La romería que nos trajo la lluvia

En 1975 el obispo aprovechó la peregrinación a Torre García para pedir que lloviera

La carroza de la Virgen del Mar volviendo de la romería por el Paseo. J.Flores.
La carroza de la Virgen del Mar volviendo de la romería por el Paseo. J.Flores. Eduardo Pino
Eduardo de Vicente
18:41 • 08 ene. 2025

El último recurso cuando la sequía empezaba a asfixiarnos era siempre tirar del milagro, ponerse en manos de Dios y de todos los santos para que dejaran de castigarnos y nos mandaran un chaparrón que mojara nuestros campos y remediara la pena de los pantanos.



En enero de 1975, hace ahora cincuenta años, hubo que implorar a la voluntad divina para que lloviera después de un otoño sin gota fría y un comienzo de invierno casi primaveral en el que los chubasqueros y los paraguas se quedaron colgados en los escaparates de las tiendas, mezclados con los anuncios de las rebajas.



Almería, en los primeros días de 1975 remataba sus fiestas de invierno con la vista puesta en la romería a la playa de Torre García, un acontecimiento que entonces era multitudinario y se desarrollaba en el escenario perfecto para pedirle milagros a la Patrona, en el mismo lugar donde la Virgen apareció flotando en medio de las aguas.



Aquel año, el obispo, Casares Hervás accedió a la petición de sus fieles más allegados, que le insistieron en la necesidad de recurrir a la generosidad de la Virgen del Mar, no para pedirle salud como todos los años, sino para recordarle que las nubes se habían olvidado de nosotros y que necesitábamos el agua tanto como el pan que nos acompañaba todos los días en la mesa a la hora de comer.



El obispo proclamó que los actos religiosos de la romería sirvieran de rogativa por la lluvia, convencido de que en ese trance nuestra Patrona no podía defraudarnos. Con la vista puesta allá arriba, el prelado y su extensa comitiva invitaron a los fieles a encender velas y a orar con pasión pidiendo la bendita agua del cielo que tanta falta nos hacía.



Los niños de entonces nos sabíamos aquella canción que decía “que llueva, que llueva, la Virgen de las Cuevas...”, que coreábamos cuando aparecían las nubes y soñábamos con esa tormenta amiga que nos dejara sin luz y sin escuela. Esta vez el asunto pasó a ser cuestión de Estado, y como la sequía iba en serio, fue el propio obispo el que cogió las riendas y puso el problema en manos de la Virgen del Mar que no podía fallarnos y no nos falló. Unos días después de la romería, en la que nunca tantos almerienses habían clamado al cielo, llegaron los chubascos que se celebraron como si nunca hubiéramos visto llover, como si se acabara de inventar la lluvia. El 12 de enero, el periódico sacaba en portada una foto del Paseo lleno de paraguas y un titular que informaba del último aguacero, insuficiente, porque fueron cuatro gotas, pero que al menos nos llenó de moral pensando que la Virgen nos había echado un capotazo.



En aquel invierno de 1975 la preocupación de los almerienses, más allá, de la sequía, era el maldito paro que seguía subiendo debido a la crisis que atravesaba el sector de la construcción. Los últimos datos informaban de que se había superado la cifra de dos mil parados inscritos en las listas oficiales, aunque en la realidad eran muchos más. Todavía, en 1975, había almerienses que hacían las maletas y se iban a Cataluña a buscar trabajo, la mayoría atraídos por algún familiar que ya llevaba tiempo trabajando fuera y había echado raíces e incluso había aprendido el catalán.



En aquel mes de enero se hablaba en la ciudad de la prolongación del Paseo, que con el derribo del edificio de Vulcano iba a llegar hasta el otro Paseo, el de la Caridad, que nos limitaba por el norte. También era noticia destacada el mal momento por el que atravesaba el Casino, que había sido embargado por una deuda administrativa que superaba las seiscientas mil pesetas.


La Almería de comienzos de 1975 tenía todavía barrios donde no había llegado el alcantarillado y arrabales como el Quemadero donde en la zona del Camino de Marín y la Fuentecica los caminos eran de tierra y se inundaban cada vez que llovía con fuerza. Esa pobreza secular de algunos barrios contrastaba con las nuevas zonas de expansión al otro lado de la Rambla donde seguía la construcción de manzanas de bloques de pisos que prometían una vida más confortable. 


Aquel mes de enero, como era tradición, fue el de las grandes rebajas que convertían la calle de las Tiendas y el Paseo en auténticos templos de las compras baratas. Destacaban entonces las rebajas que ofrecían La Sirena, Marín Rosa y el Blanco y Negro, que encabezaban la lista de las tiendas más populares de la ciudad. Hasta clientes de los pueblos venían a Almería en busca de esas gangas que prometía cada temporada el mes de enero.


Mientras los comercios de ropa llenaban los escaparates con sus descuentos, en el Paseo, Bazar Almería nos presentaba a los almerienses la nueva Derbi de cuatro velocidades, el último grito en tecnología y el sueño de tantos adolescentes de aquel tiempo que tenían en su dormitorio colgado el póster de Ángel Nieto


En 1975 empezaba a sonar con fuerza la Caja Rural, cuya publicidad aparecía todas las tardes en Radio Juventud, Radio Popular y Radio Almería, que eran nuestras emisoras de cabecera, mezclada con los anuncios de Tapicerías Mañas, Óptica Santos y el Salón de peluquería Mary Cruz, que en aquel año puso de moda entre las almerienses el masaje facial y la depilación con cera.


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