Sor Rosario deja ‘El Milagro’ después de más de medio siglo

Por sus manos han pasado generaciones de escolares almerienses a los que les deja un legado de ciencia y fe

Profesores y comunidad escolar del Colegio El Milagro
Profesores y comunidad escolar del Colegio El Milagro
Manuel León
01:00 • 19 sept. 2015

Le apasionaba el álgebra como a los árabes, las matemáticas como a Copérnico. Ella, una mujer de fe, era una entusiasta de la ciencia, de la física, de la química, una divulgadora de la razón, una Hipatia de Alejandría en  plena Plaza de la Virgen del Mar.
Se acaba de ir Sor Rosario, la directora del genuino Colegio del Milagro, a la vecina Granada, al colegio de Santa Fe, después de más de medio siglo en Almería, una ciudad que vio crecer, que vio cómo abandonaba la horizontalidad, las azoteas de Celia Viñas y cómo crecía hacia el cielo, el lugar donde ella siempre miraba y seguirá mirando. Se ha ido esta religiosa de aspecto férreo, pero que se emocionaba tan solo con explicar a los padres cómo sus niños tenían que comulgar por primera vez.
Por sus manos, por sus pupilas de mujer norteña, han pasado miles de niñas y niños almerienses, a los que ayudó a ser un poco mejor, haciéndoles llegar que la ciencia no es adversaria del credo.
Sor Rosario Vidaurre Zunzarren nació en la fría Pamplona en 1941. Con 12 años ingresó en la Comunidad de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y un año más tarde, en 1953, siendo una niña, fue trasladada a la soleada Almería, al Colegio de Hermanas de Nuestra Señora del Milagro, donde ha permanecido 52 años.
Se tituló en Magisterio y se especializó en matemáticas, una asignatura que impartió de una forma que propició que muchos alumnos la convirtieran en su favorita. Vivió entregada a la Pastoral del Centro, desde la Catequesis de Juventudes Marianas Vicencianas hasta la preparación de comuniones y confirmaciones. Fue jefa de Estudios y directora académica durante muchos años.
Su debilitado estado de salud ha recomendado su traslado, apartándola de la primera línea docente, pero sin que mermen sus ganas de volver a su tierra de adopción.




Emoción por la Comunión




  Fue una defensora -sigue siéndolo, seguro- de los valores espirituales de la persona, en contra del consumismo. “Lo importante no es el traje o el vestido o el banquete”, solía decir a los padres, instalados  a duras penas en los pupitres de sus hijos, en las clases preparatorias de la Primera Comunión. Allí en esas clases, en ese colegio frente al  yeso del Padre Ballarín, junto al viejo sanatorio de los Castillo, ha pasado su vida Sor  Rosario.
Allí ha educado a generaciones enteras de jovencillas almerienses que ahora peinan canas, allí ha porfiado con las travesuras de los más pequeños en un colegio más que centenario, compartiendo cátedra con profesores como el Padre Suárez o Pura López.
Con muchas de sus antiguas alumnos siguió manteniendo contacto, con la celebración de efemérides. Cuando llegó a Almería, esta navarrica cabal, aún circulaban  carros por el Paseo, aún había racionamiento, aún Almería era un poblachón surcado por una rambla marchita. Sus ojos vieron crecer la ciudad, como vieron revolotear las hormonas de miles de adolescentes. Hasta hace unos días.




Recreos, comuniones y cromos en un colegio más que centenario




Era y es uno de los colegios más cosidos a la piel del centro de la ciudad. El Milagro, que abrió sus puertas en 1893, lleva más de un siglo siendo una de las referencias de las familias del casco viejo, desde que la plaza donde se aposenta le llamaban de Santo Domingo.
Allí permanece intacta esa fábrica de enmendar pubertades, junto a una tienda de chucherías y cromos hacia donde los niños corren cada mañana, con sus pantalones azules, a hacer acopio para el recreo.
Allí continúan esos muros pedagógicos, con su verja metálica, junto a callejones que se convierten los fines de semana en abrevaderos etílicos de aficionados a las Cuatro Calles, en esa Plaza donde se aposenta de vez en cuando un transeúnte mirando al suelo con un cartón de Don Simón y que en Feria es tomada al asalto por un ruidoso ambigú.
Perteneció el inmueble, donde primitivamente había una hornacina de la Virgen del Milagro, a los vecinos Padres Dominicos que lo convirtieron en colegio de monjas, después de los problemas que les daba una taberna de dudosa reputación.
Al principio se abrió para párvulos y después fue acogiendo clases infantiles hasta el Bachillerato, que llegó en los años 50. Durante la Guerra fue clausurado y algunas de las religiosas sufrieron cautiverio. Enseres e imágenes religiosas fueron robados y destruidos hasta su reapertura a partir de 1940. Eran tiempos en los que las hermanas portaban la antigua cofia blanca de gaviota y en los que se celebraban en el oratorio misas por los caídos en la contienda.
Además de Sor Rosario, otras religiosas como María Goenaga Araquistain, Sor María Jesús Martín o la antigua directora Angeles Pacheco también dejaron huella en el centro. Poco a poco, tras la Guerra, fue recuperando la actividad impartiendo clases de bordado y costura y se hicieron tradicionales las veladas literarias con las educandas y los bailes regionales en el Patio que aún subsiste.




En 1960 se construyó un nuevo edificio sobre el antiguo por  parte de Construcciones Valverde. Se inauguró por el  murciano obispo Alfonso Ródenas, acompañado, como siempre, por su hermana Salvadora y su sobrina Isabel y de la reverenda madre Emilia González. Allí estaba también una jovencísima sor Rosario, junto al director de Yugo, José Cirre o el arquitecto Javier Peña.
Se habilitaron laboratorios de ciencias, biblioteca, terraza y zona de internado. El maestro Barco deleitó la jornada con ilustraciones líricas del Danubio Azul en el patio del centro, el mismo que cada mañana a las 11.00 se llena de gritos infantiles, pelotas de goma y pan con mantequilla.




 




 



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