Debajo de aquel casco blanco que parecía una escupidera, a la una de la tarde de cualquier día de julio o agosto, el guardia de tráfico se convertía en un superviviente. Tenía que tener una buena preparación física para soportar los envites del calor, cuando el sol se colocaba en lo más alto del firmamento y derramaba lágrimas de fuego sobre el asfalto. Ese calor que rebotaba en el suelo y calcinaba los pies, ese calor que recalentaba el casco del municipal y lo colocaba al borde del colapso.
Otra cualidad del agente de tráfico era tener mano izquierda para saber afrontar las situaciones complicadas y no perder los nervios ni la compostura con el carrero que venía de la vega cargado y transitaba por el Paseo como si estuviera en su cortijo; con el motorista que no aguantaba la espera en un semáforo y se colocaba el primero de la fila cuando había llegado el último. Había que tener mucha paciencia con los que dejaban aparcado el coche en doble fila y se enfrentaban al policía si les colocaba una multa en el parabrisas y con el tipo de la bicicleta que se dejaba caer por el Paseo hacia abajo emulando a Bahamontes.
No era un camino de rosas el oficio de guardia municipal de tráfico cuando todavía no se habían colocado los semáforos y cuando una parte importante de los conductores, sobre todo los que llevaban motos y bicicletas interpretaban el reglamento a su manera. Los que más sufrían entonces eran los guardias de la Puerta de Purchena porque estaban a la vista de toda la ciudad y tenían que estar en continuo estado de alerta, y porque ocupaban un centro estratégico, un punto de confluencia de entrada al centro donde desembocaban la Rambla de Alfareros y las calles de Granada y Murcia. Les venía el tráfico por todas partes y aunque todavía no había muchos coches circulando por la ciudad, tenían que estar pendientes de otros vehículos que daban más problemas como eran los isocarros, los carros de mulas que eran mayoría en el pequeño comercio, los coches de caballos que eran la competencia de los taxis y sobre todo las bicicletas, que se eran la pesadilla de los municipales.
No era fácil el oficio de guardia municipal de tráfico porque un descuido suyo podía costar un accidente y porque en los meses de verano padecían el sol en toda su crudeza debajo de aquellos cascos blancos insoportables. El Ayuntamiento solía colocarles una humilde sombrilla, tan escasa que sólo daba sombra para un cuerpo. El agente buscaba refugio debajo de la sombrilla, pero como tenía que estar resolviendo problemas continuamente, acababa empapado en sudor y con la cabeza chamuscada.
Los primeros guardias de circulación aparecieron en la Puerta de Purchena y en el Paseo, cubriendo los cruces con las principales bocacalles. Pronto el Ayuntamiento vio la necesidad de establecer un servicio de agentes en la calle Obispo Orberá, en las inmediaciones del Mercado Central. La generalización del servicio sirvió para ordenar el tráfico en el centro y llegó a hacerse indispensable, tanto que en el verano de 1955 el Ayuntamiento aprobó que para los meses de agosto y septiembre, fechas de gran bullicio en Almería, se estableciera la jornada de ocho horas para los agentes de la circulación, que hasta entonces tenían turnos de seis horas y que se les gratifique como compensación de ocho pesetas diarias. Ese mismo año fue nombrado agente jefe de la circulación el cabo de la Policía Municipal don Carlos Juarez López y se aceptó el ofrecimiento de don Luis Soler Legaz, inspector jubilado de tráfico de Madrid, para adiestrar a los guardias de tráfico.
En aquellos primeros tiempos de servicio de los agentes, su labor no fue la de imponer la ley a base de multas a los conductores, sino la de ejercer una misión pedagógica, enseñando a los ciudadanos las principales normas de circulación. No es de extrañar que en las fechas navideñas los almacenes más importantes de comestibles: Núñez, Alemán, Góngora, los obsequiaran con cestas suculentas que iban depositando en medio de la calzada donde el policía hacía su trabajo.
Fue en 1960 cuando en el Ayuntamiento se planteó por primera vez la instalación de semáforos para dedicar a la guardia municipal a otros menesteres, iniciativa que no se pudo desarrollar debido a los escasos recursos económicos de los que disponían las arcas municipales. A comienzos de 1964 fueron suprimidos los guardias de circulación de algunos puntos como el Puente de la Estación y el del 18 de Julio, y de los cruces de la Carretera de Ronda con el Barrio Alto y con la calle de Paco Aquino. En su lugar colocaron señales de ‘Stop’. Siguieron en sus puestos los agentes del Paseo y de la Puerta de Purchena, en cuyo islote central el Ayuntamiento instaló un improvisado aparcamiento de motocicletas. En el Pleno de marzo de 1967 se aprobó el proyecto definitivo para la instalación de los semáforos y en diciembre se iniciaron las obras con la apertura de las zanjas.
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