El Alzheimer en Almería: crónicas desde el olvido

El 80% de personas con ciertos síntomas está sin diagnosticar

Imagen de archivo.
Imagen de archivo. La Voz
Juan Antonio Cortés
19:25 • 29 sept. 2024

No hace ni diez años que cuidaba de él. Se les veía por el barrio, calle abajo, con plácidos pasos, serena mirada. A las seis era su hora. Todos los días, con el sol tórrido de agosto y con la penumbra de enero, el viejo esperaba a alguien. Al verle, se miraban a los ojos con una ternura que resultaba difícil de entender, pero aquel señor, con su garrote y su sombrero, de porte atractivo y guasón, no tenía nada que decirle. Nunca. Sonreía el caballero de compañía con la nobleza del primer encuentro y le echaba la mano al hombro. En el trayecto, se detenían en un parque. Siempre. Se sentaba el viejo en un banco frío y el hombre lo tapaba con una manta en los días de relente. Llevaba una bolsa. Pipas y mollas de pan. Y observaba desde allí la avidez de las palomas. Y de los gatos callejeros.



Cuando se acercaban a por el manjar, el viejo susurraba:



-Ves. Te lo dije.



Durante un rato largo, a veces bajo la luz tenue de la luna saliente, florecía en su cara una huella de tímida alegría. Era efímera, duraba lo que aquel momento fugaz, pero suficiente.



En las tardes de verano, el viejo dirigía sus párpados hacia los columpios. Parecía gustarle el ruido de los niños y la odisea cotidiana de padres y abuelos. Saludaba por costumbre y, solo a veces, recibía un buenas tardes. Solo a veces. Pero eso al viejo poco le importaba.



A su lado, el otro hombre, 30 años más joven. También guapo. Menos encorvado, con las arrugas propias de quien recibía ya a los sesenta, el señor siempre hacía lo mismo. Pasaban las horas, lloraba la tarde su adiós, se iban los chiquillos del lugar de la vida, sonaban los claxon en la calle, amanecía la noche. Y él, el acompañante, era un ladrón de silencios. Estaba. Y parecía no estar. Porque nunca hablaba. También, y como el viejo, nunca decía nada. En lugar de palabras, de sus mejillas emanaba siempre el gesto adecuado. De sus manos salía la caricia perfecta. De sus labios, el beso que tantas veces se ahorró en los años en los que creyó que nunca le haría falta amar. Al llegar a casa, la partida. El viejo dominaba el dominó. Y cuando no era así, también. En las tardes de fútbol, el caballero silencioso lo ataviaba con la bufanda del Almería. Ya fuera septiembre o mayo, aquel viejo se acordaba de los suyos. Eran, sí, de un Almería lejano:



-Verás cuando salga Juan.



Juan era Juan Rojas. Hablaba más de él que de su hijo. Y de Arconada. Y de Clemente. Y cuando a Kalu Uche le daba por marcar, salía de su voz un grito de guerra gutural, emancipador. Y repetía con palabras inconexas.


-Ves, te lo dije. Ahí tienes al Rojas.


El acompañante, que no perdía detalle, rastreaba la televisión con el mismo deleite que el viejo. Pero callado. Había días de balón y de radio. El viejo nunca dejó de asir su feo transistor. A veces, cuando Rubalcaba y Rajoy estaban a la gresca, se acordaba de Suárez y de Guerra. A Felipe le hablaba todas las santas noches. Lo tenía en un cuadro en la habitación. Como quien tiene el cuadro de la Primera Comunión.


-Buenas noches, Felipe.


El acompañante.


-Buenas noches, Pepe.


Abandonamos la escena unos segundos para viajar hasta el Complejo Alzheimer José Bueno, de la Asociación de Amigos de Alzheimer (La Cañada de San Urbano), cuyo presidente es Antonio López. Allí está la directora. Es María Marchal.


-¿La enfermedad tiene sus fases bien definidas?

-No hay un patrón que nos diga en qué momento cambian las fases de la enfermedad. Hay enfermos que están diez años estables y otros que en un mes sufren un gran cambio. Los familiares no saben cómo enfrentarse a estas situaciones.


-¿Cómo afrontan los cuidadores, las familias, este golpe?

-El cuidador está peor que el enfermo. Ese desgaste por atender 24 horas al enfermo, el no sentirte comprendido por el entorno... El centro atiende a los familiares psicológicamente. Animamos a que vengan.


-Cada vez hay más gente joven con Alzheimer. Hay causas lógicas...

-Hace un tiempo, en nuestro centro de día la mayoría de los usuarios tenían entre 75 y 90 años. Estos últimos años recibimos a personas con 54, 58, 60 años. Y en ellos es más agresiva la enfermedad.


-Una reivindicación.

-La detección precoz. Un 80 por ciento de personas con ciertos síntomas del alzheimer están sin diagnosticar. Se debe actuar a la mayor brevedad posible.



Volvemos con Pepe. Al viejo le molesta que le digan si se acuerda de algo. No sabe por qué se enfada. El acompañante le resulta familiar, pero no sabría decir su nombre. Se acuerda, eso sí, de su mujer. Con ella habla cada día como si aún no hubiera ausencia. A veces confunde a una vecina con su madre. Se le olvida comer. O come sin medida.


Cuando está bajo de tono, el cuidador le enciende un radio cassette antiguo y le coloca una cinta de Antonio Molina. Por la música se sabe que recuerda cosas. Que su cerebro traidor aún almacena memoria musical. Que se alegra al escuchar la canción con la que se enamoró. Eso sí: deambula por la noche. Y ahí subyace una pregunta. El prestigioso neurólogo y neurocirujano del Hospital Universitario Torrecárdenas, el doctor Antonio Huete, dice que el estrés continuo de una persona, el no dormir bien, hace que los mecanismos neurotransmisores se vayan dañando. El sueño, sí, es protector. Para el enfermo y para el resto. Objetivo, prevenir las enfermedades del cerebro.


Volvemos al origen. Hace 10 años, el acompañante cuidaba de su padre. Cuando murió Pepe, ya muy mayor, la vida -como aquel Martín Santomé de Benedetti- le dio unos años de tregua. A Luis, uno de los más de 10.000 almerienses con la enfermedad, se le olvida hoy cómo se llama su nieta. El alzheimer golpea dos veces.


Ahora es su hijo, el nuevo cuidador, el que le pone la bufanda del Almería para animar a José Ortiz y a Kalu Uche cada vez que sale al campo Luis Súarez.


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