Me asombra el proceso alquímico por el que relatos escritos en tiempos diferentes para proyectos diferentes acaban formando parte de un mismo libro. Un libro que goza además de una unidad, configurando un universo narrativo en el que cada cuento respira por sí mismo, pero todos son necesarios para que la totalidad, ese cosmos literario creado a partir de un Big Bang de años y perfeccionamiento, respire también.
Esa transmutación mágica -que en mi mente crea la imagen de folios manuscritos que vuelan hasta ser cosidos como parte de un todo de papel- levantó los cimientos de Entre malvados (Páginas de espuma, 2016), el último libro de Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970). El tercero de cuentos tras El síndrome de Chéjov -título que también da nombre a su blog especializado en el género- y Quédate donde estás. También ha publicado La familia del aire, una treintena de entrevistas a escritores de relato, y las novelas La canción de Brenda Lee y El corazón de los caballos.
Cuando este cirujano de la palabra escrita efectúa uno de sus precisos cortes con el bisturí, el lector-paciente se estremece. Se estremece lo suficiente como para vaciarse por dentro, pero sin llegar al último estertor. Todavía tiene relatos por delante para dejarse morir. Lentamente. Palabra a palabra. Con ese ritmo propio que sólo poseen los cuentos bien calibrados. Esos que tienen el poder de sacudirte en unas pocas páginas.
Terrorismo, acoso escolar, descerebrados universales, personalidades de dudosa moral o abusos policiales aparecen en este catálogo de maldades en el que el qué importa menos que el cómo porque lo inquietante de estos cuentos es que uno transita por ellos sin saber si, al volver la página, va a encontrarse una vida arrasada o, lo que es peor, la tensa calma que precede a ese momento en que se desata la violencia más fiera e irreversible.
Aquí os dejo la interesante entrevista que hice a Muñoz a final de año a propósito del lanzamiento de Entre malvados (en el artículo que le dediqué se quedaron cosas en el tintero que merece la pena rescatar). Interesante más que por las preguntas, por las respuestas en las que no elude reflexionar sobre algunos males de nuestro tiempo, esos que este escritor de apariencia afable (¿será sólo apariencia?) parece conocer tan bien en lo literario, y el poder de la cultura para combatirlos.
El 11M nos sacudió a todos, ¿pero qué removió en ti para que te propusieses rendir homenaje a las víctimas recuperando las historias de las 192?
El proyecto comienza con unos cuentos que yo empecé a escribir como a la semana del atentado. Al pasar todo aquello, salió mucha información en prensa sobre las víctimas y me pareció que era importante investigar no tanto quién lo había llevado a cabo, sino el papel de las víctimas. Me interesaba ponerme en su piel, en la de sus familias y en la de todas aquellas personas cuyas vidas se habían trastornado de forma brutal. Entonces escribí un primer cuento, Un hombre tranquilo, en el que hay una visión panorámica: una especie de viaje en el que el narrador acompaña a las posibles víctimas, a personas que están a punto de morir, pero que no lo saben para retratar sus pequeñas vidas cotidianas y cómo detrás de los grandes hechos que pueden convulsionar a un país y cambiar la historia, hay historias mínimas que normalmente perdemos de vista. En todo el libro hay menciones al papel de las víctimas. Muchas veces estamos fascinados por los criminales, pero el nombre de las víctimas acaba siendo olvidado.
Y hay otro cuento de los muchos que escribí para ese proyecto que cuenta la visión de una de esas víctimas la víspera del atentado y cómo su vida cotidiana gira alrededor de un hijo que está a punto de nacer y al que está pensando qué nombre poner. Quería contraponer la vida cotidiana, la vida mínima, frente a los grandes titulares y a los grandes subrayados de la historia.
¿Cómo se transforma ese ambicioso proyecto en dos cuentos de Entre malvados?
El arco de construcción del libro ha sido muy largo, cuando empiezo a escribir esto en 2004 yo no había publicado todavía mi primer libro y podía haber metido esos cuentos en aquel proyecto, pero yo pensaba que ahí había algún hilo común para otro proyecto distinto. Y de hecho, luego a esa idea se fueron añadiendo otros cuentos como Los hijos de Manson, que también forman parte de un proyecto más amplio de pequeños perfiles casi periodísticos que intentan ser bastante irónicos y con mala leche sobre personajes de los que yo he extraído aquello que me interesaba más para el tema que trata el libro.
El tema viene a ser no tanto la maldad como su encarnación a través de los malvados. El libro acaba el año pasado, en 2015, con un cuento inspirado en Javier Espinosa, el periodista de El Mundo secuestrado por el Estado Islámico. Es un cuento en el que intento, desde el punto de vista de la víctima, del secuestrado, hablar de la culpabilidad de sobrevivir.
El último, el de Donde el Bourgión se esconda, lo escribí a lo largo de cuatro años. Y me di cuenta de que en él había dejado muchas pistas para mí mismo de lo que había cambiado el mundo en el proceso de escribir el libro y sobre lo que pensaba de determinados temas . La realidad se ha filtrado de alguna manera y eso es algo de lo que estoy particularmente orgulloso, de que sea un libro que se pueda leer también con referencias a la realidad, no un libro de actualidad.
En el caso de los relatos del 11M te detienes en momentos de calma previos al atentado, mientras en el del periodista secuestrado en Siria sí pones el foco en la violencia y el sufrimiento. ¿Qué pretendías?
El proceso violento es completamente distinto. El de los atentados es tan tremendo, contundente y rápido como una explosión. Además de que viene impuesto por cómo ocurrieron las cosas, yo lo que quería era pillar a esos personajes en un momento de calma, en un momento en el que no saben que van a ser víctimas porque la víctima, antes de serlo, siempre piensa que van a ser los demás.
Sin embargo, en el caso del otro cuento, lo que quería era mostrar ese proceso de culpabilización que puede tener un superviviente de algo tan grave. Vemos ahora lo que está pasando con el Estado Islámico, el yihadismo y demás y me parecía que era necesario mostrar esa brutalidad. Mucho más brutal de lo que ahí se cuenta, lo cuenta Javier Espinosa en su propio artículo y, de alguna manera, me parece que era necesario porque aunque el relato va por otro lado, hay muchos supervivientes de Auschwitz que se suicidaron porque no entendían por qué sobrevivieron. Al mismo tiempo que a Javier, fueron secuestrados y ejecutados otros periodistas. Y me interesaba, aunque no tiene nada que ver con la realidad, poner al personaje en esa situación de ver cómo se incorpora a la vida cotidiana alguien que ha sufrido ese proceso. Lo otro es de la normalidad a la catástrofe y esto es el viaje de la catástrofe a la normalidad, a la vuelta a la vida cotidiana.
Donde el Bourgión se esconda, el relato más largo y, para mí, el preferido, es un resumen en forma de cuento fantástico distópico, de todos los temas: se habla de Rousseau, se habla de decapitaciones, de los abusos en los centros de instrucción que recuerdan a las torturas de la Guerra de Irak, que están como legalizadas, se habla de la relación padre-hijo. Me pasé algo bastante curioso con él: el momento más complicado del cuento fue la escena de monstruo, la escribí como si estuviera haciendo macramé, muy lentamente. La mañana en que me enfrenté a ella, en uno de los saltos y distracciones que hice a Internet, mataron a Follie y vimos cómo lo decapitaban. Fue algo tremendo, me dio un convulsión. Vi también ahí que había temas que estaban aparentemente inconexos, pero que tenían relación. Me he esforzado para que el libro fuera unitario y no hubiera cabos sueltos y que tengan cierta unidad más allá de los temas. Aparte de la maldad, hay otros: el tema de la cultura, el tema incluso del periodismo, de la responsabilidad del que cuenta las cosas y de cómo la basura que nos tragamos por la tele está cambiando nuestra percepción del mundo. Hay muchos temas, lo que pasa es que el de la maldad es muy atractivo y los eclipsa.
¿Qué poso tuvo el artículo en el que Javier Espinosa narraba las penurias de su secuestro en tu relato inspirado en el caso, porque has insistido en que no se trata de un relato periodístico?
La idea de ese cuento yo la tenía antes de que publicase su artículo, él además se comprometió a no hacerlo hasta que liberasen a su último compañero. Hay muchos secuestros de periodistas desde la Guerra de Afganistán. Sólo que él me dio la oportunidad de conocer cómo fue el cautiverio por dentro, algo que a un escritor resulta mucho más complicado. El cuento está contando una historia de un personaje ficticio, pero es verdad que en ese texto había muchos detalles que he incluido.
Yo en ningún momento he intentado hacer relatos de cosas que están pasando, relatos de actualidad; lo he intentado contar desde el punto de vista literario para que haya una reflexión continua sobre el mal, la violencia y cómo podemos romper el círculo de la violencia, sobre qué papel tiene la Ilustración y esa idea de la cultura como motor de progreso y de mejora social, que ahora mismo ha saltado por los aires. No tenemos más que ver lo de las elecciones americanas. Más allá de la elección de este tipo, es un símbolo de un tiempo que ya se ha acabado y que nos está dando señales muy peligrosas de que como no nos inventemos un discurso alternativo en el que demos cierta importancia a la cultura, al afán de saber y de mejorar, si no nos inventamos algo que nos estimule a seguir adelante, vamos a tener cada vez más conocimientos tipo Trump.
Sea como sea, a mí me interesan todos los géneros literarios y en cada cuento intento adaptarme a lo que ese cuento necesita. Por eso, hay algunas que tienen una apariencia más periodística, como Los hijos de Manson donde intencionadamente se cuentan los crímenes de Charles Manson intentando saber por qué nos fascina el mal, y sí elegí contarlos como una pequeña crónica periodística. Otros, sin embargo, son más literarios, tienen más espesor de lenguaje.
Luego hay otro par de cuentos en los que abordas el tema del acoso escolar desde distintos puntos de vista: en un caso hablas de cómo el acosador se puede camuflar en la sociedad mientras la víctima queda marcada de por vida y quizá reproduzca esos abusos; en otro profundizas en cómo esos pequeños abusones mañana pueden ser auténticos psicópatas que actúen a mayor escala. ¿Ha fracasado la sociedad a la hora de frenar estos comportamientos? ¿En qué hemos fallado?
Hay muchos cuentos que van por ahí, que dan a entender que esa fascinación que nos produce el mal -que está bien porque dentro del campo del arte permite liberar tensiones y miedos que teníamos desde niños- cuando traspasa la realidad ocurre como en el tema del acoso escolar y me parece fundamental ese tema. Los políticos dicen que la solución está en la educación, pero nunca nos la tomamos en serio. Es una palabra hueca que todos los políticos utilizan para justificar su absoluta ineficacia. Si realmente queremos tomarla en serio, hay que pararlo. Hay que dar menos clases de chino y si me apuras de inglés, y que esos niños hagan todo lo posible por que haya un clima de respeto continuo en las escuelas. El tema del acoso escolar necesita un plan serio y una ley al mismo nivel que la de la violencia machista. Y es un tema que si no se aborda bien, va seguir produciendo lo que más mí es lo peor del acoso escolar, que es un método perfecto de perpetuar la violencia. El acosado, cuando se hace adulto, puede curarse de su enfermedad y llevar una vida cotidiana, pero la víctima es muchas veces la que reproduce ese esquema de violencia o queda dañada para siempre.
Hay mucha gente que con este tema dice que no eres consciente y habla de ese muro de silencio parecido al que durante décadas se ha mantenido con la violencia machista, pero es un muro que hay que romper. Es una equivocación enorme cuando pasa un caso de estos y unos padres lo denuncian, intentar justificarlo con frases como que son cosas de niños, es lo mismo que decir que mi marido me pega lo normal. Y ese cuento, con un estilo muy literario, quería que fuese impactante por la forma en que está contado: es darle la voz a alguien que ha sufrido los abusos y ver cómo el mecanismo interno acaba reproduciendo aquello que te ha dañado interiormente.
En Los hijos de Manson recoges la historia de un puñado de malvados: de brutales asesinos como Charles Manson a personas como Arthur Miller o Rousseau a los que la sociedad veneraba a pesar de sus las actitudes deplorables y contradictorias que mantuvieron a lo largo de su vida. ¿Por qué nos fascina el mal?
La idea de unir en ese mismo cuento la biografía de escritores y de malvados me seducía en el sentido de que eran escritores que, en el caso de Miller, era la conciencia social de la época. Y de hecho, fue muy curioso que cuando pasó lo de su hijo fue en un acto de apoyo a un chico discapacitado. Son un poco las paradojas que a mí me fascinan. Que Rousseau abandone a sus cinco hijos en un orfanato, les dedique un párrafo en sus memorias y, sin embargo, luego escribe el Emilio que tiene 600 páginas para decirnos cómo debemos educar socialmente a nuestros hijos. Y claro, un filósofo como Rousseau que con su Contrato social funda casi la forma en que nos entendemos políticamente. Es el que dice que para no ser malvados debemos llegar a un contrato social, un contrato que, por cierto, se está rompiendo ahora mismo porque la gente ya no tiene la sensación de que el Estado va a proteger sus intereses.
¿Qué te atrae del mal como escritor?
Me interesa porque nos interesa a todos los seres humanos. Artísticamente es un tema fascinante, hay grandísimas obras de cine, pintura o literatura que han tratado el tema. Curiosamente es un tema muy utilizado, pero no un tema manido porque yo creo que uno siempre puede encontrar cosas interesantes en él. El tema de la maldad se va reencarnando continuamente. Yo siempre veo la maldad como un virus, una bacteria, que va alojándose en un cuerpo o en otro pero socialmente nunca vamos a librarnos de él, pero a la vez tenemos que tener la responsabilidad de encontrar formas racionales y sensatas de luchar contra la violencia y el horror. En un país, según las estadísticas, tan poco violento como España siguen ocurriendo sucesos terribles. El mal tiene unos mecanismos internos de funcionamiento que lo hacen fascinante.
Hay personajes que se dejan llevar por el lado oscuro y me pregunto qué necesidad tenemos de que alguien transgreda las reglas por nosotros. De alguna manera, el escritor tiene la obligación de hablar de ellos, ya que la función de la literatura ha sido un poco la de hablar de ese lado oscuro de la realidad. Últimamente se hace un tipo de literatura muy consoladora, para pasar el rato y que te sientas bien. Y a mí me interesa la literatura que te incomoda y que te hace pasarlo mal. Como Bolaño. Y si él ha tenido la influencia que ha tenido es porque toca ese tema que está ahí. El mal es uno de los temas fundamentales de la filosofía, como el bien. Lo que pasa es que hacer un libro sobre el bien sería aburrido.
Hablando de Bolaño, el relato sobre José Luis Calva Zepeda y su forma de actuar, incluso la portada de Entre malvados, recuerda un poco a 2666. ¿Ha sido deliberado?
En todo el proceso yo ni he nombrado a Bolaño. Sí es verdad que esa historia, por el ambiente, por el personaje, que es real, de alguna manera es muy bolañiana. A él le encantaba ese tipo de gente descerebrada, los malos de solemnidad que luego podían tener unas ideas líricas. Manson también fue un cantante frustrado, eso demuestra que al arte hay que darle vía libre porque es como una olla express.
Aguanta el frío ejemplifica esa doble moral tan española a través de un personaje que, por un lado, tiene a su hijo en el hospital víctima, presumiblemente, de abusos policiales, pero por otro él se extralimita en un interrogatorio.
Estilísticamente yo quería hacer un cuento de una de las clásicas encarnaciones del tema de la violencia de la literatura policíaca. Me fascinan ese tipo de dilemas morales, jueces que pueden denunciar a la mafia pero que no lo hacen porque los pueden matar. Este cuento, en pocas páginas, plantea ese dilema. La realidad se filtra porque el hijo ha perdido el ojo, como ocurrió en Rodea el Congreso. Esa persona está sufriendo este tipo de problema y, al mismo tiempo, actúa de una forma bastante equívoca con respecto al bien y al mal.
Yo he intentado que el libro no sea nada maniqueo, que no sea una especie de misal. Al contrario, a mí lo que me interesa son los dilemas morales. Yo creo que todos los cuentos plantean la pregunta de en qué lado me pondría yo. El mecanismo moral de dejarte llevar por el lado salvaje de la vida te lleva a decisiones irreparables, es como una cuchilla en la que me gusta poner a los personajes.
Estamos ante tu tercer libro de cuentos, el cuarto con Páginas de Espuma. ¿Qué significa en tu carrera? Estoy muy contento. Es, hoy por hoy, la mejor editorial de cuentos que hay en España y realmente ha conseguido hacer un catálogo cada vez más centrado en un género que espero que siga teniendo lectores nuevos. Se están haciendo muy buenos libros de cuentos en este momento.
¿Faltan lectores de cuento en España?
Faltan lectores de literatura, incluso de novela. Aunque cuando hay tan pocos lectores, los géneros mayoritarios son los que ganan.
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