Don Francisco Pardo, el maestro rojo

Deportado a los peores destinos tuvo que trocear su casa

Tony Fernández
19:32 • 21 dic. 2024

La Guerra Civil acabó con la brillante carrera docente de don Francisco Pardo Morales, maestro nacional de los tiempos de la República, que tras la contienda tuvo que soportar todo tipo de vejaciones porque no se mostraba afecto al régimen de Franco. Él votó en las elecciones y nada tuvo que ver en la contienda donde salvó la vida, que ya era mucho. De una familia bien acomodada se casó con Angelina Rueda del Águila y del matrimonio nació Juana María Pardo Rueda, a la que dieron carrera con muchísimo esfuerzo.



Se decía en la calle Magistral Domínguez que no  era de Franco, cuando todos lo eran, y él siempre con la boca cerrada cuando de política se trataba, puesto que bastante tuvo que lidiar con los destinos de ‘castigo’ que le mandaban por la provincia de Almería.



Sin queja, tuvo que trocear su casa de dos plantas para cobrar un alquiler que le servía para que nada le faltara a su hija estudiando en Madrid. Es verdad que escuchaba ‘La Pirenaica’ y que no era de Franco, pero como persona todos lo querían y lo respetaban. Nunca decía palabrotas, aunque en los momentos extremos siempre encadenaba un: “Leche, joder”, y de ahí no pasaba Paco. Nunca.



Deportado



Don Francisco Pardo Morales se fue a la ‘guerra’ cuando esta terminó, ya que pasó de ser uno de los mejores maestros de Almería a quedar a la cola y con los peores destinos. Un viejo coche negro se lo llevaba de madrugada a los destinos a más de 100 kilómetros de su casa y se quedaban en ella los inquilinos. Tuvo que trocear la vivienda de sus padres en la calle Magistral Domínguez 39 para un taller de modistillas y una vivienda familiar en la segunda planta. Lubrín, Cuevas del Almanzora, Guazamara... Los destinos más lejanos se los servían en bandeja porque no era un maestro afín al Régimen, y entre compañeros se corría la voz de que era rojo. A tenor de los destinos y con el bajón que le dieron en la lista de maestros, algo tenía que pasar porque no era normal todo lo que tuvo que aguantar sin salir de su boca queja alguna.



La radio



Tenía un despacho con una calavera de verdad y cientos de libros en las estanterías. Otros los guardaba en un baúl en el desván debajo de las escaleras. Por las noches encendía un viejo aparato de radio con una antena de cobre y escuchaba las noticias de Radio París y ‘La Pirenaica’, a sabiendas de que si lo pillaban iba a tener problemas. Tomaba precauciones y manejaba informaciones que en Almería pocos tenían. Su esposa siempre le decía: “Paco, apaga la radio que vamos a tener jaleo”. Una santa, que supo aguantar el exilio inesperado cuando la vida antes de la Guerra era mucho más feliz. Ya en tiempos de paz vino al mundo su única hija, a la que le dieron la carrera de medicina en Madrid y allí se quedó haciendo más triste una casa que durante el curso quedaba deshabitada en su primera planta en Almería.



SEM

Cuando llegaban las vacaciones y volvía a casa siempre estaba en el “SEM”, decía, no recuerdo si era un sindicato de maestros o que iba a la biblioteca, que así denominaba. No tenía otros lujos, ya que en el círculo en el que se movía todos eran como él, a tenor de las distancias con la ciudad. Subía la calle con su caminar lento y con su sombrero calado. Lo saludaba todo el mundo con el debido respeto, ya que era un hombre de carrera. En la recta final de su vida laboral y con la llegada de cierta relajación en el Régimen le dieron destinos más cercanos que él siempre entendía que era por motivos de edad y no por haberse convertido. Ese famoso “SEM” y su casa donde la lectura era su pasión formaban parte de su dieta sin lujo.


Tragedia

El Maestro Rojo vivía feliz en su remodelada casa de cuatro pisos que él mismo promovió, y se quedó con el local comercial y el primero. Un día, venía del entierro de su querida Ubalda, la farmacéutica de la calle Regocijos y amiga de su hija Juanita, llevaba la llave del portal en la mano, cayó y se golpeó con el bordillo de la acera en la cabeza. Su esposa estaba en Misa en Los Franciscanos, su hija en Madrid, y su cuerpo trasladado al Hospital Provincial hasta que Carmela, la que consideraba como una hija y vivió muchos años de alquiler en su casa, fue avisada para reconocer el cadáver. El revuelo fue grande en la calle y lo velaron en el salón de esa casa de la que dijo un día que: “no la voy a disfrutar”, como si supiese que se le acercaba el final de sus días. Le enterraron con su madre, María Morales, a mediados de los años setenta.


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