegar la petición “pues no es posible acceder a lo que se solicita por ser innumerables, no ya los que han sufrido por la patria, sino los mártires sacrificados en holocausto de la misma”, fue la respuesta que dieron las autoridades.
En noviembre de 1939 la Diputación propuso el ayuntamiento dar el nombre de José María de Acosta a una calle de la ciudad, acordándose que fuera la de Almanzor Baja. Ese mismo mes se acordó variar el nombre de varios colegios: El de Marcelino Domingo (en la Carretera de Granada) pasó a denominarse Calvo Sotelo; el de Villaespesa (en General Luque), se cambió por el de Generalísimo; y la escuela de Mariana Pineda (en la Almedina), se nombró como Francisco Villaespesa.
A estas medidas siguieron nuevas rotulaciones: se llamó Plaza Virgen del Mar a la de ‘6 de Octubre’, Alfareros a ‘Primero de Mayo’, Flores a Canalejas, Real a General Riego, Plaza Vieja a la de ‘La Libertad’, Martínez Campos a Capitán Galán y Padre Alfonso Torres a la calle de Barceló.
Almería quería ser una ciudad distinta, borrar de una vez las huellas del pasado, de ese tiempo en el que la ciudad había sido fiel a la República.
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