El silencio, al menos por aquí, nos envuelve como una manta zamorana. El televisor nos mete en casa calles sin peatones ni vehículos. Los aeropuertos a punto de echar el cierre, el mismo dilema para trenes, carreteras habitadas casi exclusivamente por camiones de transporte. El escenario ideal donde rodar películas épicas al estilo del actor Mel Gibson, por poner. Y hoy, en el décimo día de confinamiento, advierto que no veo ningún barco. Esto es lo normal para quienes viven tierra adentro. Sin mar, evidentemente no hay naves. Por suerte para mí, dispongo de una ventana con vistas al mar. Un mar, una mar, de color desigual según días soleados o brumosos. Pues, ya digo, no avisto barco alguno. Y, ahora que caigo en la cuenta, los echo de menos.
Antes del comienzo de este campo de ortigas, me asomaba a la ventana, la misma desde la que contemplo el mar y, a lo sumo, los vecinos nos intercambiábamos saludos. A estas alturas, además de esta cortesía, nos preguntamos por la salud con total familiaridad. Nos interesamos recíprocamente por la floración de los geranios; dejamos la pregunta en el aire de cuando acabará esto, en fin, conversamos, poco, pero conversamos. Con el paso de los días el círculo se irá estrechando e, incluso, bajaremos sillas a la acera para la conversa nocturna cuando esto acabe, que acabará.
Sin estar al corriente de lo que se nos venía encima, me dispuse al arreglo del armario, o sea, a reemplazar la ropa de invierno por la de entretiempo -así se decía que yo sepa-, la de primavera para entendernos. Entre las rutinas autoimpuestas figura la de vestir como si fuera a salir a la calle. Cada día se me hace más cuesta arriba, no crea. El caso es que a este paso tendré que repetir la misma operación de armario: hacer hueco para la ropa de verano. Así sea cuando menos.
Mi amigo Justo, ya se lo presenté días atrás, continúa en la tarea de investigar y descubrir palabros, gazapos y otras pedradas en nuestro vocabulario. Hoy me envía el titular de una noticia publicada en un periódico, no importa en este momento cuál sea. Me hago una idea de cómo deben estar sufriéndolo el director, redactor jefe, jefe de sección, redactor…, amén de los familiares de la protagonista del triste suceso. El titulado reza así: “Fallece por segundo día consecutivo una mujer de 103 años”. Sería cómico, sino fuera macabro. Como estas pifias, las hay a centenares como poco. Hoy, en los Medios, las redacciones están flacas de periodistas, existe sobrecarga de información y escaso tiempo para filtrarla. Quiero suponer que el infortunado autor del funesto titular debería estar pensando que “por segundo día consecutivo aumentan o disminuyen los infectados…”.
Creer en ellos uno no cree, pero por estos lares se está llevando diariamente a cabo el milagro de una televisión local. Como me faltará espacio para extenderme, les recomiendo lo que me impongo a mí mismo, porque, yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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