Lloviznaba aquella mañana en Santander, pero a Felipe Múgica no le sorprendió. Nació allí hace setenta años y hasta que, con 21, el Banco de Santander lo destinó a Guernica, la lluvia era una compañera de presencia imperceptible. Como cada año, Felipe había volado hasta la capital cántabra para pasar la Nochebuena y el día de Navidad con dos de sus hijas, sus tres hermanas y sus dos nietos. Estaba feliz por el regreso y los reencuentros.
Apenas habían pasado unos minutos de las 12 del lunes 23 de diciembre cuando abandonó la habitación del hotel Bahía; salió de la recepción y ya en la calle Cádiz comenzó a recorrer los pocos metros que le separaban de la parada de taxis. Le apetecía regresar como cada año a la playa del Sardinero a comer. Fue entonces cuando sintió un calambre que le inmovilizó la pierna izquierda y cayó al suelo en medio de un dolor inesperado e insoportable. No podía moverse. La pierna no le obedecía. Un desconocido lo vio tirado en el suelo y se ofreció a llevarlo hasta el hospital de Valdecilla adelantándose a la llegada de una ambulancia- llegaremos antes si le llevo yo en mi coche, le dijo-.
Apenas diez minutos después Felipe entraba en las urgencias del hospital de referencia en Cantabria. Triaje inmediato. Eran las 12,30. Durante cuatro horas y con un dolor insoportable que solo mitigaba la compañía de una de sus hijas, Felipe esperó con desesperación la atención de un médico. A las 16,30 una de las doctoras de Urgencias lo atendió. Después de unas radiografías su diagnóstico fue que en las placas no se veía nada. Consultó con otro médico. Había que hacer más pruebas. Tras una rápida ecografía el traumatólogo dictó sentencia: rotura de cuádriceps. Había que operar. Aquella caída inesperada iba a acabar en un quirófano.
Lo que Felipe no sabía era que ese quirófano estaba situado a mil kilómetros de la calle en la que su cuerpo acabó en el suelo. El doctor que le atendió le comunicó en medio de la estupefacción del enfermo que la intervención quirúrgica era urgente. Había que realizarla en menos de 72 horas para no correr el riesgo de secuelas indeseadas tras la intervención. Pero no podía realizarse en ese hospital, su empadronamiento en Andalucía lo impedía. Felipe protestó una y otra vez. No entendía nada. Al final y cuando ya el reloj había traspasado el umbral de las seis y media de la tarde, lo único que consiguió fue el uso efímero de una silla de ruedas sobre la que recorrió los metros que separaban la consulta de la parada de taxis en la puerta del hospital. No podía andar; la pierna inmovilizada y nadie puso a su disposición una ambulancia para trasladarlo al domicilio familiar más cercano.
Ya en la casa de su hermana, intentó contratar los servicios de una ambulancia que lo trasladara hasta Almería. Imposible. Todas las empresas estaban bajo mínimos. Desesperado llamó al teletaxi de Santander para contratar un vehículo acondicionado. Después de varias llamadas sin resultado, un taxista se ofreció a trasladarlo hasta la capital almeriense. 1.500 euros era el coste. Las siete plazas del vehículo le ofrecían la posibilidad de hacer el viaje sentado en el último asiento y con la pierna inmovilizada apoyada sobre el respaldo doblado del asiento de delante. No había otra solución. A las 8 de la mañana de día de Nochebuena comenzó el viaje.Mil kilómetros después y mientras sus nietos esperaban nerviosos la llegada de Papa Noel, Felipe esperaba en una cama de la habitación 218 del hospital Mediterráneo que el doctor Jose Angel Ruiz Molina lo operara la mañana de Navidad. Dos horas de intervención y la operación perfecta.
El relato que acaban de leer no es un cuento de navidad. Es la desoladora y costosa experiencia vivida por un ex bancario almeriense y, aunque su trama kafkiana llame la atención, sería un error detenernos en ella sin ir más allá.
La experiencia de Felipe Mujica Pedrejón lo que evidencia es la obscena torpeza de un sistema sanitario que obliga a un ciudadano español con más de cuarenta años cotizados a la Seguridad Social a tener que trasladarse mil kilómetros al sur para ser operado por una fractura sufrida mil kilómetros al norte.
Desconozco si la decisión de no intervenirle en Santander estuvo motivada por una normativa autonómica incomprensible, por desconocimiento del médico que tomó esa decisión o por la escasez de cirujanos en esas fechas. La resolución del recurso que presentará el paciente dará la respuesta.
De lo que no hay posibildiad alguna de duda es de que este tipo de situaciones, tan habituales y tan estúpidas, ponen en evidencia que la asistencia sanitaria en nuestro país es, por la cualificación de todo el personal sanitario, una de las mejores del mundo, pero, a la vez y demasiadas veces, el burocrartismo de unas normas estúpidas hacen que abochorne a quienes acuden a el cuando más lo necesitan.
Miguel Ángel Revilla ya no es presidente de Cantabria pero estoy seguro de que su opinión de este despropósito no se alejara mucho de la mía.
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