Con ella empezó todo en ese pueblo: la llegada de artistas un poco trastornados, el exotismo oriental, los baños en cueros a la luz de la luna, los sueños de cal y adove frente a Las Marinicas, los camellos trotando por la Arabia del Algarrobico.
Se fue hace 25 años de Carboneras, y hace dos días que se acaba de ir de este mundo digital, en su Francia natal, en un pequeño pueblecito de Normandía llamado Damville, quizá echando la vista atrás y acordándose de sus días de sol y sal frente al Cabecico del Aire.
40 obras literarias
Marie Louise Labiste, Dominique Aubier como rúbrica literaria, Madame Dominique para las gentes de Carboneras, fue, además de autora de más de 40 obras literarias, la pionera de Carboneras, la descubridora de ese puntal de arena cuando llegó en 1961, cuando consiguió verter unas gotas de aroma fresco a esa endogamia de jabegotes y familias esparteras como los Fuentes.
Revolucionó, con su sari hindú y sus ojos negros como la pez, con su aire de hembra bíblica, todo lo que estuvo a su alcance ante un incipiente turismo gobernado por el ministro Fraga y con el Concilio Vaticano II mirando a las playas del sur con el rabillo del ojo.
Dominique Aubier nació en 1922, en el regazo de una familia pobre de la Provenza y formó parte de la resistencia francesa en el París de la II Guerra Mundial. Allí conoce al médico Genon Catalot con el tuvo dos hijos y del que pronto se divorció.
Allí también, en ese ambiente bohemio de la ciudad del Sena a finales delos 50, se inmiscuye en círculo de la Librería Soriano, frecuentada por exiliados españoles como Semprún, Orlando Pelayo y Juan Goytisolo, con el que después coincidiría en la polvorienta tierra del Indalo.
Tras recorrer Pamplona, Barcelona, Sevilla, Málaga, sus pasos la llevarán al Levante, a Garrucha, Mojácar y finalmente Carboneras, donde se detiene, prendada de las aguas vírgenes y azuladas de Los Cocones. Allí se queda a escribir sobre El Quijote y los mensajes ocultos en la obra de Cervantes, atrayendo a personajes de la cultura y de la ciencia.
Emparenta con Antonio Fernández, el hijo del alpargatero, un ingenioso empleado municipal que lo mismo vendía vino de Monóvar que montaba una fábrica de chocolate de algarrobas.
Y con ellos, otros forasteros como el arquitecto Cacoub, el foniatra Alfred Tomatis, Edgar Pillet, André Bloc, el novelista Castillo Navarro, los escultores Berrocal y Takis.
Entre todos, brindando con Tío Pepe, deciden crear la Sociedad Amigos de Carboneras, con el propósito de promocionar el turismo en ese periodo febril felizmente narrado por el diplomático Rafael Lorente.
Su molino
Dominique, la Dama Blanca como era conocida entre sus camaradas, optó por vivir en el molino que aún se conserva en el pueblo, comenzando un intenso romance con el casanova Fernández, como émulos de Marco Antonio y Cleopatra.
Al poco abandonó el molino para construirse una opulenta vivienda de mil metros con jarapas, alfombras y platos de bronce.
Dominique bregó en las madrugadas carboneras, con su vieja máquina de escribir, con un té bajo el flexo, para demostrar al mundo la judaidad del Manco de Lepanto, y allí escribió sus mejores obras que la convirtieron en una celebridad en el mundo hebreo. Se acaba de ir en uno de estos fríos días de diciembre una mujer de leyenda a la que aún recuerdan por el Pueblecico.
Proyectos delirantes
Hubo un instante en esos intrépidos tiempos, en los que Carboneras estuvo a punto de rebautizarse como Villa del Mar. El Director General de Turismo de la época, Juan Arespacochaga, visitó la finca de 150 hectáreas de Dominique Aubier, quien le explicó todos sus proyectos megalómanos: el cambio de nombre de la villa, la construcción de una Universidad de la Palabra en Mesa Roldán, la edificación de un hotel de la Casa Ritz en la Torre del Rayo, una fábrica de cerámica típica y un centro recuperación de lesiones auditivas por medio del oído electrónico inventado por el doctor Tomatis.
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