"Hola, amigo Luis. Hola, amigo Guillermo". Así, eternizando las vocales hasta un infinito casi tan grande como su bondad, es como Antonio Alfonso Conchillo, Antón para todos, saludaba a los vecinos con los que se reencontraba una y mil veces al cabo del día durante su labor como portero en el conocido como 'piso de los médicos' de Albox. No importa el número de ocasiones en las que ya lo hubiera hecho esa jornada. Ese "hola, amigo Guillermo" tenía el mismo énfasis y reflejaba la misma sonrisa sincera en su rostro a la primera ocasión o a la décimo quinta.
Se nos ha ido 'el Antón' y se nos va con él parte de nuestra infancia, de nuestra adolescencia y de toda una vida. Con él se hace difícil recurrir a tópicos que acompañan a todo funeral como esos "así es la vida". Porque a sus 89 años, Antón seguía igual de lúcido que cuando hace dos o tres décadas departía sobre fútbol, su Real Madrid o el último partido arbitrado por alguno de sus hijos o nietos con cualquier vecino de la comunidad. Y con los que no eran de la comunidad. Porque Antón no era solo "el portero de los pisos de los médicos", fue mucho más que eso. Era el amigo de todos.
La céntrica ubicación de este edificio le permitía contar, quizás por miles, los saludos que dedicaba a lo largo del día y por cientos las conversaciones que mantenía. Nunca con una palabra más alta que otra y raramente sin sus manos en la espalda y vestido de arriba a abajo con una pulcritud que ya no se estila. Aunque eso era cosa de su eterna acompañante, Amparo, que a buen seguro esperaba desde algún lugar lejos de este mundo junto a su hija Mariana la compañía de su Antón.
Eso sí, su cariño y su amabilidad no se podían confundir con dejadez en sus funciones. Si había que llamar la atención de esos niños que veían -veíamos- en la estrechez de los pasillos dos porterías, lo hacía. Vaya si lo hacía. Pero incluso cuando le tocaba jugar ese papel, era tanta su bondad que hacía imposible no bajar la cabeza al primer aviso, andar hacia la pelota, recogerla y marchase a la plaza o a casa sabiendo que quien llevaba razón era 'el Antón'. No podía ser de otra manera cuando lo había pedido así, con ese tacto, a unos niños de diez u once años. "¿Por qué no os vais mejor a la plaza?", sugería.
Sus pasiones y su compasión se queda a buen recaudo en todos y cada uno de sus hijos. En Francisco, en Antonio, en Andrés. Y en sus nietos: En Antonio, en Pedro, en Sonia, en Marta, Lucía, 'Antoñillo', Andrea y Lorena. Si lo narrado anteriormente era lo que representaba para sus vecinos, no es difícil imaginar lo que fue para toda una familia que guarda a buen recaudo en su forma de ser y de estar en esta vida todo lo aprendido, sin aspavientos, de quien ya no está.
No creo que ningún obituario, y menos este, pueda transmitir con exactitud lo que representó alguien como 'el Antón' pero eso es precisamente lo que consiguen, incluso cuando ya no están, personas como él en quienes le rodean. Que podamos caminar sin miedo sabiendo que su respuesta sería la que siempre tenía para casi cualquier pregunta, sugerencia o propuesta. Así que, es muy probable, que si le hubiera enseñado el borrador de este texto y le hubiera pedido permiso para publicarlo, su respuesta hubiera sido la que siempre nos regalaba sonriendo. Sobre todo cuando al fin nos íbamos a jugar a la plaza: "Muy bien que lo veo". Descanse en paz.
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