El inventor de la poca vergüenza

José Rodríguez Iniesta es el Peke de toda la vida. Un poco artista, un poco relaciones públicas, un poco empresario, un poco Guardia Civil en su juventud, y u

El Peke, haciendo su famoso número de Rapahel frente a la barra de Casa Puga, uno de sus escenarios preferidos.
El Peke, haciendo su famoso número de Rapahel frente a la barra de Casa Puga, uno de sus escenarios preferidos.
Eduardo D. Vicente
17:40 • 18 jul. 2015

El día que le toque subir al cielo le gustaría encontrarse con una barra inmensa de bar donde estuvieran los amigos que fue conociendo a lo largo de su vida, y allí, todos juntos, afrontar la eternidad a base de botellines de cerveza (si pueden ser de tercio, mejor). Para entrar en su paraíso será obligatorio estar en posesión de un extenso currículum de pecados, porque la eternidad, como él dice “ tiene que ser muy larga para atravesarla rezando”. 




Cualquier instante puede resultar eterno si uno se cruza en el camino de este buscavidas incombustible que crece como un gigante a la sombra de una juerga. Le basta con el sonido de unas palmas o con el olor de unas gambas a la plancha para que se arranque como un torbellino y entonces, ya no hay quien lo detenga.




Cuando a Luisa, su mujer, le dice, “voy a dar una vuelta, ahora vengo”, ella ya sabe que tiene que ir metiendo la comida en el frigorífico porque el paseo de su marido puede convertirse en una vuelta al mundo si se encuentra con algún conocido. Y ella, que es una santa, lo entiende porque lleva más de cuarenta años sufriéndolo y después de tanto tiempo a su lado ha comprendido que él no tiene la culpa, que es tan ingenuo, tan amigo de sus amigos, que no sabe decir que no. Bueno, si lo buscan para repellar una fachada o para subir un piano al Cerro de San Cristóbal, entonces sí que sabe darse la vuelta y regresar a casa.




Es José Rodríguez Iniesta, el Peke de toda la vida. Un poco bohemio, un poco artista, un poco relaciones públicas, un poco empresario, un poco Guardia Civil en su juventud, y un gran poca vergüenza que nunca se toma la vida en serio. Como decía su madre, que en paz descanse, “a  quién le habrá salido este niño”. A su padre no. Porque su padre era un cabo de la Guardia Civil recto a carta cabal, de los que pasaron por el Cuerpo con una hoja de servicios intachable. La ilusión de aquel hombre hubiera sido que su hijo varón también sintiera la llamada del uniforme, pero su vocación estaba más por los bailes y por los bares de luces rojas que por los cuarteles. 




Y no fue porque no pusieron empeño, tanto él como su padre. Cuando cumplió los 18 años de edad, el Peke ingresó en la academia de Úbeda aprovechando los privilegios que entonces tenían los llamados “hijos del Cuerpo” y allí estuvo recibiendo la formación completa durante seis meses. Salió del cuartel hecho un hombre y a veces, cuando hacía un servicio con el uniforme verde y el tricornio hasta las  cejas, hasta parecía un Guardia Civil.




Su primer destino fue a Torregarcía, junto a la ermita de la Virgen. Para un joven de 19 años, aquel paraje no era el sueño de su vida, pero aguantó durante un tiempo, a veces echándole mucha imaginación para evitar el aburrimiento. Un día que no sabía en qué emplear el tiempo libre, se le ocurrió meterse con una Vespa en el mar a ver si andaba entre las olas y hacía un descubrimiento. Dice que la moto funcionó, que recorrió un largo trecho hasta que dio pie, pero que acabó parándose el motor. 




Como tenía mano en la Comandancia, consiguió que lo destinaran a Almería, al cuartelillo que existía en la Plaza de Carabineros del Zapillo. Era el lugar adecuado para darle rienda suelta a su verdadera vocación. En la segunda mitad de los años sesenta, el Zapillo empezaba a despegar como un centro turístico, lugar propicio para trasnochadores y aspirantes a juerguistas. Allí empezó a conocer el mundo de la noche y a visitar lugares tan legendarios como el Manolo Manzanilla y el Hoango, y en los fines de semana, la discoteca Baroque, que era el templo de la juventud de aquel tiempo.




Exilio De aquellas escaramuzas nocturnas no tardó en enterarse su padre, que tras hablar con el teniente coronel consiguió que lo mandaran lejos para distanciarlo del vicio de la capital. Lo echaron al cuartelillo del Pozo del Esparto de Pulpí, la última playa de la provincia de Almería. Pero aunque lo hubieran destinado al Sahara, la cabra tiraba al monte y cada vez que tenía una noche libre se escapaba del cuartel para recorrer todos los antros de Cuevas de Almanzora. Con su amigo Paco Carretero formó el dúo ‘Peke’ (no se quebró la cabeza buscando el nombre), y se fueron de gira de bar en bar, de discoteca en discoteca. Más de una vez, estando de servicio, convenció a su acompañante para entrar en uno de aquellos locales de luces rojas de carretera, y allí, en vez de poner orden o hacer una inspección, acababa subiéndose a las tablas agarrado a alguna camarera que se llevaba en la cabeza el premio del tricornio.


Excedencia Una de las mejores noticias que la Guardia Civil de la provincia de Almería recibió en aquellos años fue el día en que el cabo José Rodríguez Iniesta pidió la excedencia y colgó el uniforme. Se fue a trabajar como repartidor de vinos a una empresa de su suegro, hasta que en 1972 se marchó de camarero a Ibiza, que no era mal sitio para él. Cuenta que estuvo dos semanas de soltero, porque su mujer no tardó en llegar, pero que en quince días se hizo socio honorífico de todos los tugurios de la isla. 


Regresó cinco años después como jefe de bar del ‘Zoraida Park’ de Roquetas. Fueron años de cambios continuos y de gran actividad: montó el bar ‘el Peke’ en La Cañada, donde organizaba bailes los fines de semana, abrió un restaurante, un bar en Viator y en 1984 se estableció en el barrio del Zapillo con el histórico ‘Bazar Canarias’. 


Compaginó el negocio de transistores y relojes con la hostelería, regentando el ‘Mississippi’, en la Avenida de Cabo de Gata, y un antro de dudosa reputación, el ‘Rey Chico’, en la boca del río. En su extenso currículum destacan sus actuaciones imitando a Raphael por todos los bares de la provincia y su aparición estelar en la película ‘Narcos’, a la orden de Paco Barrilado.


Hoy, el Peke es un jubilado del trabajo que sigue ejerciendo en las barras de los bares y en las fiestas con las mismas ganas que cuando era joven. Esta semana ha estado fuera de servicio a causa de un resfriado, “todo por culpa de mi mujer, que se empeñó en que estuviera un tiempo sin beber cerveza”, asegura. A pesar de sus achaques, sigue estando dispuesto y cada vez que los amigos lo llaman y le dicen: “Peke, vente para el Puga que te estamos esperando”, da un salto del sofá y se pone bueno, que como dijo el poeta: “Si le roza la muerte disimula, que para él, la amistad es lo primero”.



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