Roquetas de Mar

Aguadulce se despide de Pepe el butanero tras un cuarto de siglo

“Claro que es un trabajo duro, pero recompensa la gente tan buena que conoces”, confiesa

SIN DATOS
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Marta Rubí
10:20 • 18 jul. 2015

No es que haya empezado su jubilación con muy buena ‘pata’. Entregando la última bombona de su vida profesional, Pepe Fernández se torció el pie al bajar del camión y se hizo un esguince. Es la última del sinfín de anécdotas que guarda el butanero de Aguadulce de un cuarto de siglo de servicio a los vecinos de Roquetas.





Nacido en Las Norias de Daza -“pero en el Camino de Roquetas, por lo que estaba predestinado a esta ciudad”- Pepe, el mayor de seis hermanos, comenzó a trabajar en distintas fincas y fue en Timores, en El Corsario, donde conoció a su mujer, María Socorro Martín Fuentes, “roquetera de siempre”. Una noche que fueron al cine, sin haberlo planeado, se la llevó en su vespa, “como se hacía mucho antiguamente”, recuerda entre risas. Tras el primer disgusto (“se enfadaron unos días”), sus suegros acogieron a la joven pareja en su casa de Roquetas.

La espalda Comenzaría aquí una vida que le llevaría a ser una de las personas que mejor conoce el municipio, “a pesar de todo lo que ha cambiado estos años”. Y lo hacía además con su mejor amigo de la infancia, compañero del colegio, con quien comparte nombre. “Me traje a Pepe un día a la playa, a presentarle a la hermana de mi mujer, y aquí se quedó también, como conductor de la ruta Alsa de Las Marinas a Almería durante 36 años”.





El Pepe que nos ocupa continuó construyendo invernaderos, “pero me harté, porque era difícil encontrar una buena cuadrilla”. Escuchó entonces  que se buscaba gente para repartir butano, “porque habían echado a unos cuantos”, se presentó en el almacén de la carretera del Butano, bajo la Yegua Verde, y comenzó ese mismo día.





“Mi mujer se enteró cuando ya estaba trabajando”, explica. Y es que con 21 años, cuando nació su primer hijo,  había sufrido una grave lesión de espalda por la que le llegaron a decir que estaría impedido para trabajar. “Me sanó una curandera en Granada, y me dejó perfecto, la verdad”.
Parecería entonces una locura dedicarse a levantar decenas de bombonas de butano al día. Sin embargom afirma que desde que es repartidor, nunca ha tenido otra lesión de espalda. “De verdad que no, sí que he tenido en los pies, pero nada en la espalda”, asegura.
 También alude a otro problema de salud que tuvo hace ocho años: un cáncer de próstata. Pepe asegurá que este trabajo le salvó. “Me pusieron en espera para operarme como urgente, pero pasaban las semanas y no me llamaban. Fue una clienta, cuyo marido es médico, quien se movió para adelantarlo, y me salvó la vida”, mantiene emocionado.

Por qué engancha “Éste es el verdadero encanto de mi trabajo”, continúa Pepe convencido, “es la gente la que te engancha”. Por eso, aunque reconoce que “es una labor dura, con mucho estrés”, tienes una verdadera recompensa. “Si siento dejarlo es por eso y tengo que decir que el 90% de la gente es buenísima, es muy gratificante que te encuentren por Almería y te paren, que te abracen cuando te ven después de un año o dos, una vez que vuelven a sus casas de veraneo. Será que yo no me he portado mal del todo...”.





Como repartidor ha sido testigo de varias generaciones. “A muchas familias las conocí de niños, en casa de sus padres, les he visto crecer y crear sus propias familias, y luego llevarles butano a sus nuevas casas y ver nacer a sus hijos, la tercera generación”, relata. También se ha despedido de personas muy queridas y dado servicio a ‘famosos’, entre los que recuerda especialmente a jugadores de la U.D. Almería. “A Tomatito lo conozco, pero no le llevo bombonas porque él tiene tanque de butano”, revela. 





Se puede decir que para Pepe Aguadulce no tiene secretos. “Es verdad que los barrios nuevos tienen muchas casas con vitrocerámica o calentador eléctrico; pero también hubo un cambio con la crisis y se pasaron muchos al butano”. Eso sí, todos con ascensor. “Antes no había tantos y había que subir andando hasta un cuarto, un quinto, con dos bombonas a la vez..., por eso lo de los pies”. En concreto, recuerda un agosto donde todos los vecinos de una misma plaza parecieron ponerse de acuerdo. “Bajé y subí 70 bombonas en una misma parada. Una vecina se apiadó y me sacó agua con anís, cómo tenía que estar yo...”.





No ha llegado a cogerle manía a las bombonas, sino todo lo contrario. Afirma que no le gusta la comida que no se haya cocinado con butano. “Mi mujer hace unas buenas ollas”, asegura, “y así nos hemos podido mantener con un sueldo que tampoco daba para mucho”.
 Un sueldo al que con demasiada frecuencia había que restar las bombonas que le eran sustraidas durante sus paradas. “Recuerdo uno que me iba siguiendo en coche y cuando pare, bajó y llamó a un timbre simulando ser un vecino. A la vuelta me faltaban dos bombonas”. Cuando ve algo sospechoso, apunta matrículas y extrema el cuidado.
 
La jubilación No cabe duda de que Pepe ha trabajado intensamente este cuarto de siglo. Y como una hormiguita ha podido sacar a su familia adelante -tiene dos hijos y cuatro nietos- e incluso comprar un terrenillo en la sierra, en Aulago. “Ahora podré dedicarle más tiempo para disfrutar de él, me gusta mucho la sierra”.
También sueña con comprarse una pequeña embarcación para dar rienda suelta a otra pasión: la pesca. Pero primero tendrá que esperar a recuperarse totalmente de su esguince. Un percance que no le ha robado la franca sonrisa con la que ha servido todos estos años. Siempre servicial y cariñoso, Aguadulce ya le echa de menos.





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