En las conversaciones de los baños está la verdad: “Esto ha sido un puntazo para las empresas de aquí”; “me dice el camarero que ha servido a la reina que no ha probado el vino y eso que era un Ramón Bilbao, edición especial”; “el rey debería afeitarse la barba, le hace mayor”. El pueblo de Macael se echó a la calle para recibir a sus majestades: tras unas vallas se veían a mujeres y zagalones agitar banderitas rojigualdas compradas en algún chino. Los primeros vitoreados en el paseíllo fueron Paco y su mujer: “Guapa, guapa Pilar; eres un monstruo, Cosentino”, como un torero y una tonadillera. Arriba, el Vaticano apretado de corbatas y pedrería: 650 invitados a una de las galas con más pedigrí de Andalucía, entre ellos Blas Díaz Bonillo que tiene el récord de no haber desertado de ninguna.
Colas en el phococall como en unos oscars. Los oscars de Macael, que diría el bueno de Fausto, la tierra del mármol, la Carrara ibérica por los siglos de los siglos. El cóctel inicial, aglomerado, parecía la carretera de Aguadulce. Había que sentarse pronto para recibir a los soberanos, a los monarcas de esta península vieja. En la mesa, al lado de la tarjeta del menú, una cita fabulosa de Lope de Vega: “Con inmortal valor y gentileza, mármol hermoso, para siempre quedes...” Y llegaron los reyes, como cuando llega la tarta a un cumpleaños: codazos en las mesas “Míralos, son ellos”. Ella, de azul marino, con el pelo recogido, con los ojos bien abiertos, como de dibujos animados, como queriendo reconocer algo del 2002; él, alto, con pinta de lo que es. Se sentaron. Paco al lado Leticia. Jesús, al lado de su marido. Y David Baños, ya en el escenario, como si fuera un auriga en el pescante dando paso a las imágenes que definen a una comarca almidonada de una piedra que da trabajo a 5.000 personas y que factura 1.540 millones. La gala se salía de perfecta, muy lejos de aquellas iniciáticas que empezaron en la piscina en 1985. Música de la guerra de las galaxias para recibir a premiados de los cinco continentes, a arquitectos que usan el mármol en sus edificios como el que sabe dónde está la eternidad. Un guardiamarina iba entregando el marmolillo en forma de hucha para cada premiado. Sin discursos, un alivio de 40 minutos menos. Habló el presidente Moreno, habló Jesús Posadas y habló el rey, un rey entre los reyes del mármol, quien hizo un guiño a su mujer, cuando actuó de presentadora y a David, su sucesor, que tras la mención borbónica ya puede ser llamado David I de Macael. Y como final, el paseíllo real, imperial, de Leticia y Felipe entre la gente, en una noche en la que Macael fue todo menos republicana.
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