El practicante que murió de tétano tras los bombardeos

El practicante que murió de tétano tras los bombardeos

Carmen López
21:29 • 07 sept. 2013

Manuel García Gallott era durante los complicados años de los bombardeos alemanes en Almería el practicante de la Casa de Socorro de Almería.


Nació en 1893, había terminado la carrera con 19 años y su primer destino fue Cuevas de los Medina. Sus hijos, Ramón y Manuel García Carrique, ambos jubilados desde hace tiempo, cuentan que su padre conoció allí a su madre, “que era la hija de uno de los caciques”. “Era la más vistosa del pueblo y se casó con ella; pero el no quería tener allí a sus hijos, así que cuando se casó se vino a Almería”, explican.


Eso fue antes de la guerra. Ramón nació en la calle Real y Manuel en la calle Velázquez. Se llevan cuatro años. Entre uno y otro hubo una hija, pero murió; después llegó la guerra. “Yo nací en el 35 y mi hermano en el 31. Cuando empezaron los bombardeos  estábamos en Viator, en un cortijo de la Juaida; cuando terminó el servicio, Ramón del Pino, que era abuelo o visabuelo del Ramón del Pino de los autobuses,  que tenía a su padre enfermo y tenía una arsinilla pequeña, lo recogió de allí para traerlo a Almería cuando terminó las curas a su padre”, cuenta Manuel.




Su padre se hizo funcionario del Ayuntamiento y estuvo en la Casa de Socorro, antes también en la Cruz Roja. “Le dieron incluso un reconocimiento por su actuación en una de las guerras, no sé en cual. Tres años tenía yo cuando se murió mi padre”, relata el pequeño de los hermanos.


A su padre lo cogió de servicio durante uno de los bombardeos en la Casa de Socorro, que estaba en la calle Murcia -luego la trasladaron-. “Allí le metían los muertos, los vivos, los mutilados... El, curando, tenía un bisturí en la mano para las intervenciones. Haciendo una operación a uno se cortó un dedo y él no hizo caso de su herida. Le salía sangre, pero no hacía más que entrar gente en estado grave. El hombre al que operaba tenía tétano y se contagió. De eso murió, se le hizo la sangre agua”,  y hacía uno meses que le dieron autorización para trabajar en toda España, explican sus hijos.




Sus dos hijos guardan el instrumental de su padre como oro en paño                                                                Guardan como oro en paño parte del material que su padre utilizaba para su trabajo, sus jeringas, una lupa que usaba para sus investigaciones y diagnósticos, e, incluso, el extraño artilugio que se utilizaba para hacer transfusiones sanguíneas, que por entonces se hacían directamente de donante a receptor. “La de gente que se moriría, porque no se miraba lo de los grupos sanguíneos”, dice Manuel.


Los practicantes hacían algunas operaciones, no se limitaban a poner inyecciones. En su casa, en la habitación de la esquina tenía su material y la gente hacía cola para que los atendiera. “Curaba también los ojos”, añaden sus hijos.
Manuel cuenta que en El Alquián había una taberna con mucha fama y “cuando venían los ministros de Franco iban allí a comer,  era un sitio pequeñillo pero se comía el mejor marisco. Lo regentaban Luis y Luisa”.




“Cuando yo tenía 13 o 14 años iba con los amigos a tomar un chatillo de vino. Le pregunté a Luisa que si conocía al practicante de las Cuevas de los Medinas, le dije que era su hijo y me abrazó muy fuerte, llorando, y me contó que mi padre le había operado un pecho. Su marido decía que mi padre le había salvado la vida”, relata.


A su madre le quedaron “ochenta y tantas pesetas” de pensión de viudedad y Manuel era acólito para poder aportar algo a la casa. “Me daban 20 pesetas al mes. Nosotros estábamos mal, cuando vivía mi padre, bien; pero cuando falleció, las cosas iban regular. Se lo conté a Luisa y nos regaló una cesta inmensa, con huevos, pan, fruta...”. 


También su madre tuvo que ponerse a trabajar y, por mediación de un cura que había allí, empezó a lavar ropa de los seminaristas y “le daban cuatro perrasgordas por ello”. “Le aconsejaron que nos metiera en un hogar. Había mucha hambre. Había un sitio que llamaban el Canario, donde hubo un hogar de niños pobres, pero mi madre se negó, explica Manuel, que apunta que su madre tenía 38 años cuando su marido murió.


Manuel trabajó muchos años en la ferretería Vulcano de la Puerta de Purchena y su hermano estuvo “en la drogería de don Vicente Alcalá y después fueron agentes comerciales hasta la jubilación.



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