Paseo por la ciudad que conoció Celia Viñas, una ciudad que para ella hubiera sido irreconocible por el bullicio sabatino de ayer. Una ciudad a la que esta catedrática de lengua y literatura le puso el celofán del arte y la lupa de su sensibilidad, de la creación a través de lo más creativo, los niños, la educación y la literatura.
Ejerció de cicerone de una treintena de participantes el profesor Francisco Galera, experto y pionero local en el estudio de la escritora mediterránea (su obra Vida y obra de Celia Viñas, editada por el IEA en 1991 fue precedida por su tesina de 1984). El profesor de la UAL desgranó a voz viva datos, nombres e historias en cada parada de este recorrido físico y espiritual.
Fue generoso compartiendo recortes originales de LA VOZ, articulos y fotografías de la época, que los participantes iban pasando de mano en mano casi con reverencia. Ningún alumno, ningún político y ningún joven en este acto tan significativo del centenario de la mujer más importante, junto a Colombine, del siglo XX de esta ciudad. Un paseo, como los que ella acostumbraba a dar con sus alumnos de forma casi revolucionaria, a La Garrofa, a la Alcazaba, al Alquián o al Faro del Puerto.
Entre los asistentes más jóvenes, Irene Pérez Lozano, una maestra del CEIP San Agustín que se lamentaba por no haber conocido a tiempo a Celia para así haberla incluido el 8 de marzo en una jornada escolar de Mujeres Escritoras. “Nadie reparó en ella. No sabía que se había dedicado a la poesía de los niños. Al conocer más ahora tengo ahora más interés por ella”, declara.
Largo paseo El recorrido de este paseo físico y espiritual junto a Celia comenzó a las diez en el Hostal La Rosa (luego Andalucía), donde Celia vivió la mayor parte de aquellos diez años en Almería.
El contraste entre el vivo legado humano y el futil rastro físico ya invisible se hace evidente en los desaparecidos lugares La Granja Balear, el Hotel Simón, la antigua Villaespesa, el viejo Yugo (hoy La Voz de Almería), el cine Hesperia...Afortunadamente quedan algunas huellas físicas: el teatro Apolo donde estrenó su primera obra, el Cervantes, el instituto original donde deslumbró y dejó huella en sus alumnos (hoy Escuela de Arte) y el instituto Celia Viñas. Inmaculada Romacho, profesora durante muchos años de este centro, recuerda cómo, a propuesta de Mari Moltó, el nombre “Celia Viñas” fue votado por los profesores por delante del de “Federico García Lorca”.
Tras casi cuatro horas de inagotable pasión, y con alguna baja por el camino, el paseo con Celia acabó en la plaza Bendicho, donde con mucha emoción el profesor Galera recitó ante su busto uno de sus poemas favoritos, Un árbol: “Si hay un árbol, sabrán todos, que debajo está mi cuerpo”. Aunque mucho de lo que Celia tocó no existe hoy, su rastro invisible se hace presente a través del legado espiritual que vive y aflora en actos como el de ayer.
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