Los Gallardos

Cogerle el ‘berimbó’

Diego Fernández, pastor de profesión y de vocación

Diego Fernández en una de sus salidas al campo con su rebaño. Foto: Ricardo Alba
Diego Fernández en una de sus salidas al campo con su rebaño. Foto: Ricardo Alba La Voz
Ricardo Alba
19:16 • 22 jul. 2018

Caían, no sé… ¿Cuántos caen, Diego? Más de 30 y menos de 40. A Diego Fernández Cazorla, pastor de profesión y de vocación, tanto le dan 5 grados más o 5 grados menos. En esta mañana de julio, la más calurosa dijeron en la tele, es un sufrimiento pararse al sol. Ni una sombra en centenares de metros a la redonda. Tan solo cabras, ovejas y el desierto con algunos matorrales desperdigados. Diego lleva un sombrero campero de ala ancha con la leyenda San Isidro 2003 en la cinta de color verde. Le resguarda la cara del sol casi hasta la barbilla. Al mirarte se le entornan los párpados de tanta luminosidad.




Dígame Diego, si es tan amable, ¿las cabras son suyas? Sí. ¿Y las ovejas? También. El pastor achina los ojos. Debe preguntarse si la cosa va de choteo. Y no. El asunto es serio. ¿Cuántas tiene? De mayores unas 30, en total 60. Diego Fernández responde a otra de mis preguntas: tengo 83 años. ¡Vamos, hombre! Sí, hombre, sí, 83, y 70 sacando el ganado. O sea, toda la vida de pastor. Ya ve, pues sí. A los 3 años ya salía con mi hermano mayor, que en Gloria esté, me daba a guardar una recién parida, una corderilla. Desde cuando aquello, Diego Fernández Cazorla, gallardero de cuna, sale con el rebaño todos los días a las ocho de la mañana, regresa pasado el mediodía para volver al campo a eso de la hora de la siesta y ya, hasta la anochecida.




¡¡Mona, Mona, que se va aquella!! De un pequeño talud sombreado aparece veloz una perra, ¿de qué raza es, Diego? Diego me mira como si le preguntara por marcas de frigoríficos o lavadoras. Pues es una perra muy buena. Una vez se puso de parto, cuatro días me faltó, el rebaño se reía de mí, podían más que yo. Cuando volvió a los cuatro días yo ya no hacía juicio de ella, yo me decía a esta la ha pillado un coche o algo así. Subí con ella al corral y me dije ahora les voy a dejar tres para que les sobre. Mona, Mariana y Lola, así se llaman cada una de las ayudantes de Diego. A ver, Diego, ¿usted está casado? Ni hablar, ahí me hice fuerte. Entonces, digo yo, Diego, ¿le puso a las perras el nombre de algunos de sus amoríos? Por respuesta, una sonrisilla. Quién sabe.




Diego Fernández Cazorla descansa a la hora de comer y a la hora de dormir. El resto del día, entre sacar el rebaño al campo, recogerlo en el corral, poner pienso si la cosa ha ido mal, se le pasa rápido; es más, está seguro de que cuando más anda más fuerte está y que seguirá andando hasta que el de arriba quiera. Si te pica la curiosidad de adónde van sus pensamientos en los largos días de caminatas y soledad, él lo tiene claro: en la que está buena, la que está mala, la que come, la que no, y así. Ni radio, ni libro, nada, su rebaño y el campo que, por decir como él dice, este trabajo no es aburrido, es como todos los trabajos, es cogerle el ‘berimbó, que te guste lo que haces. Luego, así de corrido, lleva la cuenta de cuántas ovejas y cabras habrá comprado y vendido en setenta años: hijas, madres, el espíritu santo. Lo peor para Diego es que nadie de la familia quiere seguir sus pasos: tengo sobrinos, pero…




Bien, Diego, hablemos de fiestas, porque se tomará algún día de fiesta, ¿no? No. Nada de fiestas. A ratos descanso, a mediodía y de noche. Después de comer me tumbo, me quedo ‘dormiscao’, veo la tele de cuando en cuando. ¿Y de las noticias cómo vamos? No le interesan. Pues hablemos de leche y lana, Diego. Nada, el ganado no da leche, come hierba seca y la lana no vale, hay que pagar para que se la lleven. Para eso le hago camas a los perros. Antes, me acuerdo yo que sí valía una arroba de lana a mil pesetas, pero hace ya cuarenta años. Ahora, nada.




El paisaje que sostiene la charla es árido. La cercana carretera que une Turre con la autovía del Mediterráneo anda escaso de tránsito. De cuando en cuando, algún vehículo destapa el silencio que nos rodea como dueño y señor del tiempo que aparenta haberse detenido. ¡¡Lola!! ¡Fiuuuuu!! Vaya sobresalto, hombre, Diego. Es que aquellas están revoltosas. ¿Cuáles? Las de allá, esas cinco. La verdad, uno no distingue a cuales cinco se refiere Diego. Quede usted con Dios. Así me quedo y pienso en él, en el de lo alto, que me deje mucho tiempo. Que así sea.





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