José Guijarro García, un garruchero apodado el de la Ica, que salió de su pueblo a Valencia con 14 años, nunca ha pasado tanto miedo. Ha tenido que ser ahora, en el invierno de su vida, tras haber pasado por toda suerte de avatares, de duras enfermedades, cuando este patriarca se ha enfrentado a un toro o a un lobo de verdad. Su padre castellano llegó al Levante almeriense para trabajar en la industria de los Chávarri y cuando se vino abajo el emporio vizcaíno encontró una colocación en Valencia como empleado de la Campsa. Allí creció su hijo, ahora patriarca de la familia. Y allí ha visto estos días, con sus ojos gastados, desde una ventana de su casa de Picaña, en la médula de la hecatombe valenciana, un horror inédito para él: el horror de saber de su yerno Jesús, la maldita tarde del pasado martes, encaramado a una caseta de electricidad, rodeado de agua turbia bajando con rabia a diestra y siniestra, como en un islote en medio de una tormenta en el Pacífico. Su yerno, inmobiliario, que volvía de su oficina en Paiporta, a 3,5 kilómetros de su hogar en Picaña. Su yerno, que vio cómo medró de golpe el nivel del agua del Barranco de Chiva y cómo el vehículo empezó a navegar como una canoa bajando el Sella, y que, por ventura, se topó con un tronco de árbol milagroso que lo frenó de un abismo seguro y que le hizo poder escalar hasta la caseta eléctrica y salvar su vida joven, tras varias horas a la intemperie, como un náufrago, hasta que la Guardia Civil lo rescató de madrugada por las coordenadas del móvil y pudo pasar la noche bajo techo en el cuartel, pero con un espanto en el cuerpo que le perseguirá, quizá, el resto de su vida.
Picaña, en el epicentro del cataclismo valenciano, allí vive el anciano José Guijarro con su hija y allí vive también su nieta Rocio, garruchera, hija de su hijo José y de su nuera Paquita Galindo, hija de Juan Miguel el Pollo, un recordado patrón de pesca garruchero. Hasta Picaña se fue Rocío por amor a su novio, con el que comparte un piso en el barrio de Bellavista. La caída de cuatro de los cinco puentes de esta localidad de la huerta sur de Valencia, un pueblo de trabajadores del cinturón valenciano perfumado por el azahar de los naranjos, ha hecho imposible que la nieta haya podido ir a ver a su abuelo José y a su abuela Carmen Caparrós, también garruchera.
Rocío Guijarro Galindo, estudiante de medicina nuclear en Valencia y empleada en un comercio de ropa de Picaña, pudo salir indemne al vivir en un cuarto piso, pero tuvo que auxiliar in extremis a su vecina Carmen, una viejecita que vive sola en el primero de su propio edificio. Su novio se salvó de milagro, porque cuando bajó a poner el coche en un sitio más alto, no le pilló la riada de lleno, como sí le ocurrió a un vecino de 22 años que sigue desaparecido desde las ocho de la tarde de esa trágica jornada: A partir de ahora, en martes, ni te cases, ni te embarques, ni salgas a la calle si llueve mucho.
La familia Guijarro ha perdido al menos cinco coches, pero han podido salvar sus vidas. Ahora siguen limpiando su calle y su garaje con una mascarilla, entre un olor putrefacto y esperando ayuda de maquinaria pesada que borre la huella de tanta caña y tanto barro, aunque el horror de lo visto y lo vivido persista, irremediablemente, aún algún tiempo.
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