La casa de Juan Carlos Mestre es un lugar donde la palabra todavía tiene sentido. La suya es la casa de la verdad porque, de hecho, la palabra es el material que ha permitido construirla. En el universo de Mestre todos los manicomios están llenos de amor. Todos los cementerios, llenos de salvavidas. Todas las manos, llenas de verano. Y todas las llaves, llenas de puertas. Mas la única llave que accionó el miércoles este trovador del Bierzo, a su paso por Almería, fue la de la Facultad José Ángel Valente. Una dimensión poética paralela a la que todos entramos a través de una puerta abierta durante algo más de una hora en el Museo de la Guitarra, en el casco antiguo.
Poeta y músico. Poeta y pensador. Ante todo, poeta. Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) salió de entre la gente que casi llenaba el salón de actos armado con su acordeón y su recitar profundo. Con su teatral puesta en escena y sus certeras reflexiones. Con su voz sostenida en el silencio más total guardado por una “escuela de desobedientes” -así nos llamó- que acudió a su llamada desatendiendo la concentracion del tren y olvidando el fútbol en un gesto de rebeldía o acaso de hambre literaria (ya había ganas de la segunda edición de esta iniciativa de la Universidad de Almería que coordinan Isabel Giménez Caro y Raúl Quinto).
La lectura de El salmo de los bienaventurados, La tumba del apóstol, Historia secreta de la poesía, Todos los libros llenos de palabras o Cavalo Morto se intercaló con palabras contra “la radical pérdida de valores” y palabras en favor de los refugiados y de los “apóstoles civiles bautizados por su propia sangre”, en alusión a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo. “Con nuestros dos grandes poetas uno detenido y aún hoy desaparecido y otro muerto de hambre y de frío en una cárcel, la poesía no puede dejar de cumplir con la memoria”, defendió en referencia a Federico García Lorca y Miguel Hernández.
Impresionado y por momentos desconcertado ante tanto silencio, el Premio Nacional de Poesía en 2009 por La casa roja acabó agradeciéndolo como “un tesoro”. Un silencio solo quebrado por una tos persistente (¿en todas las ciudades se tose tanto en los actos? Como dice el escritor Miguel Ángel Muñoz, si tienes bronquitis, hazte un favor y quédate en casa; sabremos disculparte), el sonido de unos pasos que vinieron a llegar cuando el recital acababa y aún así insinuaron si era posible pedir unos bises y una pregunta de esas de las que solo un tipo como Mestre sabe salir airoso.
—“¿Qué te ha parecido esta atmósfera color melocotón de Almería?”.
—“Un cielo rojo nunca puede serle extraño a quien ha hecho de su vida una forma de alcanzar la utopía”.
Un reguero de dedicatorias como pequeñas obras de arte recordaba ayer que la puerta de la casa de palabras de Mestre estuvo abierta en Almería.
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