Hay un bar en Barcelona que sabe a salitre y se escuchan gaviotas y para barrer el suelo de servilletas untadas de pringue aún se usa el serrín de carpintero. Es una vermutería en el centro de la ciudad, en ese barrio de Gracia, tan de tascas y rebosante de vida, donde El Villa abre sus puertas, con su mostrador de blanco mármol, con unas paredes de donde cuelgan anzuelos y corchos y donde suena la guitarra de Tomatito como hilo musical. Allí reinan, entre bandejas de marraná de pulpo y fuentes de palometa ahumada, Toni Soria y Diana Jové, una pareja de emprendedores que han conseguido consolidar la primera vermutería especializada en salazones de Barcelona, como un viceconsulado de Almería en el corazón de Tabarnia.
“Como oriundos de Almería, es un homenaje que le hacemos todos los días a nuestra tierra y sobre todo a la gente de la mar”, explica Diana desde el otro lado del teléfono, coincidiendo con el primer aniversario de la apertura del local.
Toni es hijo y nieto de pescadores del barrio de Pescadería -allí donde empezó todo en esta ciudad- y Diana, aunque nació en Cataluña, ha ido a Almería los veranos desde los tres años a ver a su padre que matrimonió en segundas nupcias con una almeriense. Allí se conocieron, Toni y Diana, en una feria de agosto y tras casarse, han decidido probar con este nuevo concepto de local -la vermutería del mar- que aúna la tradición catalana del vermú con la gastronomía almeriense y el flamenco.
“Estamos muy satisfechos de este primer año, tenemos una clientela muy diversa y la vocación de dar a conocer el placer de los sabores marineros, esta es una historia de dos que empezó en Almería y de la que nos dicen que somos embajadores”, expresa Diana con acento entre catalán y de la Rambla Maromeros”.
En El Villa, que toma su nombre del barco de cerco de la familia de Toni y que recupera la buena costumbre del aperitivo de la una, se codea parroquia local de cierto poder adquisitivo con almerienses de aluvión, nostálgicos del sabor de unos boquerones en vinagre o de unas papas arrugás al ajo cabañil, o con catalanes con segunda residencia en el Cabo de Gata o en Mojácar.
“Traemos el pulpo seco y la pintarroja de Adra, el Raf de la vega de Almería y el ajo blanco y la cazuela de fideos marineros los hace Toni con la receta de las madres de Pescadería y La Chanca y todo eso lo servimos con rebujito, con manzanilla o con lo que se tercie”, relata la patrona de este local de tintes tan meridionales. Y añade: “Cuando buscamos inspiración, nos vamos una temporada a Almería, a hacer una ruta de bares que nos den ideas y probamos tapas como las del Bar Los Delfines, junto a la calle Granada, o el carpaccio de gambas de Carboneras, huimos siempre de las frituras”.
Este mes, El Villa, que más que bar Diana lo describe como una traíña almeriense varada en el asfalto barcelonés, está de celebración y habrá un festival de rumbas y de flamenco y sorteará un viaje a Almería para dos personas. La restauración de esta vermutería de diseño fue manufacturada por los arquitectos Aureli Mora y Omar Ornaque, que fueron seleccionados para por ello para los Premios Fad de Arquitectura.
Cumplen un año, Diana y Toni, navegando con El Villa y no saben lo que durará la travesía. Mientras tanto, siguen con su altar de ahumados y salazones -como el que levantaron los romanos en el Parque de Almería - y con su catafalco de afamados vermuts con sifón que tanto gustan a los catalanes y a los almerienses que emigraron.
La historia de los boquerones en vinagre
Cuando un cliente de El Villa pincha un majestuoso boquerón en vinagre con un palillo y se lo lleva a la boca, quizá no sepa que ha sido pescado por la traíña del mismo nombre frente al canto del faro de San Telmo de Almería o frente a la costa de Gandía. La historia de los boquerones en vinagre de El Villa comienza con la captura en el copo por parte de los hermanos de Toni, quienes se lo hacen llegar para su taberna barcelonesa a través de una red de enlaces con otras embarcaciones -como un Amazon marinero- que se pasan el género en pleno mar, hasta llegar a la cocina de la vermutería y al paladar de menestrales y patronos. El padre de Toni, Antonio Soria, emigró con 16 años a La Barceloneta y se enroló de pescador en el Villa de Estepona, de ahí el nombre del local, y terminó casándose con la hija del armador del barco. Tras una estancia en Barcelona, volvió con sus hijos a Pescadería, excepto Toni, que se quedó en el barrio de Gracia ungiendo bonito y anchoas.
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