“Es cáncer”. La confirmación de un diagnóstico que se teme, se sabe probable, pero que nadie quiere agita los pilares de vidas jóvenes, maduras, vidas de madres que inician el cuidado de sus hijos, de abuelos y también niños. Iguala a todos, sin tener en cuenta sexo, edad, profesión, educación o ingresos económicos. Solo vale agarrarse a la vida. Y eso es lo que han hecho la senadora Mar Agüero, la poeta y maestra Pura López, la voluntaria Mercedes Navarro, la abuela Lourdes Montilla y la joven Cristina Jiménez. Es lo que hacen miles de almerienses cada día.
Las protagonistas de este artículo afrontaron un diagnóstico de cáncer de mama y leucemia y todavía hoy miran de frente a una enfermedad que les ha vapuleado, pero a la que miran de frente.
“Una revisión hace ahora tres años reveló que el bulto del pecho era un cáncer”, explica la maestra jubilada de El Milagro, Pura López. “Insultantemente sana y muy práctica, supe que había dos caminos: morirme o vivir . Decidí aprovechar el tiempo sin preocuparme de lo primero, que si tenía que llegar, llegaría”. Su fórmula le ha valido para no parar de escribir, su pasión.
“El cariño me salvó” Consciente de que lo que se jugaba era “salvar el pellejo”, quiso adelantarse a la enfermedad. “Que se me va a caer el pelo, primero me rapo. Que engordo, todavía hay tallas”, relata. Y es que Pura López tenía otra misión: “No podía irme porque hay gente a la que quiero y tengo mucho cariño y a la que iba a hacer una trastada si me iba antes”. En esas está.
Afronta como mejor puede las restricciones que le impone el tratamiento y ya se ha “familiarizado” con la enfermedad. Además, “lo bueno, que ha traído el cáncer es que he conocido a médicos y enfermeras que son personas maravillosas”. De momento, seguirá escribiendo poesía.
Ganas de vivir Mar Agüero no ha tenido casi tiempo para otra cosa que no fuera la política. “Te absorbe”, dice. Claro que a primeros de noviembre de 2012 el cáncer de mama decidió por ella y tuvo que frenar. Pasó, como muchos, del porqué me pasa a mí al vamos a ponernos a ello.
A esta senadora, madre de cuatro hijos y con dos nietas que adora, la quimioterapia y sus efectos secundarios la dejaron “echa un trapo”.
Las “ganas de vivir” tiraron de ella y con mucha ayuda, sobre todo al principio, consiguió no sólo volver al Senado y su actividad frenética, sino también a saborear cada tarde de compras con sus nietas y cada “cafelillo” con amigos.
Ingresada tres meses en Madrid, donde la operaron, y cuatro más en Almería, donde superó, uno a uno, los efectos de la quimioterapia, soñaba con salir. “Primero pensé en febrero y celebrar el Día de los Enamorados, después en marzo y la Semana Santa. No pudo ser hasta abril”. Eso sí, ya en la calle, no se avergonzó de su “pelo-pincho” y con ese estilismo se fotografió con el entonces Príncipe. Sus compañeros ni la reconocieron. Hoy luce pelo y sonrisa.
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