“La gente dice que a la entrada de San Agustín hay un finca experimental, o cuando pasan por delante de mi invernadero se preguntan qué habrá dentro y de quién será, pero alguna vez he tenido que explicar que mi finca es solo para críar pimientos, pero que me gusta sentirme seguro”, describe Antonio Martín, un agricultor de San Agustín, que tiene una de las explotaciones mejor ‘fortificadas’ de toda la provincia.
Martín posee 4 hectáreas de invernaderos. Tiene todo el perímetro vallado y comenta que “si alguien salta, los sensores de movimiento lo detectan enseguida”.
Paga 23 euros mensuales por el mantenimiento de una sofisticada tecnología, que en su día le supuso un notable desembolso, pero cómodamente amortizable por la cuantía económica de los robos que evita. “Ya ni me acuerdo de lo que pagué, salvo las cámaras que sí recuerdo que fueron 1.500 euros; pero lo importante es que nadie me ha robado, afortunadamente”.
Máxima tecnología
Este agricultor desde su casa de San Agustín puede observar todo lo que sucede en sus invernaderos, a través de su i-phone, con conexión a Internet.
“Si por ejemplo salta alguna alarma, por algún sensor, me conecto y veo en mi móvil si hay alguien o si ocurre algo”, describe.
“Estoy muy contento, dicen que soy especial o raro, pero no pienso cambiar por la tranquilidad y seguridad de esta instalación que me ha hecho el Grupo Control”, subraya.
Dicha empresa, junto a Prosegur y Securitas, son las tres principales que operan hoy día en el campo almeriense en temas de sistemas de seguridad y alarmas. El segmento de mercado de la seguridad agraria ha crecido exponencialmente estos últimos dos años dentro de la actividad global de estas compañías.
Gasoil, ovejas y aperos
Pero no son los agricultores los únicos afectados por los robos. Los ganaderos, muchas veces con explotaciones recónditas en el laberíntico mar de plástico del Poniente, pero también en el campo de Níjar, sufren un goteo incesante de hurtos, la mayor parte de las veces de borregos.
Los animales de las cortijos son también objeto del deseo. “A mi me robaron tres cerdos, incluso uno de ellos lo mataron en la propia finca”, lamenta Juan ‘el Pipa’, agricultor de Adra.
La extracción de gasoil de los propios vehículos agrícolas es otro fenómeno en auge, sobre todo por el encarecimiento de los carburantes.
Y, por supuesto, los aperos y materiales agrícolas, desde hierros a tubos que luego acaban en las chatarrerías. Aquí también la búsqueda de cobre se ha convertido en algo similar a la fiebre del oro. Los cables desaparecen, al igual que los sistemas de calefacción, sin olvidar denuncias de robos de frigoríficos, microondas o televisiones que luego terminan en las tiendas de segunda mano.
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