Con ocho años era un pequeño Garrincha -quien vino después- en La Espesura, en el Salar del tío Porreras, en el Campo minero del Martinete; con ocho años, flaco y prodigioso, ya hacía diabluras con una pelota de trapo, como un Lamine Yamal de hoy, aunque sin que esas florituras estuvieran tan bien estipendiadas entonces. Ahí, en esos campos de arena y barro de Garrucha, entre la herrumbre de las viejas fundiciones de plomo, nació la leyenda del Gran Berruezo, uno de los más formidables jugadores de football que haya nacido en la provincia -como aquel Gaspar Rubio madrileño- solo que eso fue antes de la Guerra, cuando el fútbol tenía entonces la consideración que pueda tener ahora la petanca.
Esta es ahora la historia completa del Gran Berruezo, a los 64 años de su prematuro fallecimiento: Francisco Berruezo Gerez nació en Garrucha en 1913, hijo de alcalde, don Pedro Berruezo y de María Gerez, una de las estirpes fundadoras del pueblo a mediados del siglo XIX vinculada al comercio y a la exportación del hierro y el plomo de las minas. Su pasión desde pequeño fue ese incipiente juego inglés de la pelota que practicaba con niños de su edad y mayores como Claudio y Benito, que habían llegado de fuera a la Ayudantía de Marina y avivaron la pasión por este sport en el niño Berruezo.
Tanto es así que se colaba en los entrenamientos de la Peña Deportiva Garrucha que se constituyó oficialmente en 1929, aunque venía disputando partidos de forma esporádica desde 1915, y los jugadores, al ver al portento con el balón amagar para un lado y salir por el otro, fintar, esprintar, parar, centrar con efecto y todas esas destrezas que hacen grande a un jugador, tanto de ayer como de hoy, pidieron al presidente, el comerciante Pedro González, que lo fichara para el equipo.
Apenas era un niño que se escapaba de casa para jugar por la provincia sin el permiso de sus padres. Hasta que un día que se lesionó el extremo titular, salió al campo del Garrucha para jugar contra el Motril con sus progenitores en el campo. La clase de Berruezo maravilló a todo el mundo, su toque de balón, sus centros medidos. Fue el mejor de los 22 y ahí se consagró. Su pequeña fama local hizo que llegara a oídos de un prócer local que vivía en Madrid, don José Aynat, gran aficionado al deporte, quien fue a verlo a Garrucha y quedó impresionado, exclamando a varios amigos del pueblo que “es lástima que este chico no esté en un equipo de más categoría, yo voy a procurar llevármelo al Madrid”. Y así fue cómo unas semanas más tarde, su padre recibió un telefonema en el que decia: “Paquillo al Real Madrid C.F. acuda a conferencia”. Le firmaron un contrato de quinientas pesetas para el viaje, diez pesetas para el hotel y una gratificación de 30 duros mensuales para gastos durante su estancia en la capital.
El niño Berruezo con 18 años agarró el 19 de septiembre de 1931 el tren en Almería y llegó a la Estación madrileña del Mediodía, donde le aguardaba su protector. Aynat lo condujo al campo de Chamartín donde estaba el entrenador, un húngaro llamado Lipot Hertzka, con el que el Real Madrid ganaría, invicto, el primer campeonato de su historia. Se puso la camisola blanca y estuvo una hora entrenando. Y de él dijo el magiar: “Tiene buen toque y buena pegada, se va a dar el caso, bastante raro, de que un jugador pase por méritos propios de un equipo sin categoría a uno de primera división”. El garruchero siguió entrenando y jugó algún partido amistoso al lado del portero Ricardo Zamora ‘el Divino’, y jugadores consagrados como Lazcano, Prats o Peña. Pero según declaró el propio Berruezo al reportero Marcialillo del Heraldo de Almería unos meses más tarde, tras cerrar su periplo madridista, “los compañeros empezaron a mirarme con envidia y me hacían objeto de los mayores desprecios, esto me desalentó y jugaba cohibido y decidí volver a mi tierra”.
El sueño de Berruezo duró, por tanto, solo unos meses, lo suficiente como para ser el primer almeriense que militó, aunque sin debutar en partido oficial, en el Club blanco. Después vinieron otros como Francisco Gómez Vicente, Salmerón, el portero Cano de La Mojonera o el fino estilista Polo.
Berruezo volvió a Garrucha, donde sus juegos malabares continuaron maravillando en la época dorada del equipo albinegro que militaba en la máxima categoría provincia. En un encuentro con la Unión Deportiva Totanera, en el que metió cuatro goles, el empresario almeriense Carlos Amigó, que se encontraba presente y acababa de fundar el Athletic Almería, lo fichó para su escuadra junto al centrocampista también garruchero Jesusín. En el campo de Ciudad Jardín, el gran Berruezo continuo deleitando a los aficionados como extremo izquierda (era diestro de nacimiento, pero una lesión en la derecha lo reconvirtió en zurdo), con ídolos locales como Doucet, Jardinero, Jover o el portero Calderón. Uno de los más seguidos críticos deportivos, Rogelio Quiles (que fue también notable colegiado), llegó a escribir de Berruezo que “es el más formidable extremo que ha vestido los colores almerienses en todas las épocas, el jugador por excelencia, un día Benlliure tendrá que emplear su cincel y su arte en captar una jugada pletórica de belleza del Gran Berruezo”.
A partir de 1932 y 1933, el portentoso futbolista almeriense fue reclamado por clubs como el Condal de Barcelona, el Malacitano y el Melilla donde terminó sus días de jugador ingresando en el cuerpo de la Policía Armada. Su malogrado hijo, Pedro Berruezo, fallecido en el terreno de juego, fue también futbolista profesional en el Sevilla y uno de sus nietos, militó hasta poco en el ceuta.
Siempre quedará en la memoria de los viejos aficionados sus driblings, sus centros medidos, la puntería de este asombroso futbolista garruchero adelantado a su tiempo, que de jugar ahora sería millonario. Falleció este Garrincha blanco en Málaga, en 1960, con un multitudinario entierro con apenas 47 años de vida consagrada al fútbol entonces amateur, el fútbol que él entendía como arte, en aquellos antiguos partidos en los que las crónicas siempre terminaban diciendo: “Berruezo, el mejor de los 22”.
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