¿Por qué se perdieron las dunas de Cabo de Gata?

La necesidad de unir a los agentes socioeconómicos en un consenso por el desarrollo sostenible

“Las dunas de Cabo de Gata se perdieron por falta de un consenso social que era fácil conseguir”
“Las dunas de Cabo de Gata se perdieron por falta de un consenso social que era fácil conseguir” La Voz
Manuel Sánchez Villanueva
20:26 • 26 dic. 2022

Una mañana que me libré de servicio en el bilbaíno cuartel de Juan de Garay, vino un compañero para decirme que me buscaba el capitán. En cuestión de minutos me encontré ante mi oficial quien me encomendó las clases de apoyo a los nuevos reclutas. Aunque no seré yo quien defienda el servicio militar obligatorio, es justo reconocer que los militares de entonces tenían verdadero interés en que todo soldado saliera de allí con un nivel formativo mínimo.  Sin embargo, a mí que ya era un veterano pensando en la licencia, el encargo supuso un jarro de agua fría porque lidiar con reclutas era lo que menos me apetecía. Pero como en aquel tiempo las palabras de un capitán de la Policía Militar quedaban grabadas en piedra como las tablas de la ley, me puse a ello sin rechistar.



Al principio, aquel experimento fue un desastre, básicamente porque mis ínfulas de joven aspirante a escritor me hacían sentirme muy por encima de la tarea. En esas estábamos cuando un chico de un barrio de Valencia que se decía había tenido problemas con la justicia, se me acercó en un aparte para pedirme que le explicara qué era un filósofo. Al principio pensé que aquel chaval me tomaba el pelo. Pero cuando fui consciente de que realmente quería aprenderlo y que a mí me costaba explicárselo de manera comprensible, todo cambió. Gracias a aquel muchacho, me comprometí a fondo en la que terminó siendo una enriquecedora experiencia colaborativa en la que todos ganamos, especialmente yo mismo.



Desde hace un par de meses, no se me va de la cabeza la lección que me dio hace muchos años aquel recluta, de quien aprendí dos cosas. La primera, que antes de adoptar juicios previos al conocimiento sobre algo o alguien, hay que intentar acercarse con mente abierta. Y, en segundo lugar, que, para conseguir alcanzar un objetivo colectivo, el dialogo es la mejor herramienta, aunque eso suponga que todos los participantes tengan que renunciar a sus ideas preconcebidas. Al menos en mi opinión, esos dos factores últimamente se echan de menos en el debate público sobre cuál debe ser el modelo de ordenación del territorio y gestión del medio de esta tierra almeriense en la que nos ha tocado vivir. 



 Son muchas las actitudes que me hacen pensar que andamos bastantes despistados, incluidas encendidas defensas de un curioso concepto de sostenibilidad paralelo a mirar hacia otro lado en la destrucción de nuestros ya escasos espacios sin degradar o la sucesión de iniciativas que hacen la guerra por su cuenta con absoluto desprecio a los principios generales del desarrollo sostenible, que marcan la necesidad de crear alianzas. 



Pero lo que me convenció de que nuestra prepotencia nos hace estar ciegos a la realidad, fue leer no hace mucho una crónica en la que, desde posiciones intelectuales y estéticas, se afirmaba que las dunas de Cabo de Gata habían sido sacrificadas en su momento por la indiferencia de quienes tenían que haberlas defendido.



La desaparición de ese espacio me impactó porque estará siempre indisolublemente unido a mis vivencias infantiles. Y, casualmente, el proceso de su destrucción lo reviví no hace mucho al recibir el encargo de apoyar documentalmente un trabajo de investigación. En resumen, estoy algo familiarizado con el hecho de que este fue uno de los muchos casos en los que los escasos defensores de nuestro patrimonio natural perdieron “la batalla” (siento el lenguaje bélico, pero por algo aquel episodio fue denominado por la prensa como La Guerra de la Arena) por falta de un consenso social que debería haber sido relativamente fácil conseguir. Al final, los pocos que defendían una solución pactada al problema que mirara al futuro se quedaron con la frustración de ver destruido un paraje único para conseguir un recurso que fue rápidamente sustituido.  Un caso paradigmático del pan para hoy y hambre para mañana que nos ha acompañado como una maldición a los almerienses durante siglos.



Es un triste ejemplo que no deberíamos olvidar. En plena crisis ambiental global tenemos que interiorizar que no es que la provincia corra riesgo de desertización, es que tenemos zonas que ya están desertizadas. Además, desde hace unos meses circula un Informe sobre los Humedales almerienses, coordinado por una autoridad que lleva cuatro décadas dedicado a su estudio, que alerta de la gravedad de la situación de estos espacios y que se está ignorando sistemáticamente.  



De nada nos servirá que dentro de dos décadas alguien escriba rasgándose las vestiduras por la pérdida de los espacios donde se rodaron escenas míticas. Si no queremos convertirnos en una copia barata de la  costa malagueña previa a  la revolución que supuso la visión de  Paco de la Torre, a la que lleguen oleadas de  turismo  low-cost para encontrarse con un espacio muerto o agonizante, es el momento de buscar soluciones de consenso a través de algún encuentro ambiental (como los que se convocaron en la década de los ochenta y noventa del pasado siglo) en el que, quizás bajo el liderazgo de la UAL, se pacten vías que conviertan Almería en lo que por sus especiales características está llamada a ser, un referente mundial en desarrollo sostenible . 


Pero para llegar a esa meta, tendremos que adoptar la postura del recluta valenciano de intentar acercarnos al conocimiento, buscando el consenso en este tema cuya complejidad únicamente puede ser abordada desde la colaboración. 



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