El bar Gerardo: medio siglo poniendo hamburguesas sin patatas fritas

Los Aguirre Schilder, una familia que no cree en la suerte, sino en el esfuerzo

Ramón, Kim e Igne.
Ramón, Kim e Igne. La Voz
Melanie Lupiáñez
20:19 • 12 jul. 2024

Una barra pequeña, una carta sencilla y precios populares, el negocio justo para sacar adelante a una familia. Colgado de una pared un dicho holandés: "El que no roba, ni hereda, trabaja hasta que se muera”, como filosofía de vida del abuelo Gerrit , el holandés que fundó el negocio en 1977.



Hablar del bar Gerardo en Roquetas es hablar de la historia de la Urbanización. Este barrio emergió a mediados de los sesenta diseñado para el turismo familiar principalmente extranjero. Las agencias de viajes captaban a los turistas en destino y los traían a Almería. Los guiris, como los llamaban los locales, procedían de Alemania, Holanda y países europeos con un mayor poder adquisitivo. La Urba en verano era otro mundo, era el progreso de color salmón vistiendo bikinis y sandalias con calcetines.



“La primera vez que vinimos de vacaciones mi madre decía que jamás volveríamos porque solo había un hotel, el actual Mediterráneo”, recuerda Inge. Ella y su hermana eran dos niñas cuando su familia cambió una potente ciudad portuaria por un pequeño pueblo agrícola. Fueron las primeras alumnas extranjeras del colegio de Las Marinas. Cuando llegaron a clase sus compañeros las recibieron con cortejo de bienvenida, un recuerdo tan feliz que todavía ilumina la cara de Inge.



“Puede que seamos uno de los primeros bares de la urba que todavía sigue abierto”, dice Inge. Su padre, Gerrit, era un enamorado de la cultura española, del Flamenco, de los toros y los bares, tanto que abrió el suyo propio. Y allí sigue en el pasaje Andaluz, inalterable después de casi medio siglo. Uno de los clientes habituales, todavía en uniforme de faena, se levanta del taburete y se dirige a Inge para decirle que su padre era buena persona de más.



Gerrit no tenía prisa aunque hubiera una cola que salía por la puerta el paraba para fumarse un cigarrillo. O si una mesa hacía un sinpa él exculpaba la fechoría por la juventud de los vándalos. Entonces la abuela Cornelia, que hacía de mesera y lo que tocara, sacaba toda la fuerza de su carácter para poner a los clientes en su sitio. Y aunque ella pensaba que no había nada en Roquetas, todavía vive aquí a sus 90 años.



“Cuando mi suegro murió hubo mucha gente que dejó de venir de vacaciones a Roquetas, porque realmente venían a verlo, a estar con él”, dice Ramón. Él y su mujer, Inge, tomaron el relevo hace 32 años. Gerrit seguía yendo al bar a ver a los clientes, a estar con su familia.



Ramón es de La Cañada, pero habla un español con acento mesetero, se comunica con su mujer en holandés, compone letras de canciones en inglés y puede defenderse en alemán. Pero hoy hemos venido a hablar del bar por fascinante que sea el mundo interior de sus propietarios.



Para los Aguirre Schilder el éxito está en mantener aquello que funciona. En los setenta trabajaban para turistas y a día de hoy para locales. Para Ramón la clientela ha cambiado con los movimientos sociales. Al principio fue la llegada del euro en los dos mil, que equiparaba el nivel económico de los países europeos, después el turismo del todo incluido y por último, la salida de


la Inglaterra de la Unión Europea que ha disminuido el turismo de este país. “Boris Jhonson ha timado a los ingleses con el Brexit y de eso se están dando cuenta ahora”, dice Ramón.


El COVID para ellos fue un sobre esfuerzo. Sus hijas Kelsey y Kim estudiaban bioquímica y medicina respectivamente en Granada. La familia tenía que pagar el colegio mayor de las chicas y la madre dice que había que vender muchas hamburguesas para esto.


Las hermanas son buenas estudiantes, tienen talento para la música y un cálculo mental sobresaliente, porque hasta hace poco las cuentas en el bar eran de cabeza. “Las comandas se volaban cuando las poníamos en el tablón y era un lío”, dice Kim. Esta estudiante de medicina, que es capaz de ponerse dentro o fuera de la barra, tiene muy en cuenta a sus amigos por cómo tratan a los camareros.


Kelsey cursa su doctorado en Róterdam, Holanda, y destaca el esfuerzo, la perseverancia y el amor, como los valores esenciales que les ha transmitido su familia. “Somos como un equipo que celebra las victorias y se apoya en los malos momentos”, dice ella.


Los Aguirre Schilder no cree en la suerte, sino en el trabajo duro. Durante el mes de agosto solo abren por las noches, porque hay que disfrutar de la familia y en la temporada de invierno cierran un mes y medio.


Tres generaciones que han hecho que el bar Gerardo, como traducción libre del nombre del abuelo, acumule más de trescientas reseñas sobresalientes en Google. Todavía algún despistado se queja de que no sirvan patatas fritas en una hamburguesería. Y es que cuando abrió sus puertas aquello iba a ser un bar, hasta que el abuelo se dio cuenta de que las hamburguesas dejaban más dinero que las tapas


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