Uno de los primeros trabajos que acometió el municipio al terminar la guerra civil fue el de adecentar algunas calles que se encontraban invadidas por montones de escombros como consecuencia de las obras de construcción de los refugios. Había rincones donde cerca de las bocas de entrada a los refugios se acumulaban auténticas montañas de tierra y pedruscos que le daban a la ciudad un aspecto catastrófico.
Una de las primeras ayudas estatales que se concedieron a la ciudad fue la de 500.000 pesetas para afrontar los gastos de desescombro, cegamiento y consolidación de la red de refugios que perforaban una parte del subsuelo almeriense.
En ese plan de poner en orden la ciudad, que pasaba por retirar los escombros de las calles y de las casas que habían sido dañadas por las bombas, entraba también el de tapar, o al menos disimular, los agujeros que habían servido de entrada a los refugios, que horadaban calles y plazas importantes de los barrios y del centro de Almería.
El proyecto se le encargó al arquitecto Guillermo Langle, que diseñó una serie de kioscos con la doble función de servir de ornato y tapar la boca del refugio y además de ser utilizados como pequeños negocios por particulares.
El arquitecto almeriense Alfonso Ruiz, describió los kioscos-refugios de Langle como construcciones “de planta rectangular, con uno de sus laterales a modo de mirador semicircular saliente”. La intención de las autoridades era ponerlos en funcionamiento lo más rápidamente posible, que empezaran a funcionar como pequeños negocios que le proporcinaran a las arcas municipales algunos ingresos mensuales.
Los kioscos-refugios se repartieron por varios puntos del casco histórico y del centro de la ciudad: Plaza Marqués de Heredia, Plaza Alejandro Salazar, Paseo del Generalísimo frente al Café Suizo, Rambla de Alfareros, Plaza de San Sebastián, Paseo frente al Banco Hispano Americano, Plaza Virgen del Mar, Paseo esquina a la calle General Segura, Plaza de Urrutia y Plaza de Jaruga.
En 1942 se llevaron a cabo las primeras adjudicaciones a particulares. Los contratos eran ilimitados, aunque sujetos a condiciones de obligado cumplimiento. Si la autoridad militar ordenara la apertura de los refugios, los inquilinos tenían que dejar libre el kiosco en el plazo de 24 horas, y si el ayuntamiento acordara su clausura, por el motivo que fuera, los arrendatarios tenían de plazo ocho días para marcharse.
El primer kiosco que se arrendó fue el ubicado en la Plaza de Alejandro Salazar, donde hoy está instalada la entrada a los refugios. El empresario Ildefonso Macias se quedó con el negocio a cambio de pagar una mensualidad de treinta pesetas diarias. En 1944 este kiosco pasó a manos del zapatero remendón Juan Benavente Manzano, que durante una década instaló allí su pequeño taller de calzado. En 1955 el kiosco de la Plaza Alejandro Salazar fue arrendado por Juan Rodríguez Martínez que montó en él un puesto de bebidas y refrescos.
El kiosco del Paseo, frente al Café Suizo, estuvo en manos de Rafael Plaza Llanos, que pagaba la cantidad de veinte duros mensuales al ayuntamiento, mientras que el kiosco que estaba frente al Banco Hispano Americano, en la misma avenida, estuvo regentado por José Rodríguez Larios a cambio de treinta pesetas mensuales.
El tercer kiosco-refugio del Paseo estaba ubicado al lado del edificio del Casino. En 1945, el industrial José Jiménez Martínez, propietario del café Los Espumosos, montó allí un puesto de venta de horchata y refrescos.
En 1942 quedó habitado también el célebre kiosco que se levantó en la Plaza Virgen del Mar sobre la boca del refugio . Fue su primer propietario el empresario Francisco Martínez, que se dedicó a la venta de libros y material de palería hasta que en 1944 lo dejó para instalarse en un local de la misma plaza.
De aquellos kioscos-refugios que adornaron la ciudad en la posguerra los tres testimonios más importantes, porque aún se conservan intactos, son el situado en la Plaza de Urrutia, frente a la iglesia de San Pedro, el de la Plaza Virgen del Mar y el kiosco de la Plaza Conde Ofalia.
El kiosco de la Plaza Urrutia tuvo varios propietarios a lo largo de más de medio siglo. Empezó como punto de venta de frutos secos y caramelos hasta que en los años cincuenta pasó a manos de la Iglesia, que montó en él un negocio de venta y alquiler de publicaciones católicas.
El negocio de la Plaza Conde Ofalia fue durante años el kiosco de Ramos. Su propietario, Ildefonso Ramos Salvador, se instaló allí en 1943 y lo convirtió en un lugar de referencias de los niños y de los adolescentes de la época, que se reunían frente al establecimiento para comprar y cambiar las novelas y los tebeos.
No todos los kioscos-refugios que puso en escena el ayuntamiento fueron adjudicados. En 1943 se aprobó la propuesta de que los instalados en las calles Javier Sanz, Plaza de Orbaneja, Avenida de Vílches, Plaza de Jaruga, Barrio Alto y calle de los Cámaras fueran utilizados para la venta de leche.
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