La sequía asfixiaba la provincia en los primeros días del año. Los campos se secaban y hasta el cañillo de la Puerta de Purchena se quedó sin agua. Después de varios meses sin llover, el obispo ordenó que en todas las iglesias de la diócesis se pidiera al Señor la gracia de la lluvia. Para que las súplicas tuvieran mayor efecto, dictaminó que la Romería a Torregarcía, del 6 de enero, tuviera también carácter de rogativa.
Un mes después, el 11 de febrero, llegaron las primeras tormentas que dejaron más de 20 litros en la capital y repartieron el beneficio de la lluvia por todos los pueblos.
La Almería del 75 era una provincia atrasada que trataba de desperezarse del letargo de la dictadura. La emigración seguía siendo una válvula de escape para la economía, aunque el flujo de años anteriores había ido disminuyendo. Más de dos mil parados se habían inscrito en las listas y el Ministerio de Trabajo, para paliar la situación, concedía 21 millones de pesetas en ayudas.
El sindicato de la construcción era el segundo más importante de España en cuanto a censo, con cerca de 13.000 trabajadores afiliados (3.831 en la capital y 9.144 en la provincia). El turismo empezaba a despuntar con fuerza con la llegada de 3.000 norteamericanos a Roquetas y con la apertura del mercado alemán, mientras que en el campo los invernaderos avanzaban con fuerza desde poniente a levante. El sector uvero, que había mantenido viva la agricultura durante décadas, se encontraba al borde del colapso. En el campo de Dalías se desmantelaban parrales para transformarlos en invernaderos de hortalizas.
La pesca se mantenía como la forma de vida de cientos de familias y la industria brillaba por su ausencia: la Térmica generaba energía eléctrica y puestos de trabajo y la fábrica de papel, conocida como la ‘Celulosa’, perfumaba con un olor insoportable el aire cada vez que soplaba el viento de levante. Era uno de los olores característicos de Almería, tan arraigado en el entorno como el color rojizo que el mineral de hierro de los trenes dejaba a su paso por las casas de Ciudad Jardín.
El crecimiento de Almería
La ciudad, en aquellos años, crecía a impulsos y de forma desordenada, continuando con el proceso de destrucción urbanística del centro en beneficio de la especulación.
Los barrios que en otra época formaban el corazón de Almería: La Almedina, Pescadería, San Cristóbal, sufrieron el fenómeno de la despoblación. Las familias que iban teniendo un mayor nivel de vida dejaban las casas viejas; en vez de reformarlas se marchaban a vivir a los pisos de nueva construcción que surgían como flores por todos los puntos de la capital. La zona de El Zapillo, concebida para pescadores y después como lugar de segunda residencia en verano para las familias más pudientes del centro, fue llenándose de bloques de edificios sombríos que le dieron al barrio el aspecto caótico que sigue teniendo actualmente. Por 700.000 pesetas se podía adquirir una vivienda cerca de la playa.
La construcción de la barriada de El Puche contribuyó también de forma decisiva a ese fenómeno de abandono del casco antiguo. Para atender a las familias afectadas por los temporales de febrero de 1970, el Instituto Nacional de la Vivienda compró la finca ‘Cortijo Puche’ por 20 millones de pesetas. Las obras se iniciaron en 1971 y cuatro años después ya estaban terminadas y preparadas con cerca de mil viviendas.
La ciudad avanzaba con lentitud, tan despacio como iban llegando los primeros soplos de libertad que dejaba pasar una dictadura decadente que agonizaba junto a los pies de la cama del Caudillo.
En las carteleras de los trece cines que había en Almería se asomaban las actrices más atractivas del momento anunciando el destape. En el Emperador se estrenaba ‘Sensualidad’, con Amparo Muñoz mostrando las piernas y la ropa interior, y al Liszt llegaba ‘Furtivos’ la misma tarde que se inauguraba la Semana de la virginidad en Almería. “La juventud no es para el placer, sino para el heroísmo”, rezaba la campaña de publicidad de un evento que no tuvo la respuesta esperada.
Los jóvenes del 75 buscaban nuevos horizontes y entre ellos se respiraba un aire distinto, un clima de libertad que chocaba aún con las costumbres del momento. Apenas existía ambiente estudiantil, ya que la universidad había que buscarla en Granada o Madrid. Almería contaba entonces con tres institutos: el actual Nicolás Salmerón que entonces se llamaba Masculino; el Celia Viñas o Femenino, y el de Los Molinos que fue el primer centro de bachillerato mixto.
En la escuela se vivían también tiempos de cambios. Los pequeños centros privados que existían por el casco antiguo se fueron cerrando y aparecieron los grandes colegios públicos: Madre de la Luz, Europa, Goya, Cruz de Caravaca, que jugaron un papel fundamental ya que fueron los primeros en empezar a aplicar las nuevas técnicas de aprendizaje que se imponían en la Europa más avanzada.
Nuevos caminos
Se notaba en el ambiente que había ganas de abrir nuevos caminos. En diciembre se organizó la primera Feria del Libro. Se instaló en el Paseo y tuvo como pregonero a Manuel Alcántara, Premio Nacional de Literatura, y en la Escuela de Artes el profesor Ángel Berenguer Castellany daba una conferencia en el centenario de Antonio Machado.
Aquella era también la Almería de la autoescuela y las hojas de mora en la Rambla, de la playa de San Miguel y el Club Náutico, de las obras del nuevo campo de fútbol. La del monopolio informativo de Radio Nacional de España, que a las dos de la tarde y a las diez de la noche emitía su Diario Hablado por todas las emisoras: Radio Almería, Radio Juventud y Radio Popular, con su programación de radio novelas y discos dedicados: “Para la niña más bonita del Cortijo del Fraile, de su tío, con cariño, en el día de su santo”....Era la Almería de Simago, de almacenes Segura, de El Blanco y Negro y Marín Rosa y los precios baratos de IFA PRIX. De los apagones de luz en las noches de viento, de las veladas de boxeo en el Parque de Bomberos, de la Hoja del Lunes, del agua de Araoz. Del trofeo Remasa, del Festival de la Canción, de los payasos de la tele y de las majorettes de Mont de Marsan. Fue la Almería de la Feria en la Avenida Cabo de Gata, junto a la Térmica, que despidió a Franco bailando las sevillanas del Adiós.
En aquella Almería de 1975 quedaban espacios libres. Era la ciudad de los solares abandonados y de los niños subidos a sus tapias. Una Almería polvorienta en la que se hacía vida en la calle. Los coches no ocupaban todavía las avenidas y era posible jugar sin grandes peligros. La Rambla era una zona medio abandonada donde se podía jugar al fútbol. Conservaba dos pistas desgastadas de cemento que en otro tiempo llegaron a tener porterías de balonmano. En la parte superior de la Rambla estaba el quiosco donde se hacían los garbanzos ‘tostaos’ y a uno y otro lado del cauce seco, los árboles con las hojas de mora que servían de alimento a los gusanos de seda. La Rambla tenía también su puente de hierro agujereado, donde los mirones se escondían para ver pasar a las adolescentes.
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