La fonda de los cosarios y los folitres

La fonda de los cosarios y los folitres

Manuel Leon
18:52 • 16 jun. 2012

Fue primero la fonda donde paraban los cosarios que llegaban de los pueblos con sus tartanas, a llevar gente al especialista de garganta o de pulmón; después, la de los folitres y coches de línea que traían pisanos del Andarax, de Los Filabres, del Almanzora, a la feria de Almería o a resolver asuntos de papeles en las notarías y registros. La  pensión Sur de España fue durante casi un siglo un faro alejandrino en el meollo de la Rambla Obispo Orberá, frente a la parada de los coches de caballos, a un paso de la Puerta Purchena.
La abrió a principios de siglo Rafael Usero Calatrava, un oriundo de Tabernas, que también  regentó la Posada del Príncipe y el Café Lyon D’or, en la esquina del Paseo que da a la Plaza del Mercado. Cedió pronto el testigo a su hijo, Rafael Usero Berenguel, quien ya la administraba en 1927 junto a su esposa Jacoba Valverde Rodríguez. Cobraba seis pesetas la cama y a dos pesetas el almuerzo y cena y garantizaba “esmero, higiene y trato familiar”.
La casa de huéspedes primitiva contaba con diez habitaciones, casa de comidas y un patio donde se criaban gallinas y cerditos que abastecían de huevos y embutidos la intendencia de la casa.
Al fallecer Usero Berenguel, se hizo cargo del negocio su sobrino Manolo Manzano, mientras que el hijo único, Rafael Usero, Valverde terminaba sus estudios en Granada.
Pero le tiraba la tierra al joven Rafael y volvió antes de tiempo a patronear el Sur de España, que por entonces empezaba a despegar con la gente del cine y las juras de banderas en Viator que ponían la pensión a reventar.
Se decidió el posadero y su mujer Teresa López Cuadra, ante el aumento de la clientela, a ampliar el  establecimiento y convirtió el Sur de España en una fonda moderna, dotada de 74 habitaciones y casa familiar propia; sustituyó los viejos camastros de perfolla y lana por camas metálicas, colchones flex y cuartos de baño con agua caliente y fría; dispuso dos comedores, uno para huéspedes y otro para clientes de la calle, donde se guisaban potajes, arroces, cocidos y el célebre tiquinai, una suerte de plato combinado con huevos, carne y patatas.
En los fogones trabajaba María y Catalina, Matilde en las habitaciones, el camarero era el primo Manolo Manzano y Ramón, el guarda de noche.
Rafael Usero fue siempre un tipo peculiar, de la Almería que empezaba a abrirse al turismo y a la expansión urbanística. Su despacho de aquellos años 60 en la fonda estaba presidido por varios televisores y radios que funcionaban simultáneamente, mientras él escribía críticas de cine con el pseudónimo de Valus para La Voz de Almería o preparaba su programa semanal de cultura en Radio Popular. Además, era aficionado al futbol hasta el tuétano y fue árbitro de los equipos pobres de barrio, en aquellos partidos de tanganas y carrusel que enfrentaban a viriles jugadores del Valdivia, con los de Los Molinos o Pescadería, escoltado siempre por un jovencito Andújar Oliver que actuaba de linier.
Usero era parte del paisaje de las calles empedradas de la ciudad, que recorría siempre en bicicleta, volviendo de General Segura de entregar su última crónica de fútbol o de toros, como un adelantado del ecologismo de manillar. En días invernales de viento y lluvía que se le bufaba el chubasquero por encima de la cabeza, mientras daba pedaladas, era como ver al inspector Gadchet surcando el Paseo de Almería.
 Falleció en 1991 y sin él, al poco tiempo, se fue apagando la llama que mantenía abierta la fonda Sur de España, dejando huérfanos a  cocheros y taxistas de tantos pueblos de la provincia.







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