La provincia de Almería produce en torno a 90.000 kilos de cereza en una superficie aproximada de 30 hectáreas. La amplia mayoría, excepto algunas pequeñas fincas en Los Vélez, se recolectan en la vega del río Nacimiento, en los municipios de Abla, Fiñana y Abrucena. Y es en este último pueblo donde brota una de las joyas de la corona de esta variedad de fruta de hueso en el sur peninsular, con permiso del Valle del Jerte extremeño.
Abrucena tiene, desde hace un siglo, una especie imbatible de este fruto que es la Burlat, que disfruta de la cuadratura del círculo: sol y temperaturas de siete grados durante algunos meses de invierno. No es demasiado conocida, porque apenas hay unas pocas hectáreas, pero es el Raf de las cerezas.
"Es la mejor cereza del mundo y toda se vende en Almería, porque no son muchos kilos los que se sacan", asegura sin complejos Manuel Molina Morales, uno de los agricultores de la vega de Abrucena, donde dispone de una media hectárea dedicada a cerezos productores de esta delicia frutal. Abrucena dispone solo de unas quince hectáreas en su vega y en parajes como Escuchagranos, pero muy bien avenidas. “Es poca cosa, pero nuestro pueblo ha ganado mucha fama por nuestros cerezos”, enfatiza el alcalde Ismael Salmerón. Unos de los agricultores que cuentan con mayor número de árboles -en Abrucena hay unos 5.000- son los Cayetanos (Manuel y Cayetano Lao), la mayor explotación de la provincia, que producen unos 30.000 kilos anuales y que además cuentan con un vivero propio.
Se trata aún de un cultivo artesanal, muy delicado que requiere mucha dedicación y cariño hasta que llega a los mercados de Almería a través de mayoristas como Antonio López o Ignacio, con almacén en La Juaida. Escalera, cubo y palo es lo que se necesita para ir recogiendo la fruta madura, pletórica de azúcar, de un color rojo oscuro desde principios de mayo hasta mediados de junio, que es cuando se baja la persiana hasta la campaña siguiente.
“Uno de nuestros problemas principales es el cambio climático, la cereza necesita frío y estos últimos inviernos están volviéndose más cálidos y eso hace que mermen los kilos”, argumenta Manuel Molina. Ese es el principal problema, pero también el gusano cabezudo, una plaga que si se mete en una finca acaba con toda la cosecha. Los cerezos de Abrucena se polinizan a través de abejas de productores de miel que dejan los panales en las plantaciones en un Quid pro quo entre el apicultor y el agricultor. El riego se produce por goteo, con sondeos y balsas propias de cada finca. En Abrucena hay unas cinco explotaciones que se dedican al cultivo de este oro rojo y que tienen también como problema los días de niebla que hace que el fruto no cuaje y el picoteo de los estorninos que dejan los árboles pelados y que está prohibido cazarlos.
Palo, cubo y escalera
Los agricultores de Abrucena que ahora son hombres recuerdan cuando eran niños y los árboles del cerezo apenas se podaban, eran mucho más altos y las ramas se abrían como acordeones. El cerezo salpicaba con su flor y después con su fruto las orillas de los bancales, como complemento del olivo o de las legumbres. Ahora son rumanos los recolectores que tienen que recoger muy rápido el fruto, pero antes eran esos niños los que se subían al árbol durante todo el día recogiendo la cereza y no bajaban ni para comer.
Eran árboles silvestres que crecían en los brazales y que no se cuidaban tanto como ahora. La cereza es el único fruto que no madura fuera del árbol y por eso requiere recogerla en su punto, a mano, dejando siempre ‘el rabillo' de la fruta para prevenir que salga moho y que se desgracie para la campaña venidera.
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