Hay un parque aquí en mi barrio que esto no es parque ni es ‘ná’

El celebrado Parque de la Hoya se convierte en otro paraíso canino

El Ayuntamiento se limita a colocar ‘cartelitos’ que anuncian multas que no llegan.
El Ayuntamiento se limita a colocar ‘cartelitos’ que anuncian multas que no llegan. La Voz
Eduardo de Vicente
23:26 • 26 oct. 2024

El Parque de la Hoya no ha tardado en convertirse en otro ejemplo más de la política de abandono que estamos soportando en los últimos tiempos. Se pone toda la carne en el asador para arreglar un escenario que estaba olvidado, salen los gobernantes a echarse las fotos para apuntarse el tanto, la alcaldesa se coloca su placa para que la historia la recuerde para siempre como la gran artífice del invento y cuando pasan unos meses y ya se han apagado los ecos de las trompetas triunfales el parque pasa a un segundo plano y se transforma en un paraíso para que los dueños de los perros hagan amistades cuando se va el sol y para que sus mascotas troten libremente por los jardines y nos dejen su sello en forma de excrementos. 



Ante la suciedad y la mierda que se acumula por todos los rincones nuestras queridas autoridades se han limitado a salir del paso, a curarse en salud colocando unos cuantos cartelitos entre los matorrales donde se suplica a los inquilinos que sean responsables de su perro y se les recuerda que está prohibido llevar el perro suelto y dejar los excrementos en el suelo y a continuación les hace saber que “el incumplimiento de esta ordenanza municipal será motivo de sanción”.



Papel mojado, protocolo puro y duro. Para qué sirven los carteles si no se organiza un sistema de vigilancia que pueda sancionar de verdad. ¿Quién va a multar a los dueños de los perros que orinan y defecan en los jardines. El barrendero que pasa a las ocho de mañana. El jardinero que se pasa más tiempo quitando las cagadas que regando las plantas?



Es una historia que ya empieza a aburrir de tanto repetirse. Muy cerca tenemos el ejemplo de la explanada del Mesón Gitano, en la que tantos y tantos millones se han invertido para después dejarla de la mano de Dios. El Parque de la Hoya debería ser un lugar de recreo y esparcimiento vecinal, donde la gente pudiera ir a lo que toda la vida se ha ido a hacer a un parque: a que jueguen los niños, a contarse la vida, a darse besos, a tomar el sol en invierno, a tomar el fresco en verano sentado cómodamente en un banco debajo de una sombra, a pasear o simplemente a mirar a las musarañas aunque éstas ya no existan al haber sido devoradas por los teléfonos móviles.



Un parque que se precie no puede ser un lugar de paso que la gente vea desde lejos camino de la Alcazaba y en el que no se pueda acceder por estar tomado por los perros, o mejor dicho por algunos dueños que han convertido a sus mascotas en reyes y no les importa saltarse las ordenanzas ni molestar al prójimo.



Ahora, los vecinos del casco histórico podemos presumir de que tenemos dos parques caninos en nuestro entorno. El Parque de la Hoya se une al querido y recordado Parque de Nicolás Salmerón, que desde hace años está invadido por las mascotas, de tal forma que los restos de sus cagadas se pueden encontrar hasta en la hierba artificial que el Ayuntamiento instaló en la zona donde se montaron los aparatos de gimnasia. 



Ya va siendo hora que el equipo de gobierno que nos debería de gobernar le preste atención a eso que ellos consideran pequeños detalles de la vida diaria y de la convivencia. Sabemos que están muy ocupados en organizar fiestas, en regalarnos una Navidad artificial de dos meses llena de luces como si se acabara de descubrir ahora la luz eléctrica, y en esos nuevos proyectos de gran ciudad que les permitirán aparecer en los grandes titulares y en las fotografías de prensa para recordarnos que sin ellos no somos nadie.




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