Tiempos de plata y plomo

En el siglo XIX, la provincia de Almería contó con algunas de las mayores explotaciones mineras.

Estado de las Minas de Sierra Almagrera, entre 1874 y 1875, donde trabajaban y residían los mineros.
Estado de las Minas de Sierra Almagrera, entre 1874 y 1875, donde trabajaban y residían los mineros.
Andrés Sánchez Picón
21:05 • 13 ago. 2016

Quien esté al tanto de la producción histórica almeriense pensará, a bote pronto, que el libro que está presentándose durante este verano de 2016 y que lleva por título ‘Tiempos de plata y plomo’, es una publicación más sobre la minería de Sierra Almagrera. Incluso, quien esté medianamente informado, podría barruntar que sobre este distrito minero es ya tan copiosa la bibliografía, que pocas sorpresas cabe esperar en los nuevos títulos que van saliendo de la imprenta y que por lo tanto el esfuerzo de los estudiosos habría entrado ya en una etapa de rendimientos decrecientes.  Todavía más, habría quien pensaría que una corta estribación litoral como Almagrera, no justificaría tanta atención.




Y es verdad que, desde que a comienzos de los años ochenta el firmante de este comentario publicara sus primeros trabajos sobre Almagrera, otros, como Miguel Ángel Pérez de Perceval, o el añorado Antonio Molina desde su delicioso costumbrismo, o, más recientemente, el flamante cronista oficial de la ciudad de Cuevas del Almanzora, Enrique Fernández Bolea, han vuelto sobre el devenir de la antigua Sierra de Montroy, ampliando temas, datos y perspectivas. 
Pero mi objetivo en las siguientes líneas es tratar de convencerle de que contra esta inicial prevención, el tema de Almagrera tiene todavía mucho recorrido, por un lado, y de que la nutrida atención prestada hasta ahora está plenamente justificada, por otro.




Un hito minero
No muchos serán conscientes de lo que supuso el hallazgo de un filón de plomo argentífero en el barranco Jaroso de Almagrera en el año 1839. Voy a detenerme en unos datos que tratan de sostener mi valoración de que dicho descubrimiento fue el acontecimiento económico, pero también social y con hondas repercusiones políticas, más relevante ocurrido  durante todo el siglo XIX en la recién creada provincia de Almería (sólo seis años antes el motrileño Javier de Burgos al frente del ministerio de Fomento había confirmado su presencia, después de alguna pugna, entre las 50 circunscripciones surgidas de la reforma territorial del Estado Liberal).




Se trató de un hecho de enorme repercusión en toda España y generó una fiebre minera que cubrió de registros no sólo la sierra levantina, sino otros muchos lugares de la península. Permítanme unos datos que aunque carentes de absoluta solvencia (no estoy escribiendo para un evento académico) sí pueden servirnos para vislumbrar un orden de magnitud de lo que supuso la fiebre del Jaroso sin cometer ningún disparate.




La venta de un sinnúmero de participaciones  en las empresas mineras de Almagrera supuso desde 1839 hasta 1845 una inversión de unos 60 millones de reales. La venta de minerales y metales aportaría en esos mismos años no menos de otros 30 o 40 millones.




Retengamos, pues, una cifra en el entorno de unos 100 millones de reales (la moneda de la época) en esos seis años. Un montante así supondría casi el 10 % de los ingresos anuales del Estado en aquellos años; o sea, que para que nos manejemos en una grosera aproximación, es que como si ahora en seis años entraran en Almería unos 12 mil millones de euros (el 10 % de los ingresos presupuestados por el gobierno en 2016). Nunca en la historia almeriense y en tan poco tiempo se inyectó tal cantidad de dinero en la economía provincial y en particular en la economía del levante almeriense.




Además, aunque la temperatura de la fiebre bajaría muy pronto y sería seguida por periodos de baja actividad, nuevos hallazgos como el de la plata nativa de Herrerías en 1869, supusieron un revulsivo que permitió extender la actividad minera hasta bien entrado el siglo XX. Por lo tanto, el efecto que produjo tal conmoción es difícil de exagerar. 




Revolución social
Buena parte de la burguesía almeriense del siglo XIX  y, en general, de la élite económica, social y política se construyó sobre este negocio.


El crecimiento de la población que lleva a la provincia a tener una densidad con sus más de 315 mil habitantes en 1857, por encima de la media española (situación insólita en los últimos 500 años), los proyectos de ensanches de las ciudades, como Almería (derribo de las murallas y construcción del Paseo) o Cuevas, la llegada de la máquina de vapor (icono tecnológico de la industrialización del XIX), la compra de tierras en las desamortizaciones, la expansión de regadíos, la llegada de agua potable a los principales núcleos, la construcción de mansiones, etcétera, etcétera, etcétera, tienen que ver, en mayor o menor medida, con el negocio minero.


Nuestra historia
Enrique Fernández Bolea, el mejor historiador local con el que cuenta la provincia (a mí me lo parece, que no se moleste nadie, y no lo digo solo porque sea amigo) encabeza desde hace años una generosa y concienzuda labor para ampliar y mejorar el relato sobre aquella prodigiosa etapa.


Ha sido el organizador, junto con José Guerrero Rodríguez y Pedro Perales Larios, de una espléndida exposición titulada “Tiempos de plata y plomo. Economía y sociedad en la Cuevas del siglo XIX”, cuyo catálogo se está presentando este verano  por diferentes localidades de la jurisdicción cuevana.


La historia de Almagrera es prolija y  aleccionadora y abarca, sin remontarnos a su remota explotación por púnicos y romanos, unos 120 años: desde su redescubrimiento en 1839 hasta 1959, cuando la empresa pública, Minas de Almagrera, S.A. (MASA), decide clausurar su actividad y trasladarse a la Sierra de Gádor, en un curioso viaje de vuelta a los orígenes de la minería almeriense contemporánea.


Ha pasado por diferentes fases: predominio de centenares de empresas locales, presencia posterior de algunas compañías de capital extranjero, postrer intento por mantener con vida el distrito con el boca a boca que, en plena autarquía franquista, realiza aquella empresa del Estado.


Nos deja el agridulce sabor de un esplendor extinto o de una oportunidad perdida. Una historia apasionante que les animo a conocer; y para iniciarse en ella nada mejor que ese catálogo primorosamente editado por Arráez editores. Háganse con él. No se arrepentirán.



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