Si Aristóteles levantara la cabeza y viera cómo está su calle en Almería

Solo queda un vecino y maleza en el histórico callejón bajo la Alcazaba

La calle de Aristóteles se ha quedado sin vida, apartada de todo.
La calle de Aristóteles se ha quedado sin vida, apartada de todo. La Voz
Eduardo de Vicente
19:27 • 16 nov. 2024

La calle de Aristóteles llegó a tener más de cien vecinos en los años cincuenta, familias que mantenían sus casas encaladas y se encargaban de limpiar las puertas de sus casas y adornarlas con macetas. Era una calle importante a los pies de la Alcazaba, que en los últimos años se ha quedado en nada, en un rincón perdido en tierra de nadie donde solo habita un vecino con sus gatos y con sus perros. La calle ha tenido siempre dos entradas: una por la calle Cruces Bajas, que sigue abierta, y otra por lo que era el Callejón Mina, que el Ayuntamiento cerró con una valla metálica para levantar lo que pretendía ser un jardín y que el abandono ha acabado convirtiendo en un solar lleno de maleza donde los gatos y las pulgas campan a sus anchas. Los vecinos de la calle Cruces Bajas se quejan de que los matorrales sirven de urinario y de que por allí no pasan ni los servicios de limpieza ni los jardineros. El drama no es el abandono de esta pequeña calle, sino que se trata de uno de los rincones del conjunto monumental de la Alcazaba, que muestra al visitante lo poco que valoramos en esta ciudad la historia.



La calle de Aristóteles, que hoy se aparece como un espectro, llegó a ser una de las principales del barrio hace cincuenta años. Formaba parte de ese laberinto de callejuelas que se entrelazaban por la ladera de La Alcazaba formando estrechos pasadizos y rincones imposibles. Allí, cada calle tenía su propia identidad, cada manzana era una pequeña patria para las familias que la habitaban. Oficialmente, la calle se llamaba de Aristóteles, pero la gente le seguía llamando el callejón del Baile, su nombre primitivo, el que tuvo hasta que a comienzos del siglo pasado el Ayuntamiento se lo cambió por el del sabio filósofo griego. En sus orígenes, este rincón fue habitado por gentes que aprovecharon las cuevas que existían en la zona y los rellanos del terreno para construir sus humildes viviendas. En 1886, cuando el municipio elaboró un padrón de pobres, doce familias, la mitad de las que residían en la calle, fueron consideradas como ‘pobres de solemnidad’ y por lo tanto, necesitadas de recibir el auxilio de beneficencia que se les  daba a los que no tenían ningún medio de subsistencia.



La calle de Aristóteles tuvo épocas de esplendor, cuando todas sus casas estaban ocupadas, y tiempos de decadencia como el año 1918, cuando la gripe hizo estragos entre sus vecinos y se cerraron más de veinte viviendas atacadas por la enfermedad. Fue en la posguerra cuando el lugar se llenó de vida gracias sobre todo a las familias jóvenes que encontraron refugio en aquella zona de casas soleadas y de alquileres baratos. Hacia 1955 era imposible encontrar una hueco en alguna  vivienda y más de cien vecinos residían en la calle. 



El callejón se llenó entonces de niños que merodeaban a todas horas por las cuestas, por los árboles, entre las pencas, por las últimas galerías que surcaban el cerro. Allí disfrutaban de un escondrijo mitológico que llamaban la cueva de Perico, que en su imaginación se convertía en un lugar sagrado entre las rocas, un fortín que todos los días tenían que conquistar a la salida del colegio. Nada más atravesar el umbral de la escuela, echaban a correr con las carteras en la mano para ver quienes eran los primeros en llegar a la cueva y apropiarse de ella.  No se trababa de una conquista pacífica, ya que la escaramuza infantil terminaba en una lucha de grandes proporciones, en una batalla a pedradas que casi nunca tenía un final feliz. Los que se habían quedado sin la posesión del sagrado recinto, la trataban de reconquistar y entonces se desataba una de aquellas guerrillas a pedradas que tantos heridos se cobró entre los niños del barrio.  



Por aquellos años, cuando uno recibía una pedrada en la cabeza y había que llevarlo deprisa al Hospital para que le curaran el golpe, se decía que lo habían ‘escalabrado’. En una de aquellos juegos de guerra fueron tanto los ‘escalabrados’ que algunos padres presentaron denuncias en el ayuntamiento y tuvieron que intervenir los guardias. Una mañana, la calle de Aristóteles se lleno de policías municipales preguntando casa por casa en busca de los culpables. Como los niños no quisieron delatar a los responsables, imitando a los héroes que veían en el cine, la autoridad competente acabó imponiendo una multa a las familias que tuvieran un niño en edad de batallar. 



La calle fue muriendo lentamente cuando la gente empezó a progresar y la moda de los pisos y sus comodidades dejaron desiertos los rincones más humildes. En diciembre de 1970, una tormenta hizo ceder el terreno, partió la tubería de la conducción del agua y derrumbó cuatro viviendas. Unos años más tarde el desprendimiento del muro de contención del Camino de Castilla Pérez, que subía hacia La Alcazaba, tiró una casa y mató a Germán Ibarra, un vecino de 55 años. Desde entonces, el declive de la calle fue imparable.





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