El Paseo: sus apellidos, sus escenarios

El 17 de marzo de 1877 el Rey Alfonso XII recorrió el Paseo de Almería que llevaba su nombre

Uno de los días grandes del Paseo era la tarde de la procesión del Corpus, cuando el pavimento se cubría de hierbas y flores.
Uno de los días grandes del Paseo era la tarde de la procesión del Corpus, cuando el pavimento se cubría de hierbas y flores. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
19:37 • 03 dic. 2024

El sábado 17 de marzo de 1877, el joven Rey Alfonso XII tuvo el honor de recorrer la calle principal de Almería que llevaba su nombre. Venía de la Plaza Vieja, donde había asistido a los fuegos artificiales que se organizaron en su honor, y de regreso al barco que lo esperaba en el puerto quiso conocer su gran avenida, el Paseo del Príncipe. Mientras bajaba, pidió a su cochero que los cuatro caballos fueran a paso lento para disfrutar de la calle y también de la apoteósica despedida del pueblo.



Cuando don Alfonso vino a Almería el Paseo había sufrido ya varios cambios de nombre. En 1868, para celebrar el triunfo de la Revolución, se lo quitaron al Príncipe para bautizarlo como Paseo de Cádiz, por haber sucedido allí el levantamiento que acabó con el reinado de Isabel II. El 30 de septiembre de 1868, el Ayuntamiento acordó, a propuesta del concejal don Pedro López Vázquez, que se cambiaran los nombres de varias calles principales de Almería para celebrar el nuevo régimen, entre ellas el del Paseo, al que se le borró el nombre de Príncipe para colocarle el de Cádiz,  aunque le duró poco, ya que cinco años después los republicanos tomaron la decisión de que la gran avenida de la ciudad llevara el nombre de Ramón Orozco, Jefe del Partido Progresista y Diputado a Cortes. El Paseo de Orozco no tuvo tiempo de hacer historia, ya que unos meses después volvieron a buscarle otro apellido y pasó a ser Paseo del 3o de Julio, para recodar el heroico comportamiento del pueblo almeriense cuando la flota del Cantón de Cartagena vino a bombardear y a tomar  la ciudad.



En 1874, un año después, la Restauración Borbónica le devolvió al Paseo el nombre del Príncipe Alfonso, denominación que conservó hasta la proclamación de la Segunda República, en abril de 1931. Así nació el Paseo de la República, que permaneció durante ocho años, hasta que la victoria del ejército franquista en la Guerra Civil provocó que nuestro querido Paseo fuera dedicado al Generalísimo, nombre que mantuvo hasta la llegada de la democracia.



A lo largo de tantos años de historia el Paseo ha sido el escenario principal de la vida pública de la ciudad. Se puede afirmar que el Paseo ha sido una avenida de mil escenarios, abierta siempre a cualquier celebración colectiva, ya fuera un entierro de un personaje famoso o un triunfo deportivo.



El Paseo llegó a ser hasta un cine al aire libre en las noches de verano, cuando en los últimos años del siglo XIX el cinematógrafo Lumier proyectaba imágenes del mundo al sorprendido público almeriense.



El Paseo era la gran pasarela de la ciudad antes de que los automóviles empezaran a invadirlo. Había nacido con vocación peatonal, pero poco a poco se fue llenando de tránsito, primero con los coches de caballos y después con los coches de motor. Un acontecimiento histórico fue cuando el 21 de noviembre de 1900 un auto de la marca Marot y Gardón de París apareció por sorpresa en el Paseo, deteniendo con el ruido de su trepidante motor la apacible vida cotidiana de la gran avenida. Aquello fue una revolución. 



En 1913, viendo que el alma del  Paseo comenzaba a ser atropellada, el Ayuntamiento tuvo que adoptar la medida de restringir el tráfico por la avenida principal, estableciendo unas horas reglamentarias. Pero el progreso fue imparable y nadie pudo detener ese gran cambio que fue transformando aquella tranquila avenida en una autopista. Muchos conocimos, allá por los primeros años setenta, el Paseo de la doble circulación, cuando los coches podían transitar hacia arriba y hacia abajo, y cuando  se aparcaba en cualquier lugar sin que te vieran los municipales.



El Paseo iba cambiando de cara según el calendario. Teníamos el Paseo musical de los domingos cuando funcionaba el kiosco de la música frente al edificio de Correos. Teníamos el Paseo familiar de los días festivos, cuando se salía a tomar el sol por las mañas y a ver los escaparates de las tiendas por la tarde. Teníamos el Paseo revoltoso de las tardes de Feria, cuando toda la ciudad pasaba por allí, cuando era imposible encontrar un sitio libre en las terrazas de los cafés, cuando a los toreros que triunfaban en la plaza los traían a hombros hasta la puerta del Hotel Simón, aquel Paseo que acompañaba en silencio a su Patrona el último domingo de Feria y unas horas después estallaba con la traca fin de fiestas y el toro de fuego.


Había un Paseo del día del Corpus, que cambiaba de aspecto cuando los jardineros llenaban el suelo de flores y hierbas. Había un Paseo de celebraciones deportivas, donde la gente festejaba un ascenso del equipo de fútbol o los éxitos de un boxeador de la tierra. Había un Paseo de procesiones silenciosas y otro de manifestaciones ruidosas con jóvenes que corrían delante de la Policía Armada. 


Había un Paseo entrañable que cada Navidad se iluminaba sin grandes aspavientos, sin los excesos inútiles de ahora, y nos regalaba el milagro de los villancicos que sonaban a gloria por los altavoces mientras los niños hacíamos cola en la puerta de Simago para hacernos una fotografía con el Rey Gaspar, aunque supiéramos que era postizo.


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