La gente que se crió allí es el único recuerdo vivo de Cortés, un cortijo hoy inexistente que nació en pleno apogeo de las parras. Se convirtió en el hogar de 4 familias y en el sustento de casi 50 trabajadores. “No era buena uva pero aguantaba mucho para poder transportarse en barriles hasta Inglaterra ya que era dura y fuerte”, afirma Conchi Sánchez Montoro, que llegó a Cortés en el año 62 porque su tío, que trabajaba allí, necesitaba un mulero y se acordó de su hermano Juan. “Pusimos tres tabiques en el cortijo donde estaban e hicimos un corralito para tener gallinas”. Se cultivaba maíz, remolacha y caña de azúcar. También había ovejas, mulos, vacas y cerdos.
Historia
Don Nicolás Prados, virgitano de clase humilde que estudió derecho, fue el primer propietario. Se hizo famoso por ganar un pleito al Conde de Romanones y así empezó a amasar su fortuna. Purificación, su hija, heredó la posesión tras su fallecimiento. Ella dejó como encargados a Manuel Sevilla y Encarna, quienes contrataron a un mulero, Paco Sánchez, que llegó con su mujer Lola; a Juan Sánchez como vaquero, que se vino a vivir allí con María, su mujer; y encargó las tareas de parralero a Juan Rodríguez, acompañado de su esposa Carmen. En los años 70, por el declive de la uva, las parcelas de Cortés se vendieron poco a poco para acoger las nuevas explotaciones agrícolas: los invernaderos.
“Nosotros llegamos en el 66, ya que mi padre quiso dejar las minas de Berja por el peligro de ese trabajo”, cuenta Juana, hija del parralero. “Cuando llegamos nos dieron una gran bienvenida, y mis mejores recuerdos de infancia los viví allí”. Otra de sus hijas, Carmen, añora la sencillez de aquella vida. “Los niños eran felices jugando entre los pinos, buscando caracoles y recogiendo alcaparras”.
El trabajo
La mayoría de jornaleros venían de Santa María del Águila y El Ejido cada día para trabajar de sol a sol. Cobraban cada 15 días, siendo 10 duros el salario de los muleros y 20 el de los parraleros. Solo había dos días de vacaciones al año, que aprovechaban para ir juntos a la playa. “Rezábamos para que no hiciera viento y nos acostábamos con el bañador puesto para no perder tiempo. Como íbamos andando, al llegar ya se nos había pegado el sol. Fabricábamos flotadores con las ruedas de los tractores”, afirma Juana Rodríguez.
La vida
A aquellos niños no les faltaba de nada en un Cortés que, de existir hoy, estaría detrás del Estadio de Santo Domingo. Iban a la escuela pero tenían que llevarse su propia silla; se quedaban embobados con las historias de bandoleros que Juan Rodríguez, el parralero, les contaba en las noches de verano; y esperaban como agua de mayo cualquier acontecimiento que altersase el día a día, como las bodas. “Manolo el tractorista enamoró a Isabel, una de las hijas del parralero. Cuando se casaron, adornamos los pinos para la celebración”, recuerda Conchi. Allí nacieron Juan Antonio Sánchez, Encarni Sánchez y Juan Prados. Tantos años después, La Voz los ha juntado para rememorar parte de la historia de El Ejido, y revivir una época en la que la familia, la amistad, los valores y el trabajo eran lo principal.
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