Los talleres de Oliveros en la guerra

Los dueños acabaron presos y ejecutados en Turón y la fábrica, en manos del Control Obrero.

Trabajadores de Oliveros y miembros armados del Control Obrero en los talleres durante la guerra civil.
Trabajadores de Oliveros y miembros armados del Control Obrero en los talleres durante la guerra civil. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
18:49 • 29 oct. 2024

Los talleres de los hermanos Oliveros seguían siendo la referencia industrial de Almería cuando estalló la guerra. Los años veinte habían sido de gran auge empresarial debido a los trabajos relacionados con el ferrocarril. En 1929 los talleres Oliveros construyeron los primeros coches de tren que se hicieron en Almería, tres vagones por encargo de la Compañía de Ferrocarriles del Estado de Lérida a Balaguer, una obra perfecta de ingeniería de 38 toneladas de peso y 20 metros de longitud que aumentó el prestigio de la empresa almeriense.



Pero los buenos tiempos pasaron a ser historia en la década siguiente. El golpe de estado de julio de 1936 y el estallido de la contienda terminaron con la estabilidad de la fábrica que acabó devorada por los acontecimientos. 



La firma ‘Francisco Oliveros S.A.’ fue usurpada durante los años de la guerra civil por el llamado Consejo Obrero de Metalúrgicos que se hizo cargo de la fábrica. La tragedia se cebó con los talleres y con la familia propietaria, ya que los hermanos Francisco y José Oliveros Ruiz fueron detenidos y trasladados al campo de concentración del pueblo granadino de Turón, donde acabarían siendo ejecutados



Los talleres cayeron en poder del llamado Control Obrero. Varios miembros armados de este consejo revolucionario ocuparon los puestos de mando, dirigieron la producción y llevaron a cabo reformas profundas en la plantilla de obreros. La novedad más significativa en aquellos años de guerra fue la incorporación de la mujer a los talleres para realizar trabajos que hasta entonces parecían destinados solo a los hombres. Seis muchachas fueron contratadas en la sección de tornos. Su trabajo consistía en hacer los proyectiles de los morteros donde después se incorporaba la munición. 



En los primeros meses, los sueldos de los trabajadores se pudieron afrontar con el capital de los hermanos Oliveros. Cuentan que estando ya presos en Turón, todos los meses llegaba hasta el campo de concentración un camión del Control Obrero con las nóminas de los empleados y los trámites bancarios para que fueran firmados por los propietarios.



La guerra cortó de raíz la producción natural de los talleres. La fabricación de vagones cayó en picado y no hubo otra alternativa que reconducir los trabajos y reconvertir la factoría en una empresa de guerra. En Oliveros se fabricaban proyectiles y allí se construyeron también los llamados carros de combate, vehículos rudimentarios, blindados con cuatro chapas de hierro que no hubieran resistido el ataque de un tanque de verdad, pero que servían para dar trabajo y también para levantar la moral de los obreros en los días más complicados de la guerra. Aquellos carros de combate llevaban impresas las  siglas ‘UHP’, ‘Uníos Hermanos Proletarios’, una célebre consigna que salió de la revolución de Asturias de 1934 y fue adoptada después como proclama del bando republicano. 



El famoso pito de Oliveros, la sirena que marcaba la entrada y salida de los trabajadores, también se tuvo que reconvertir y se puso al servicio de la ciudad para avisar cada vez que había riesgo de bombardeo.



El entusiasmo que se apoderó de los talleres de Oliveros en los primeros meses de la guerra fue decayendo a medida que la contienda se prolongaba y llegaban las malas noticias. Un año antes de que finalizara la guerra, la producción de la fábrica estaba prácticamente en dique seco, los trabajadores no cobraban sus mensualidades y hasta el economato, que había sido el almacén de víveres en los primeros años, empezaba a quedarse sin  alimentos, ya que el único género que entraba puntualmente era el que traían los carros desde la vega: verduras y patatas. La plantilla, apoyada por el Control Obrero, que la dirigía, pidió la puesta en marcha en los talleres de un comedor colectivo que nunca llegó. 


Al terminar la guerra el tercer hermano, Antonio, médico de profesión, decidió continuar con el proyecto industrial que había iniciado su padre medio siglo atrás. Recuperó la propiedad de la fábrica y en unas semanas consiguió reunir a un equipo de cincuenta operarios de la máxima competencia para poner en marcha la fundición.


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