Bromista, guasón, un tipo que hacía piña en la Delegación de Medio Ambiente recaudando el dinero para jugar a la lotería. ¡A ver si nos toca esta vez, Miguel!, le decían los compañeros en la segunda planta de Reyes Católicos.
Sobre todo porque era el dueño de los cuartos, el que autorizaba los pagos para cambiar una cerradura o para echarle gasolina a un vehículo oficial. Ese era, al menos hasta hace unos días, Miguel Gallardo -como el cantante de Hoy tengo Ganas de tí que triunfó en los 70- un valenciano que arribó a Almería hace una pila de años para trabajar en la antigua Agencia del Medio Ambiente.
Y en esta orilla se quedó este chiquet con más de medio siglo de cumpleaños celebrados, con el recuerdo del olor a azahar en la solapa, dentro del organigrama de funcionarios de la Consejería de Medio Ambiente. Es grande Miguel, corpulento, extrovertido. Se le solía ver, siempre con papeles, por el centro de Almería, por el Paseo, por las calles aledañas a su despacho, en la cola de las oficinas bancarias, donde ya era manifiestamente conocido, haciendo transferencias o pagos de la Delegación.
Algunos compañeros lo consideran un tipo demasiado ligero de cascos para el puesto de cancerbero de caudales que desempeñaba; otros, lo veían como un tipo resolutivo, efectivo y al mismo tiempo campechano, siempre con una media sonrisa en la boca, como Rita Barberá. Porque de Miguel, el valenciano, dicen que no tiene una clara ascendencia política, pero que se ladea más hacia la derecha que hacia la izquierda.
Todo le iba más o menos bien, con separación matrimonial incluida, a este legionario de la Administración pública, perteneciente a esa fiel infantería que siempre está ahí, aunque no se les vea.
Conoció a distintos delegados, desde la época del bigotudo Hermelindo Castro, como director del AMA, hasta el juvenil Martín Soler y el correoso Juanjo Luque. Vivía plácido, como Nemo en una bañera. Hasta que llegó Clemente García a Reyes Católicos, un farmacéutico de Olula, y al jefe de Negociado valenciano le dio un infarto. Se tiró varios meses de baja y le cogió, como a un torero, miedo a la muerte. Al volver a su puesto, se encontró con que no era precisamente santo de la devoción del nuevo delegado, quien le consideraba un tipo poco de fiar. Por eso lo desterró a Nuevos Ministerios y le quitó sus atribuciones como habilitado. Aunque la versión de Miguel, el hombre más buscado ahora por su relación con el ‘Caso cheques’, es que no se prestó a sus tejemanejes y por eso lo alejó de la delegación.
Hasta que fue marcharse el boticario olulense y ser rehabilitado de nuevo Gallardo por la recién nombrada entonces delegada Sonia Rodríguez. Tenía, Miguel, una buena abogada en la persona de María del Mar González Tapia, sobrina del sacerdote que describió todas las piedras de Almería, que fue nombrada secretaria de la delegación y era amiga íntima de la nueva pareja de Gallardo.
Volvió el valenciano a sus orígenes, tras la deportación, volvió a sonreir, a caminar plácido por la umbría de Reyes Católicos, ese fondo de saco que desemboca en General Tamayo, donde está el banco, donde, presuntamente, se perpetró el saqueo de 300.000 euros de una cuenta pública donde se ingresa el dinero que pagan los cazadores.
Más de cien cheques al portador cobrados por alguien, gota a gota, día a día, sin dejar rastro, a menos de cincuenta metros de las propias barbas del delegado. Y el chiquet, el simpático valenciano, aficionado a las motos y a los maratones, está, lo diga Agamenón o su porquero, en el mismo ojo del huracán.
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