De aquellos negocios que empezaron a caminar hace sesenta años solo queda su recuerdo, a excepción de dos de ellos, el taller de motos que Carlos Escaso abrió en la calle Tirso de Molina, que sigue funcionando en el mismo barrio donde nació , y el Hotel la Perla de la Plaza del Carmen.
El año 1964 fue el de las peluquerías de señoras. La aparición en escena de nuevas barriadas a extramuros y sobre todo el despegue imparable de la bendita clase media, favorecieron el apogeo de este tipo de negocios. Ir todos los meses a la peluquería dejó de ser un privilegio exclusivo de las mujeres de la burguesía almeriense y pasó a convertirse en una rutina en casi todas las familias. En casi todos los barrios floreció al menos una de aquellas peluquerías de señoras que acabaron convirtiéndose en auténticos templos de la época donde las parroquianas no solo iban a peinarse, sino también a relacionarse, a comunicarse, a desahogarse y a enterarse de lo que pasaba al otro lado de las paredes de sus casas. El día que mi madre iba a la peluquería llegaba a la casa con noticias frescas, como si en vez de haber estado haciéndose la permanente se hubiera pasado la tarde en la redacción del Yugo.
1964 fue el año de la librería Cajal que en el mes de septiembre puso en marcha un grupo de catedráticos del Instituto de Almería. La librería Cajal fue para muchos de nosotros un lugar mágico, un santuario de los libros, un laberinto de estanterías y obras donde se perdía la noción del tiempo y del espacio y donde cada año, a comienzos del curso, íbamos a comprar los libros de texto.
1964 fue también el año del bar Las Vegas que el empresario Eloy Sedano abrió en la calle Padre Luque, cerca de los buzones de Correos. Desde su origen, Las Vegas fue un refugio de la juventud de su tiempo, un antro pandillero donde los adolescentes invertían lo poco que llevaban en un par de cañas y en un disco de la máquina mágica. El escabullimiento de Eloy Sedano fue uno de los primeros bares con máquina de discos, aquellos aparatos, inmensos como baúles, con el vientre lleno de vinilos, donde por un duro podías escuchar dos canciones. Sólo por cinco pesetas salía la voz de Roberta Flag cantando el ‘Suavemente me mata con su canción’’.
En 1964 empezó una nueva andadura el Hotel la Perla. Su dueño, Gustavo Rodríguez Florido, tiró la casa antigua donde estaba ubicado el negocio para levantar un bloque gigantesco que hiciera más rentable la empresa. El 21 de marzo se inauguró el nuevo establecimiento que siguió siendo un lugar de viajantes y gentes del comercio y un punto de reunión para grandes acontecimientos. La televisión del comedor fue una de las primeras que se vieron en Almería, por lo que cada vez que ofrecían un partido de fútbol de la selección o la final del Festival de Eurovisión, había cola para coger una silla.
En 1964 una empresa importante del mundo de los electrodomésticos, Radio Sol, dio un paso adelante abriendo en el centro del Paseo, en la esquina con la Plaza del Educador. La firma ‘Aguirre y Abad’ llevaba funcionando una década a toda máquina, convirtiéndose en una de las casas más populares de la ciudad debido en gran parte a la exitosa publicidad que montaban en los programas de radio a fuerza de premiar a los oyentes con grandes regalos.
La nueva tienda del Paseo montó espléndidos escaparates con los mejores televisores y los más prestigiosos aparatos de radio que había en el mercado, aunque su fama le llegó porque fue la primera que instaló en Almería unos paneles con auriculares donde uno podía escuchar las canciones de los discos antes de comprarlo.
En 1964 el sastre Francisco Fernández Egea se estableció en la estrecha calle Conde Xiquena y se hizo vecino de uno de los maestros más famosos de la época, el polémico don José el aceitero. Ese año el zapatero remendón Luis Benavente abrió un taller en el portal del número once de la calle Real y el maestro relojero Antonio Andrades puso en marcha un despacho en la calle de Trajano.
En 1964 el empresario Juan Salvador Casas se estableció en el número 42 de la calle Regocijos con una tienda de alimentación que se fue especialización en el café hasta convertirse en uno de los negocios cafeteros de referencia de la ciudad. Ese mismo año, Rogelio Úbeda Valera puso en marcha la querida y recordada imprenta de la Plaza de Bendicho y el industrial Juan Marín López se embarcó en la aventura de una gran tienda de electrodomésticos en el recién creado barrio de la zona de Altamira.
Fue también el año del joven emprendedor José Luis Moreno Caparrós, que antes de triunfar con firmas como Faelmo y Renta Todo, dio sus primeros pasos con un pequeño taller de electrodomésticos en el número dos de la calle General Castaños.
En 1964 abrió sus puertas una lechería que hizo historia. La abrió Francisco García Bretones en la calle González Egea. Los más viejos del lugar todavía recuerdan las colas de mujeres que se formaban por las tardes en la puerta de la tienda para llevarse la leche recién ordeñada.
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