En la clase de don Antonio Salvador los balcones siempre estaban abiertos. El maestro era el primero en llegar cada mañana para preparar el aula, ventilar la habitación y poner en la pizarra el tema de estudio del día. Por aquellos ventanales, frente al camino de Málaga, entraba el aire del mar como una bocanada de vida que purificaba el ambiente, en una época en la que los coches pasaban de vez en cuando por la carretera y la explanada del muelle se llenaba de pescadores y redes desde el amanecer.
Cuando a lo lejos se escuchaba el motor de un camión que se acercaba por las curvas del Cañarete, los niños se alborotaban por el acontecimiento y el maestro los dejaba asomarse para presenciar el paso del vehículo. “Es el camión de la sal”, gritaba un niño cuando descubría el cargamento que venía desde Roquetas para ser embarcado hacia Málaga o Valencia.
A media mañana, los rayos de sol iluminaban la clase, calentando los pies de los niños si era invierno, llenando de luces y de sombras el interior del aula donde los escolares escuchaban en silencio la explicación del profesor. Una amplia pizarra presidía la pared principal. En ella, el maestro dibujaba de forma artísticas las fases lunares, la estrella polar, la tierra, el sol, mientras los niños miraban con las bocas abiertas la forma en las que iba creando cada imagen.
Por encima de la pared destacaba un viejo crucifijo de madera y debajo, un retrato de Franco joven vestido con uniforme militar. Junto a la pizarra colgaban las escuadras y los cartabones de madera, el semicírculo graduado y el viejo compás al que se siempre se le escapaba la tiza en el momento más inoportuno. En una esquina de la clase estaba el armario que encerraba los trabajos de los alumnos y los libros del profesor. Sobre el techo del mueble destacaba una hermosa flota de veleros que estaban siempre presentes en las explicaciones del profesor y en la imaginación de los niños.
Cuando por la tarde se iba el sol y había que cerrar los balcones, la clase se llenaba del olor a madera de los viejos pupitres, de los lápices de los niños, de los armarios, de la mesa del profesor, de la madera de los barcos y de las ventanas, que se mezclaba con el perfume de la tinta y de la goma de borrar. En esas horas de la tarde, don Antonio sacaba los mapas y la bola terráquea para que los niños buscaran los mares del mundo por pequeños que fueran.
La clase de don Antonio Salvador formaba parte de la Escuela Nacional de Orientación Marítima y Pesquera que fue creada en Almería en la primavera de 1943. Fue una iniciativa del Instituto Social de la Marina para que los hijos de los pescadores, que en aquellos tiempos contaban con pocas posibilidades de acudir a la escuela y recibir una formación, tuvieran derecho a una educación apropiada, no sólo a nivel general, sino también para adquirir la capacitación necesaria “para las funciones que están llamados a cumplir cuando siendo hombres, se dispongan a continuar las rutas de sus padres”, pregonaba la propaganda que rodeó la creación de estas escuelas.
Los niños recibían los programas de enseñanza generales de cualquier colegio público, y además eran instruidos en náutica, mecánica, pesca, fisiología e higiene, navegación, religión y moral, que también se consideraban fundamentales para hacerlos hombres de provecho.
La escuela marítima empezó a funcionar en octubre de 1944, en un humilde local que se habilitó en el número dos de la calle de Cassinello, entre la Rambla de la Chanca y la Plaza de Pavía.
La escuela principal era de niños, pero el Instituto Social de la Marina organizó también una escuela de niñas para que las hijas de los pescadores tuvieran al menos la misma oportunidad que los varones de recibir una educación elemental. Desde el comienzo, las escuelas tuvieron que sufrir el problema de la falta de locales para acoger a todos los alumnos que deseaban matricularse. La casa de la calle de Cassinello, donde se instalaron en los primeros tiempos, no reunía las condiciones necesarias, por lo que pronto surgieron los desencuentros entre las autoridades municipales y las de Marina.
En junio de 1944, el Ayuntamiento informó al Instituto Social que no se hacía responsable del abandono en que se encontraban las escuelas nacionales de Orientación Marítima.
A pesar de negarse a arreglar los centros, el Ayuntamiento sí asumió su responsabilidad legal a la hora de hacerse cargo del pago de los alquileres de dichas escuelas, y a intentar encontrar un lugar más adecuado para su traslado. La situación fue mejorando y a comienzos de los años cincuenta las escuelas encontraron alojamiento en una casa de dos plantas al lado de la escalera de acceso a la iglesia de San Roque. Fueron los mejores años del centro porque aumentaron las aportaciones económicas y subió el nivel de enseñanza, favorecido por la llegada de maestros jóvenes con un alto grado de preparación.
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