Una tarde, en el despacho principal del obispado, en la Plaza de la Catedral, don Alfonso Ródenas agarró por los hombros al párroco de Vélez Blanco y mirándolo a los ojos le dijo: “José Ángel, pasas más tiempo buscando bajo la tierra que mirando al cielo”. Y no le faltaba razón al obispo. Aquel sacerdote de pueblo tenía alma de detective y se pasaba los días y parte de las noches rebuscando por los archivos, excavando el suelo y anotando apuntes en una libreta.
Nadie dudaba de su fe religiosa, pero la compartía con una vocación innata hacia la historia que marcó su vida. De niño, José Ángel Tapia ya destacaba cuando siendo alumno del Seminario de Almería ocupaba los primeros puestos del cuadro de honor en Geografía e Historia. Había quien se atrevía a asegurar que sabía tanto o más que los profesores, pero que por humildad prefería a veces recortar su talento por miedo a que algún maestro se sintiera ofendido.
Fue en 1928, con trece años, cuando aquel niño de Abla se vino a la ciudad para formarse como seminarista. Tenía claro cuál era su camino, que pasaba por Dios, pero también por los hombres, a cuya historia dedicó toda su juventud. En el Seminario coincidió con otro sabio, José Amat, el que durante décadas fue párroco de San Pedro, con el que competía por ser el primero de la clase. Solían compartir la misma mesa a la hora de los estudios y juntos recitaban las lecciones de memoria hasta que las dejaban bien aprendidas. No fueron tiempos favorables para las vocaciones porque la llegada de la República sembró de dudas no solo las sacristías, sino también las aulas del Seminario. José Ángel Tapia Garrido, como tantos compañeros de su promoción, tuvo que continuar el Bachillerato matriculándose en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Almería.
En aquellos años tan complicados destacó como uno de los miembros más activos de la llamada Federación de Estudiantes Católicos, una asociación cristiana que comenzó a andar en Almería a finales de los años veinte gracias a la iniciativa del joven bachiller Indalecio Morales López. Cada quince días, los estudiantes católicos publicaban la revista ‘Ideales’ donde aparecieron los primeros artículos que publicó José Ángel Tapia.
En 1933, cuando todo lo que oliera a iglesia empezaba a estar perseguido, Tapia se convirtió en uno de los pilares de las veladas en honor de Santo Tomás que se celebraban en el salón de los Luises, donde el joven seminarista destacaba recitando poemas.
La Guerra Civil cortó la vertiginosa carrera religiosa de Tapia, que no pudo ordenarse sacerdote hasta 1943. Antes, había dejado huella de su talento en una espléndida tesis doctoral sobre la Sagrada Eucaristía de San Juan, que fue expuesta a los alumnos del Seminario como obra ejemplar.
A partir de ahí inició su etapa como párroco, pasando por Berja y por Vélez Blanco, pueblo en el que dejó una profunda huella tras diez años de sacerdocio. Fue en los Vélez donde el padre Tapia comenzó a destacar por sus investigaciones históricas, que no pasaron desapercibidas en el obispado. En 1954 el obispo don Alfonso Ródenas lo convocó en su despacho para comunicarle que la jerarquía eclesiástica tenía nuevos retos para él. Había llegado el momento de dejar el apostolado parroquial para dedicarse a la docencia. Un personaje de su sabiduría y de sus capacidades para la investigación y la escritura no podía pasarse toda la vida en una iglesia de pueblo. En septiembre de 1955 José Ángel Tapia Garrido vino destinado por el obispo al Seminario de San Indalecio, que dos años antes había empezado a funcionar en el nuevo edificio de la Carretera de Níjar, frente a la prisión provincial.
Su primer trabajo fue como profesor del Seminario, labor que alternó con el cargo de capellán de los colegios ‘Stella Maris’ y ‘La Salle’. El padre Tapia sobresalía por su capacidad como maestro y también en su faceta de escritor e investigador. En 1959 publicó el libro ‘Vélez Blanco’ y a partir de ahí inició una carrera fulgurante con títulos como ‘Historia de la Alpujarra’ (1965), ‘Los Obispos de Almería) (1968) y sobre todo, por la gran obra de su vida, ‘Almería piedra a piedra’, que salió por primera vez a la luz en 1970, siendo reeditada cuatro años después por iniciativa del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Almería. El ‘Piedra a Piedra’ no tardó en convertirse en un libro de referencia para la mayoría de los historiadores que vinieron detrás. Es una obra de culto, de las que conviene tener siempre a mano.
Tras el éxito del libro, Tapia era ya un erudito consagrado, miembro de la Real Academia de la Historia y cronista oficial de la ciudad. En 1972 publicó el libro de las canciones y los juegos de los niños de Almería y en 1974 su ‘Breve Historia de Almería’, preludio de la ‘Historia General de Almería y su Provincia’, su creación más ambiciosa, al menos en cuanto a extensión. De su idilio con la Caja de Ahorros nació también uno de sus últimos grandes retos, el libro ‘Almería hombre a hombre’, publicado en 1979.
En aquellos años, Tapia seguía dando conferencias y charlas por los institutos, donde trataba de inculcarle a los niños su pasión por la historia sin dejar nunca a un lado a Dios, presente hasta el último día de su vida, aquel 3 de agosto de 1992.
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