Un viaje al interior del taller de Ana Morel, la almeriense de la aguja de oro

Sus capotes de paseo para toreros, diseños e imágenes religiosas la convierten en un referente

La artista bordadora Ana Morel, sujetando uno de sus capotes de paseo para toreros.
La artista bordadora Ana Morel, sujetando uno de sus capotes de paseo para toreros. La Voz
Elena Ortuño
12:12 • 27 ago. 2024 / actualizado a las 13:52 • 28 ago. 2024

Hay quien desconoce que escondida en algún lugar de la ciudad, entre paredes y suelos de madera, iluminada por bombillas de cálidos colores y repleta de objetos y creaciones de incalculable valor, se encuentra la meca almeriense del bordado tradicional. Cruzar el umbral del taller de Ana Morel es como hacer un viaje a un mundo en el que el tiempo se paraliza en pos de la maduración lenta y cuidada del trabajo artesanal. Cada obra realizada por la almeriense desafía de manera aguerrida la inmediatez y la moda rápida que tanto éxito cosecha hoy. Y, por supuesto, cada uno de sus productos funciona como espejo del don con el que nació, manifestado en la aguja y el hilo.



Lo primero que una percibe al entrar es que las paredes se encuentran repletas de marcos con fotografías y recortes de periódicos, vestigios de su fructífera trayectoria: exposiciones, pases de modelos e imágenes en las que Morel, como la llamaban sus maestros de niña, aparece acompañada de grandes personalidades como Ortega Cano, Francisco Rivera, Curro Romero o, incluso, Toni Benítez, diseñador de la Duquesa de Alba. Todos ellos momentos ganados a golpe de aguja y capturados por distintas cámaras en lugares dispares.



En otra de las habitaciones se encuentran alineados sobre un mueble todos los premios que la artista ha ganado a lo largo de su vida, reconocimientos que no solo valoran su encomiable labor, sino también el mimo y pasión con los que Ana elabora sus bordados. Capotes de paseo para toreros, imágenes religiosas, vestidos, bolsos, mantones y todo tipo de complementos se encuentran guardados con verdadero mimo tanto en el propio taller almeriense como en Rusia, Brasil, Barcelona, Francia o Murcia.



Trayectoria y obra



“Mi padre decía que cuantos más sitios recorriésemos, más cultura íbamos a absorber”, recuerda Ana con su imperecedera sonrisa. Y es que la niña que fue casi vivió con una maleta en la mano: desde Almería hasta Melilla, Córdoba o Madrid, todos fueron lugares en los que se asentó su núcleo familiar, compuesta por seis chicas y un solo varón.



La suya era una familia peculiar. Su tía abuela, Doña Carmen Ponce, y la propia madre de su madre, María Ponce de León Ortega, estuvieron también ligadas a su manera con la artesanía; un hecho que repercutió en que Ana cogiese la aguja incluso antes de cumplir los seis años. “Mi madre se puso como tarea que cada una de mis hermanas aprendiese una labor. Una es experta en bolillo, otra en ganchillo… pero bordar solo lo hago yo”, explica.



Mientras habla, va sacando cajas, desenvolviendo adornos y abriendo armarios y cajones, todo con sumo cuidado. Comienza a mostrar qué es aquello que la ha convertido en referente del mundo en el que se mueve. 



“Esto es una falda de pedrería que imita las constelaciones. Están todas: tauro, escorpio, leo…”, enumera mientras señala una tela oscura sobre la que ha cosido un diseño que bien podría pertenecer al postimpresionismo de Vincent van Gogh. Se trata de una representación de un cielo formado por espirales de colores y constelaciones plateadas, todo ello reflejo de los sentimientos de la artista durante una época convulsa de su vida. Es un modelo para vestirlo ella misma y no es la primera vez que se confecciona su propio vestuario.


Ninguno de sus diseños es igual al anterior. Para ella, todos deben ser únicos. Al igual que Miguel Ángel pensaba que dentro de los bloques de mármol había figuras esperando a ser liberadas, Morel no ve simples trozos de tela: “Cuando yo voy a una tienda de retales, observo y acaricio los géneros hasta que encuentro uno que me dice lo que tengo que hacer con él. Se materializa en mi cabeza”, reconoce.


Cuando a la artista se le mete algo entre ceja y ceja no hay nadie ni nada que le impida llevarlo a cabo. Ella misma reconoce orgullosa que nunca ha rechazado un reto y que, hasta el momento, ninguno se le ha resistido. 


Pone el ejemplo de un mantón de manila con más de un siglo de vida que llegó a sus manos destrozado: “Los flecos ya no eran flecos, estaba horroroso, con todos los hilos fuera, le faltaba bordado…”, rememora. Pertenecía a una buena amiga suya y era una pieza transmitida de generación en generación. Ana no se pudo negar: “Se quedó perfecto”, añade.


Buscando entre vistosos vestidos, abanicos y chales floridos, Morel desentierra uno de los mayores retos de su carrera: las imágenes pintadas a la aguja sobre seda y oro. “Me regalaron una imagen del Cristo de la Caridad, de Almería. Está muerto, pero aun así tenía una talla tan dulce que me dije: lo que yo hago con el dibujo artístico lo tengo que pasar a la aguja”, relata. El resultado, tras 700 horas de trabajo, es una verdadera obra de arte de tamaño A4 con una técnica que ha amoldado a su forma de trabajar y que podría decirse que es “única en toda Andalucía”.


La almeriense tiene claro lo que quiere: un trabajo bien hecho y con gusto. No son pocas las ocasiones en las que se encuentra que sabe lo que buscan sus clientes antes que ellos mismos. Se le viene a la cabeza una ocasión en la que decoró el manto de la Virgen de los Desamparados, también de Almería. “Me pidieron flores bordadas, pero yo creí que quedarían mejor unos adornos sobreexpuestos”, explica mientras enseña un floreado en tres dimensiones que ella misma confeccionó. “El manto quedó precioso y me dieron un reconocimiento por ello”.


Incursión en las plazas de toros

Más allá de la moda y de su colaboración con distintas hermandades y cofradías, Ana Morel también se ha labrado un nombre entre los toreros españoles gracias a sus famosos capotes de paseo, fruto de nuevo de un reto que no quiso rechazar. “Un banderillero me dijo: 'Oye, Ana, tú bordas mantones y vestidos. Yo quiero que me bordes un capote'”, recita. Y así lo hizo. Después del primero, llegó el que Salvador Cortés estrenó en la Feria de Almería, un manto con sus iniciales y una imagen bordada de un Cristo en el que el detallismo es comparable al de Van der Weyden en El descendimiento de la cruz.


Ante la pregunta de qué siente cuando un torero luce uno de sus diseños en la arena de una plaza de toros, Ana sonríe risueña: “Normalmente me lo agradecen, pero a mí no me salen las palabras para responder. No soy de las que van presumiendo de ser la bordadora, pero sí me sale una risilla y yo creo que con esa risa se revela todo, porque es permanente”, contesta la almeriense.


Conforme lo explica, impregna sus palabras con la pasión de una persona que ama lo que hace. “Cuando me hacen un encargo, yo sé que lo voy a tener que entregar. Y lo hago con ilusión porque sé que esa persona va a ponerse ese vestido que me ha llevado 200 horas hacer, pero a la misma vez me da pena, porque siento que se lleva un trocito de mí”.


Antes de apagar las luces y cerrar la puerta del templo del bordado, ya ha quedado claro que Ana Morel siempre será artista y bordadora. Afirma que no lo dejará nunca, porque forma parte de ella: “Mi vida es mi familia y el bordado, es todo lo que he querido siempre y lo he conseguido”. Su amor y pasión por lo que hace la lleva a reconocer sin ningún reparo que si tuviese que desear un futuro profesional sería tal cual es su presente. 



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