Sexual, romántica, provocadora, dramática, sincera hasta la desnudez misma, sensible, rencorosa, maternal, deslenguada, nostálgica, valiente en extremo, femenina, triste, ácida, feminista, inteligente, contradictoria. Carmen de Burgos está viva.
En el monólogo La Colombine, Carmen de Burgos está viva. Viva en esencia. Poderosa. Rabiosamente humana. Más allá de esa imagen manoseada, construida tópico sobre tópico, que convence por su magnitud como escritora, periodista y activista, pero que no cala. Por su lejanía. Por sus cuatro retratos publicados hasta la extenuación. Porque suena a lugar común. Ella que fue de todo menos eso: común.
Y he ahí el principal logro de esta propuesta estrenada el sábado en el Teatro Apolo de Almería, de su tierra, en el 150 aniversario de su nacimiento. Que olvidemos cualquier idea que tengamos sobre esta mujer que pasó por la vida pisando fuerte, que recorrió la primera parte del siglo XX con el viento en contra, y que nos embelesemos observando a una Colombine rindiendo cuentas ante las tumbas de sus hijos muertos. Quién sabe si a las puertas de su propio final.
Primera tumba: casa de Almería con su marido Arturo Álvarez Bustos, a quien se une a los 16 años. Los poemas de amor no tardan en ser reemplazados por los golpes y el adulterio mientras Carmen “echa al mundo” niños muertos -todos menos una, María- y se asegura de que sigue respirando dejándose quemar en la lumbre. La única escapatoria, hacerse maestra.
Segunda tumba: casa paterna del campo de Níjar. En un flashback a su infancia, Colombine evoca sus primeros escarceos sexuales con sus primas, antecedente de las bacanales de los que años después la acusarían. El cuerpo que empuja. Su padre que no aprueba su matrimonio con Arturo. Y una madre de la que solo “mama” sumisión.
Tercera tumba: la casa de Madrid. Convertida en una periodista y escritora que empieza a tener influencia, Carmen deslumbra a un joven Gómez de la Serna, al que dobla la edad. De nuevo, la llamada de la carne. Luego la lucha por conquistar el voto femenino. Sus idas y venidas. Y otra vez, el desengaño y la decepción. Más desgarradores porque vienen de las entrañas.
Nuestra Colombine, la actriz Isabel Ampudia, transita por las tumbas de sus hijos muertos, metáfora de los lugares que configuraron el triste relato de su vida. Y lo hace a través de una interpretación entregada y a la vez contenida. Sin un ápice de sobreactuación. Movida por una especie de éxtasis, por un hilo invisible que la guía. O por un compañero de reparto invisible que le da una réplica silenciosa desde la oscuridad del patio de butacas, y que no es más que el director: el también cineasta almeriense Juan Francisco Viruega. Pero este nirvana, esta iluminación, no sería tal sin el texto de la investigadora Rosa Jiménez. Poético y doloroso. Inteligente y descorazonador. Vivo, como Carmen de Burgos.
El Teatro Apolo de Almería acogió este sábado el estreno de La Colombine, un monólogo dramático dirigido por Juan Francisco Viruega, escrito por Rosa Jiménez e interpretado por Isabel Ampudia. Con el apoyo del Ayuntamiento de la capital y Diputación, en el marco del 150 aniversario de Carmen de Burgos.
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