Salvar la vida de Almería entera. Esa era la misión para la que fueron concebidos los Refugios de la Guerra Civil. Y lo hicieron. Con alguna triste excepción, pero lo hicieron. La población de la ciudad rondaba entonces los 37.000 habitantes y las cuentas no salían, así que uno de los arquitectos encargados de la obra determinó que tenían que entrar seis personas por metro cuadrado. Una barbaridad incluso teniendo en cuenta que el hambre mantenía los kilos a raya.
Es una de las curiosidades que pueden extraerse de ‘Los Refugios de Almería. La arquitectura del miedo’ (Guante Blanco, 2016), el primer monográfico sobre las galerías subterráneas de la ciudad. Un ensayo para el que el investigador Eusebio Rodríguez Padilla, especialista en memoria histórica, ha rastreado “todos los archivos de España”, incluso el militar de Ávila donde se le ha resistido un único documento titulado ‘Cavidades subterráneas de Almería’, clasificado por motivos de seguridad.
El hilo del que el autor tiró y que le proporcionó los cimientos sobre los que construir toda la historia fue un documento en el que un albañil decía haber trabajado en la obra. “Caí en la cuenta de que tengo un listado de albañiles de Almería procesados después de la contienda. Todos habían trabajado allí y estaban procesados. Eran unos 500, no saco a todos pero sí a los más representativos”, confiesa el autor en una entrevista a LA VOZ.
Los artífices de la obra
El libro, que se presentará mañana jueves 7 de julio a las 20 horas en el Museo de Almería, hace justicia a los verdaderos artífices de la obra, los trabajadores y el pueblo llano. “Los tajos se dividían entre Caleya, Fornieles y Langle, que era el arquitecto municipal y firmaba todos los proyectos, pero cuando entras te das cuenta de que no es una obra de arquitectura, es una obra de un ingeniero de minas porque es una galería de minas”, señala.
De hecho, no es el ayuntamiento el que toma la iniciativa a la hora de empezar a construir los Refugios, sino los comités de barrio y lo hacen “como pueden”. “Nacen a iniciativa de los vecinos porque no tenían donde esconderse, el que tenía una cueva cerca no los necesitaba. Como muchos jóvenes estaban en el frente, mujeres, ancianos y niños se vieron obligados a arrimar el hombro”, asegura.
“El subtítulo ‘La arquitectura del miedo’ se debe a que en las conversaciones entre los albañiles comentaban la suerte que habían tenido por encontrar trabajo tal y como estaban las cosas. Algunos aclaraban: ‘No, estamos aquí por el miedo, porque la gente tiene miedo”, argumenta Rodríguez Padilla.
En palabras de su autor, ésta no fue una obra de derechas ni de izquierdas, ya que toda la sociedad se implicó en la misma. No en vano, el volumen incluye un listado de familias pudientes que aportaron dinero (el ayuntamiento sufragó dos millones de pesetas de los cinco que costó). “Fue un esfuerzo común de todos en un momento en que lo más fácil era estar dividido”, apunta.
“La construcción de los Refugios unió como nunca antes a los almerienses. Esa unión no ha vuelto a darse, allí no se pedía carné, entraban todos”, insiste el escritor.
Crónica sentimental
Aunque Eusebio Rodríguez Padilla es lo que se suele llamar ‘un ratón de biblioteca’, el libro ‘Los Refugios de Almería’ va más allá de los datos y ofrece anécdotas y entrañables detalles que constituyen una crónica sentimental de todo lo que rodeó a la construcción de estas galerías subterráneas, trabajos que se prolongaron entre septiembre del 36 y febrero del 39.
“Los poyos se hicieron después, por lo que la gente se llevaba sillas de anea con las se acababa tropezando. No se les ocurrió hacer aseos, así que también había que acarrear con orinales porque en las cinco o seis horas que debían estar allí, con los nervios de las bombas, uno podía tener cualquier urgencia. La solución fue dejar sin cementar una parte. Muchos entraban, además, con animales o fumando, luego se tuvo que prohibir porque allí no había ventilación”, relata.
La sirena de la Fundición de Oliveros avisaba de los bombardeos cuando recibía las señales luminosas de dos personas que vigilaban la llegada de aviones desde el Cabo de Gata y Punta Entinas.
Algunas muertes por apelotonamientos en los accesos, en especial de ancianos y niños, constituyen el capítulo más trágico de estas cavidades subterráneas que, pese a ello, cumplieron con su misión: salvar a Almería.
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