La vega iba en retirada. La ciudad necesitaba extenderse hacia sus terrenos y aquel universo que había permanecido invariable durante lustros y que parecía eterno, se fue quedando acorralado. La vega, al nombrarla, nos parecía un territorio lejano, un escenario bucólico donde no llegaba la ciudad, sin embargo estaba tan cerca que no se tardaban más de quince minutos en bicicleta en llegar desde el Paseo hasta esa vega próxima que empezaba al otro lado de Ciudad Jardín.
La construcción del Estadio de la Falange fue uno de los primeros mordiscos serios que sufrió la Vega de Acá. El proyecto corrió a cargo de la Jefatura Provincial del Movimiento, siendo financiado con los fondos que este organismo recibía de la delegación de Abastos. Se partió de un presupuesto inicial de dos millones de pesetas, que se fue quedando corto con los años. Las obras comenzaron el martes13 de febrero de 1945, una fecha que se estuvo recordando después durante años cuando en los mentideros futbolísticos de la ciudad, que eran los bares y los cafés, se decía medio en broma y medio en serio que el estadio no se terminaba nunca de construir por haber empezado las obras en un martes y trece. En abril de 1946 se celebró la inauguración oficial con sólo una grada construida, la de Preferencia, mientras que la General era una montaña de tierra.
En los primeros años de vida del estadio, toda aquella manzana seguía siendo un territorio de vega donde aún olía a establos y a leche y donde las calles, que aún no habían nacido, eran senderos de tierra que comunicaban los huertos y los cortijos. En la misma calle Estadio, en el tramo que cruzaba por delante de la puerta principal del recinto deportivo, aún permanecían los restos de la boquera que llegaba hasta la playa.
En 1950 la calle Estadio seguía siendo la única que existía en toda aquella gran manzana donde lo rural se imponía claramente al progreso. Entonces solo contaba con diez viviendas construidas y cuarenta y cinco vecinos, cifras que se multiplicaron por dos en cinco años. El suelo era de tierra y no existía el alumbrado público.
A pesar de la presencia de la vega, el avance de la ciudad era ya imparable a mediados de la década de los cincuenta en toda aquella franja que iba desde Ciudad Jardín hasta el río. En diciembre de 1955 se entregaron las casas del plan sindical en el Zapillo, 156 viviendas construidas en la prolongación de las calles del Tejar y de Jaúl, y otras 72 que se levantaron junto a la carretera hacia Cabo de Gata, que entonces era la Avenida de Vivar Téllez. Este grupo de edificios venía a completar un barrio en expansión que ya había experimentado una transformación importante en 1942, cuando se terminaron las primeras viviendas de la barriada de Pescadores. Las viviendas modernas estaban agrupadas en pisos de tres plantas y sus inquilinos fueron bautizados con el nombre de ‘los de las Casas Nuevas’. Muchas familias de las que ocuparon el nuevo barrio venían de trabajadores de la fábrica de Oliveros. Eran familias jóvenes, casi todas cargadas de hijos que llenaron las nuevas calles y los arrabales del barrio de un torrente de vida joven.
También fue hijo de la vega el barrio de las casas de la Térmica, un complejo residencial de finales de los años 50 que el Instituto Nacional de Industria levantó para las familias de los obreros que trabajaban en la Central Térmica, que había entrado en funcionamiento en el verano de 1958 en el camino que llevaba hasta la desembocadura del río, frente a la playa.
Las casas de la Térmica formaban un poblado al margen de la ciudad, con cerca de cien familias que llenaron la nueva barriada de niños y de vida joven. Disfrutaban de un entorno privilegiado: al sur la playa, lugar de juegos y de aventuras para los niños; y alrededor los amplios descampados que habían quedado de la vega y los cortijos y las huertas que todavía se mantenían en pie, apurando sus antiguas formas de vida.
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