Camarín del Santuario. Doce de la noche. Viernes. Se acaba de ir la luz en los pueblos recónditos de la parte oriental de los Filabres. En Uleila, donde están en fiestas, se quedan a oscuras un buen rato. Igual que en Benitagla. Y en Benizalón. Los cortes son habituales, nos dice un vecino de Uleila. En agosto, durante los festejos del emigrante, tapearon con velas.
Antonio María García Martínez es el cura de Cantoria, Albanchez, Benizalón, Líjar, Cóbdar y Chercos -experto, como pocos, en despoblación- y rector del Santuario. Noche cerrada. Neblinas. "No ha pasado nada. No ha habido quejas de los peregrinos por la falta de luz. Venían con la linternas por los caminos con respeto. Han llegado y les esperábamos con la luz de las velas".
Acompañaban a Antonio este fin de semana cerca de media docena de religiosos llegados desde Oria, Campohermoso, Olula y Uleila para asistir en los turnos de misas, bendiciones, rosarios y presentaciones de niños a la imagen de la Virgen -casi 1.000 este último año-: "Vienen sacerdotes de pueblos aledaños y también seminaristas que tienen devoción por la Virgen. Gracias a Dios no falta gente", susurra Antonio, sentado en un banco de madera frente a la impetuosa imagen de María de Monteagud, engalanada con un manto rojo en el eje de un camarín rematado por una bóveda que parece preludiar la inmensidad del universo.
A las dos de la mañana del viernes, dos horas después de lo previsto, terminan los oficios del primer día de celebración de la Romería de Monteagud. Mientras un sacerdote se encarga de hacer una foto a una pareja de ciclistas que rezan un Avemaría ante la imagen, le preguntamos al rector por la concurrencia de devotos. Nos dice que es raro el año donde no suben al cerro unos 40.000 y apostilla que, pese al tiempo adverso, más propio del Cantábrico que del septiembre Mediterráneo, la afluencia de gente el viernes ha sido muy alta. El sábado por la mañana, con el alba, a eso de las cinco, dos horas antes de la primera misa prevista, el Santuario abría de nuevo sus puertas. Había estado cerrado solo tres horas: "El ser humano siempre mira al cielo. El sábado, a Bacares; el domingo, a Dalias; y durante todo el fin de semana, a Monteagud. A pesar de la secularización que hay en la sociedad, existe un componente religioso y, cuando llegan estos días, se nota", reflexiona en voz alta.
Son las once de la mañana. Sábado, 14 de septiembre. Segundo del mes y, como manda la tradición, el día esperado. Una hilera de coches suben desde Uleila y Benizalón hacia el cerro. Conforme ascienden, la carretera se estrecha. La niebla puebla de un blanco etéreo el cielo sabatino. Lloviznea. Unos 15 grados. Tres caballos suben a galope. Unos ciclistas pedalean en busca del encuentro mariano. Unos cuantos moteros sueltan sus máquinas cerca de la última terraza de aparcamientos. Hoy desde allí no se ven las canteras de Cóbdar. Ni se ve Sierra Alhamilla. Imposible ver los olivos de Sorbas. Tampoco se ve la Mojácar vieja. Benizalón y Uleila son un óleo blanquecino difuminado. Se intuye, como un fantasma en la mañana, la piedra de la gitana. Parece Covadonga en un día de noviembre. Y no, es Monteagud, asentamiento árabe durante cientos de años -atalaya de ermitaños, respiro de paz en la finitud de una sierra única- y un lugar sagrado para la cristiandad desde que un pastor de Lorca descubrió la imagen hace más de cuatro siglos y la devoción iniciada años atrás en Andújar (Jaén) a la Virgen de la Cabeza se fue contagiando por los valles andaluces. La trashumancia y los nobles y marqueses y señores herederos del viejo mundo feudal que dominaban las tierras del sur se unieron al pueblo en la fe y así fue como nació la romería con más peso de la historia de nuestra provincia.
A la una hay misa. Son misas especiales. Entran perros y romeros con camisetas de deporte, viejos con andadores y recién casados, niños de cuna y embarazadas. Y pies descalzos. 'Ves escenas que una persona normal no puede ver. Tantas miradas que trae la gente... Ves cómo las personas mascullan ante la Virgen. Cada persona es un mundo, tiene su historia, su vida'.
En Uleila, al calor del Santo Cristo de las Penas, hay noches de placeta. Los puestos de subsaharianos vendiendo camisetas de Lamine Yamal y Mbappé son la última moda en el mercado ambulante.
La noria, la vieja noria que ha sobrevivido casi 70 años, duerme jubilada en un cementerio de trastos. Ya no hay noria y hay quien echa de menos el estruendoso ruido de sus avisos. La banda sonora de las fiestas es la orquesta. En la plaza, ágora de bailones, suena de todo.
Desde allí parte un sendero rompepiernas en dirección a Monteagud. Es duro, sobre todo el último kilómetro. Los jabalíes son espectros escondidos en los barrancos de retamas. Una cabra montesa merodea cerca de un cortijo serrano. El peregrino va subiendo, peldaño a peldaño, y de pronto, cruzado el ecuador del trayecto, con la lengua fuera, escucha los sones de un rosario por la megafonía del santuario.
Qué lejos queda, piensa. Qué cerca se ve, se corrige. Hay pocos caminantes. Este adelantado tiempo atonal ha frenado el ímpetu de muchos. La calzada estaba peligrosa. Resbaladiza. Traicionera. La niebla tapiaba los precipicios. La lluvia y el fresco han llenado de mangas largas y chubasqueros las estribaciones del cerro. Los de los puestos de estampas, pulseras, medallas, churros y pasteles han vendido menos. Ardían las velas y el humo gris se esparcía por la atmósfera. Lo que pegaba, después de ver a la imagen de María de Monteagud y descender hasta el coche empapados, eran unas migas con harina de trigo encariñadas a fuego lento en una chimenea de cualquier cortijo filabreno.
Tiempo habrá para volver, se dice el peregrino. Porque Monteagud no es solo septiembre. Cada segundo y último domingo de mes hay celebraciones litúrgicas a la una del mediodía. Y raro es el fin de semana en que no suben bicis y motos, senderistas y gentes de toda estirpe. Son buscadores de paz.
Como advirtió el periodista Álvaro Hernández en La Voz, la religiosidad popular está muy viva. Quién sabe si algo se maneja mal cuando, en tiempos de agnosticismo y materialismo, 300.000 personas han salido este fin de semana a encontrarse con su Cristo y con María en esta provincia de creencias e increencias varias. O hay más fe de lo que se cree, o hay mucha fe escondida por miedo y vergüenza al juicio de los tiempos que corren.
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