El trasiego de la Estación de Autobuses

En 1955 se puso en marcha la Estación de Autobuses tras ocho años de gestiones y de obras

La entrada a la Estación de Autobuses con su ajetreo constante de idas, de venidas y de esperas.
La entrada a la Estación de Autobuses con su ajetreo constante de idas, de venidas y de esperas. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
19:26 • 01 oct. 2024

La Estación de Autobuses nació frente a la Estación del Ferrocarril y ambas tenían una misma función, llevar y traer pasajeros de un lugar a otro. Sin embargo, tenían vidas distintas, ambientes diferentes que marcaban una frontera entre una y otra. 



La Estación de Autobuses estaba marcada por un trasiego constante, un ir y venir sin tregua, con viajeros que en su mayoría se dirigían o procedían de la provincia. La Estación de Autobuses era un ajetreo sin descanso donde no existían los ratos de soledad que marcaban la vida en la Estación del Ferrocarril, donde entre un tren y otro podían pasar varias horas. 



En la Estación de Autobuses todo sucedía a la carrera: llegaba un coche y se iba otro mientras los pasajeros corrían por el andén para no quedarse en tierra.



La Estación de Autobuses llevaba un mundo de mercaderes y negocios alrededor que pasaba por las tiendas que había en la entrada, por el vendedor de los Iguales que se colocaba en la puerta y por los trileros que buscaban su oportunidad para sacarle los cuartos al primer cateto que se bajara del autobús con ganas de hacerse rico.



En las escaleras de acceso al vestíbulo te podías encontrar con una mujer cambiándole los pañales al niño, con un tipo tumbado y dando cabezadas mientras esperaba su coche o con una familia devorando los bocadillos de chorizo que se habían echado en el equipaje para la hora del almuerzo. 



La Estación de Autobuses, como era costumbre en Almería, fue un proyecto marcado por los continuos retrasos, una vieja aspiración que tardó siete años en hacerse realidad. En un Pleno Municipal del mes de septiembre de 1947, se dio lectura a una moción del alcalde proponiendo que se sacara a concurso la construcción de una estación para los servicios interurbanos. Hasta entonces, los coches de línea que unían la capital con la provincia utilizaban como estación la vía pública.



La  ciudad crecía, el tráfico aumentaba y las comunicaciones entre la capital y los pueblos exigían la puesta en marcha de nuevos servicios y sobre todo, de una Estación de Autobuses que pudiera funcionar con vida propia en un lugar que estuviera alejado del centro de la ciudad para evitar problemas de tráfico pero lo suficientemente cercano para que la gente que venía de los pueblos a hacer sus gestiones en la capital pudiera desplazarse caminando.



Lo más complicado del proyecto fue encontrar los terrenos adecuados y expropiarlos después. En un principio se pensó en levantar la estación en la Avenida de Vivar Téllez junto a los talleres de Oliveros, pero finalmente se eligieron unos solares que existían entre la Avenida de la Estación, la Plaza de Ivo Bosch y la Carretera de Ronda, por contar con más metros disponibles y por tener una comunicación más directa con los caminos de entrada y salida de la ciudad.


Tras ocho de años de gestiones y de obras, a comienzos de 1955 la Estación de Autobuses era una realidad, a falta únicamente de terminar con los decorados. Para la escenografía, el Ayuntamiento confió en dos artistas de la tierra, los pintores Luis Cañadas y Francisco García ‘Pituco’, que se pasaron tres meses subidos en los andamios componiendo espléndidos murales con temas almerienses que le dieron vida propia al edificio.


En marzo de 1955 empezó a funcionar, aunque su inauguración oficial se retrasó unos meses para hacerla coincidir con las celebraciones tradicionales que se organizaban cada 18 de julio para conmemorar a lo grande el aniversario del comienzo del levantamiento militar que provocó la guerra civil.


La Estación de Autobuses destacaba como una pequeña joya en medio de un paisaje donde aún dominaba la vega y donde el alumbrado urbano era todavía una quimera. Cómo brillaba el edificio con su reloj presidiendo el paño de las ventanas y ese impresionante vestíbulo rematado con escenas de la vida cotidiana de los almerienses.


Ya teníamos el edificio, pero faltaba dignificar el entorno. La nueva estación contrastaba con  una  plaza  alejada  y despersonalizada. Llevaba el nombre de Plaza de Ivo Bosch, en homenaje a aquel recordado personaje del siglo diecinueve  que  fue  considerado como el gran impulsor del ferrocarril Linares-Almería. Pese a tan ilustre nombre, la plaza careció durante años de infraestructuras y aunque a lo largo del día tenía la vida que le daba el tránsito permanente de vehículos y de viajeros, y la presencia de la fábrica de Briseis y del sanatorio antituberculoso, durante la noche moría hasta transformarse en un paisaje fantasmagórico con escasa luz y numerosos baches. Cada vez que llovía el piso se llenaba de charcos y en las tardes en las que el viento soplaba con fuerza o se desataba una tormenta, toda la plaza se quedaba a oscuras. Una solitaria bombilla que instalaron en el centro, agarrada a dos cables, era la única iluminación de aquel escenario que quería abrazarse a la modernidad con una imagen rural y anticuada.


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