Entonces no había terrazas de bares que tomaran las aceras como si fueran suyas y la gente podía circular libremente por la Puerta de Purchena, que era un enjambre de vida, un hormiguero donde la actividad no paraba hasta que se hacía de noche.
El corazón de Almería, en los años de la posguerra, latía como un tambor en la Puerta de Purchena, donde se concentraban comercios de gran solera y donde estaba situada la parada principal del servicio de autobuses.
Todos los coches que comunicaban el centro con los barrios partían desde la Puerta de Purchena, que además seguía siendo la vía principal hacia el Paseo, hacía la calle de las Tiendas y hacia el Mercado Central.
La vida corría como un torrente por aquella parada en un tiempo en el que el parque de automóviles era escaso y el autobús era el medio más barato y rápido para llegar los barrios extremos. Desde 1947, el transporte de viajeros dentro de la ciudad contaba con cinco líneas que partiendo siempre de la Puerta de Purchena llegaban a Ciudad Jardín, al Zapillo, a Pescadería, a Los Molinos y al Paseo de la Caridad.
Los domingos que el Almería jugaba en casa, se establecía un servicio especial para llevar a los aficionados hasta la puerta del estadio. Era el autobús más saturado, donde los que iban de pie lo hacían pegados, como sardinas en lata. Entre la multitud, siempre había algún espabilado que intentaba saltarse al cobrador haciéndose el despistado.
Los partidos entonces se jugaban a primera hora de la tarde en invierno para aprovechar la luz solar, ya que el estadio no tenía iluminación suficiente. El autobús empezaba a transportar viajeros a las dos de la tarde y desde esa hora se formaban grandes colas en la Puerta de Purchena para poder desplazarse. Largas colas de hombres en un tiempo en el que era difícil ver a una mujer en las gradas. Aquel coche olía a colonia a granel, a tabaco, a copa de coñac y a ropa de domingo. Ir al fútbol era una ceremonia a la que muchos aficionados asistían con el mismo traje con el que por la mañana habían ido a misa, el traje de los días de fiesta, el traje que muchos se llevaron al altar el día de su boda.
El autobús que iba al estadio era el mismo que a diario hacía el corrido hasta el barrio del Zapillo, un servicio que empezó a funcionar de forma regular desde mayo de 1933. En los primeros años de la posguerra, el Barrio de Pescadores, como lo llamaban las autoridades, seguía siendo un lugar remoto, apartado de la ciudad, un suburbio mal comunicado al lado del mar y de la vega. Para acabar con esta situación de aislamiento, el Ayuntamiento puso en marcha, en 1947, una línea de autobús que saliendo de la Puerta de Purchena llegaba hasta la misma Plaza del Zapillo, donde se ubicó la parada de referencia. Hasta entonces, el servicio urbano de transportes sólo llegaba hasta una parada que había al pasar la actual Plaza de Manolo Escobar, frente a un bar muy popular llamado ‘El Jerezano’, que regentaba el empresario Francisco Vázquez Braza.
Lentamente, el servicio de transporte público iba llegando a todos los barrios en una Almería que hasta los primeros años sesenta conservó su condición de pueblo grande. En aquellos años el autobús tenía, además del chófer, un cobrador que se encargaba de vender los billetes, un puesto fundamental dentro del vehículo, no sólo para que nadie se subiera sin pagar, sino también para poner orden entre los viajeros.
Era una época en la que todavía existía el cobrador de mano, que iba con una cartera recorriendo los asientos cliente por cliente. Después llegaron los cobradores de asiento y los autobuses incorporaron, en la parte trasera, un pequeño púlpito con un cajón y un asiento donde iba el cobrador dirigiendo la entrada en el autobús. Los usuarios tenían que subir por la parte de atrás y se bajaban por la puerta del conductor. El cobrador era además el que daba la orden al conductor para que arrancara una vez que el personal había pagado su billete y se había acomodado en su asiento. El billete de entonces tenía un precio distinto, en función del trayecto. Si uno se bajaba en una parada cercana a la salida pagaba menos que el que hiciera todo el recorrido.
Los autobuses de entonces no llevaban aire acondicionado y había que abrir las ventanillas cuando arreciaba el calor, lo que causaba más de un incidente entre los viajeros, obligando a intervenir siempre al cobrador, que también hacía las funciones de mediador y de relaciones públicas.
Las viejas líneas se mantuvieron durante décadas, prácticamente sin cambios. En 1972 se establecieron dos nuevos servicios llamados de Circunvalación: uno por la Plaza de Toros y otro por la estación de ferrocarril. En esos primeros años setenta, cuando Almería cambiaba su aspecto urbanístico y crecía más allá de la Carretera de Ronda, operaban doce líneas en el casco urbano que ponían en comunicación el centro de la ciudad con los barrios principales.
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