En Cachungo, un pueblo situado a unas dos horas de la capital de Guinea-Bisáu, encontramos a Jorge Fornieles, un ejidense que ha encontrado la felicidad a tantos kilómetros de aquí.
Cada día desayuna camino a la parada donde espera a que llegue el seteplás, un coche que no emprende el viaje a Bisáu, donde Jorge trabaja, hasta que no reúne los pasajeros suficientes para iniciar la marcha. La llegada a esa ciudad suele ser caótica debido al tráfico. “La mayoría de calles son de tierra, están plagadas de baches y durante la estación seca tienen mucho polvo”.
Trabaja en un orfanato gestionando dos proyectos para mejorar las condiciones de vida de sus residentes. “Los días que no viajo a Bisáu, permanezco en la cooperativa donde vivo, y realizo tareas para la televisión y la radio comunitarias”.
La vida allí
Jorge aprovecha su tiempo libre para visitar a los amigos, pasear hasta al mercado del centro o darse un baño en el manglar cuando la marea está alta. “No suelo viajar fuera de Canchungo porque aquí siempre hay alguna ceremonia a la que acudir o una fiesta a la que te invitan”. Evita viajar a la capital porque no se siente cómodo en lugares abarrotados de gente.
Como el carácter del guineano es abierto y amable, no encuentra demasiadas diferencias en el trato con las personas, aunque las costumbres son distintas. “Aquí conviven más de 30 etnias distintas, cada una con lengua e idiosincrasia propia”. En Cachungo predomina la cultura mandjaka, cuyo rasgo más característico es la celebración de los funerales (toka-tchur). “Se congregan multitud de familiares y amigos que acuden desde cualquier parte del mundo para participar en una ceremonia, de varios días de duración, que se convierte en un evento con música y bebida donde se sacrifican animales”. Cosas como esta han ayudado a Jorge a ser más paciente y reflexivo, y a aprender a relativizar mejor lo que ocurre a su alrededor. “Aprovecho los apagones de luz y las tardes de lluvia para escribir un diario que espero publicar algún día, producto de dedicar mucho tiempo a contemplar, entender a la gente y observar a mi alrededor”. Con sólo mirar al cielo y ver la posición de algunas constelaciones, Jorge es capaz de adivinar la hora que es. Lo mismo ocurre con el viento. “Si sopla en una u otra dirección, puedo saber si la marea está alta o baja”.
Anécdotas
Nada más llegar a Canchungo comprendió lo lejos que estaba. “En la plaza del centro me encontré con una pareja de nigerianos tocando djembés, mientras manejaban pitones y otras serpientes”. Y no se le olvida la primera vez que vio una cabeza de mono servida en un plato. Pero para anécdota la que le ocurrió cuando fue de viaje a unas islas.
“Después de dos horas de coche, otras siete en canoa por mar abierto, y acordar con un conductor que nos llevara a una playa salvaje al otro lado de la isla, me encontré con un hombre que había vivido varios años en la misma calle en la que yo me había criado en El Ejido”. Algunas veces, incluso, se ha encontrado pegatinas de Las Norias de Daza en las kandongas (furgonetas que utilizan como transporte público). Muchos inmigrantes del Poniente compran vehículos para traerlos hasta aquí. “Es en ese momento cuando eres consciente de la variedad cultural que tenemos en Almería”.
Guinea
Considera que el principal problema de los guineanos es la falta de acceso a una educación adecuada. “Por ejemplo, la prevención de enfermedades teniendo unas prácticas higiénicas básicas se convierte en un gran inconveniente”. Ha visto muchas casos en los que la gente no es capaz de resolver un problema porque no son conscientes de la existencia del mismo. “Todo esto es evitable con un mínimo de educación”.
Jorge Fornieles echa de menos a su familia y amigos. “Aunque estoy en contacto con ellos siempre que la conexión de Skype me deje”. Además, su agenda social es tan apretada que no tiene tiempo de aburrirse. “Nunca fui de los que llevaban aceite o jamón durante mi etapa Erasmus, pero agua caliente al ducharse temprano y chocolate son difíciles de conseguir, y sí, se echan en falta”. Al preguntarle si piensa volver a El Ejido, contesta con una frase de Chavela Vargas: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. Añora el lugar que dejó, pero sabe que regresará.
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